Caprichoso destino

7: Emociones confusas

-¿Qué?- le digo. ¿He oído bien? ¿No estoy soñando? Ha dicho que le gusto. ¡Le gusto! No me lo creo, me he quedado en shock. Siento mil mariposas revolotear en mi interior, como queriendo salir para llenar a Ray de pequeños abrazos. Mi corazón baila con ellas, dando saltitos de alegría, como un niño pequeño con su helado favorito. Yo estoy a punto de seguir sus pasos, cuando caigo en otra cosa. No me lo puede decir. Porque no quiere perderme… ¿Qué significa eso? ¿Qué puede ser tan malo que no me lo pueda decir? Es como si tuviera un angelito en mi hombro diciéndome que dejara ya ese tema atrás y me centrara en la nueva notica, a la vez que un diminuto ser con aspecto de demonio estaba en mi otro hombro, diciéndome que solo estaba intentando cambiar de tema. Los dos tenían razón. ¿Qué le dará tanto miedo?

-Lo que oyes Willy.- dice suspirando. -Me gustas.- me repite, como queriendo grabarme esas dos palabras en la frente, tan cortas pero tan significativas.

-Oh.- ¿Qué le digo yo ahora? ¿Qué también me gusta? ¿Qué me siento en  las nubes cuando estoy con él? ¿Qué ha roto esa barrera para llenarla de risas y afecto?

-Tú… tú también me gustas.- acabo diciéndole, rehusando su mirada, moviendo la pierna nerviosamente. No sé si quiero ver su reacción, así que me quedo mirando el suelo. “Que interesante es el asfalto.” Pienso, soltando una risa tonta.

-¿De verdad?- pregunta Ray sorprendido ahora, con la misma expresión de confusión y alegría al mismo tiempo. Puede que a vosotros os parezca muy obvio… Pero a veces solemos ponernos vendas en los ojos, cegándonos completamente, romantizando lo que no se debería y dejando de lado lo que sí. A veces lo tenemos tan en frente de las narices, que bajar los ojos para verlo da miedo, así que mejor dejar los ojos donde están. Mejor dejar al corazón respirando tranquilo, sin sobresaltos repentinos de por medio. Pero, a veces a los ojos les gusta pasear la mirada un poco más abajo, o más arriba, para ver que encuentran por el camino. Los míos encontraron a Rayan, aunque a veces parece que solo encontraron la mitad.

-Sí, de verdad, y por eso me gustaría saber qué es lo que tanto te preocupa.- le contesto, intentando que confiara en mi, intentando que viera que me lo podía contar.

-No puedo Will. No insistas.- me dice, algo brusco y con una expresión totalmente distinta a la que tenía antes. Ray es como un libro abierto con páginas borradas. Es como una habitación pulcra y blanca como la nieve, con una puerta negra, que destaca por encima de todo, la cual lleva a un pasadizo oscuro por el que dan ganas de pasar mientras miras con los ojos bien abiertos, con miedo a lo que pueda pasar.

Me siento como un niño pequeño regañado por sus padres. Como cuando los míos me peleaban por empacharme a chuches en las noches de Halloween. O cuando era más mayor, y sus caras se ponían largas al saber que había suspendido. “Genial, ahora estoy confundido, feliz y melancólico a la vez.”

¿Cómo puede Rayan pasar de ser tan amigable y cariñoso, mientras le regala al mundo la sonrisa más hermosa de todas, a ser una persona distante con una mirada tan fría e intensa que hace temblar hasta los cimientos del suelo? En estos momentos me gustaría que la tierra me tragase, junto con mi orgullo y mis palabras.

-Vale Rayan, está bien.- le acabo diciendo, dándole una sonrisa tensa, intentando hacer que su buen humor vuelva, con una tristeza invadiéndome como una ola arrasando todo a su paso.

-Ey… Willy, no creas que es porque no confío en ti. Es… demasiado delicado.- ¿Demasiado delicado?

-Está bien, Ray.- le digo, no queriendo darle más vueltas. Toda la magia del momento se fue, creándose una burbuja amarga de tensión.

-Entonces…- dice, mirándome, mientras una sonrisa ladina llega a su rostro, devolviéndole la luz a los ojos. A esos orbes tan oscuros y brillantes. -¿Te gusto?- me pregunta, con una ilusión palpable. “¿Qué fue de esa oscura aura que le rodeaba hace un momento?” Pienso, sacudiendo la cabeza, cual perro para quitarse el agua del cuerpo. Igual está intentando volver a hechizarnos… Igual está intentando ser el hada madrina que piensa que no es, por el motivo que sea.

-Sí.- le digo, tímido y seguro a la vez, concentrándome de momento en el tema que nos envuelve ahora, cortando la tensión, por lo menos por ahora.

El sonríe aun más grande si es posible. Parece un niño abriendo sus regalos de Navidad, antes de que llegue la mañana. Nunca pensé que algo así podría pasarme. Nunca pensé que las historias de los libros viejos en los que me sumerjo para olvidarme del mundo podrían cobrar vida, metiéndose en nuestros cuerpos para hacernos una historia bonita y feliz, por lo menos a los ojos de los demás. Una historia bonita y feliz con un profundo trasfondo aun sin revelar, que me perseguirá hasta conseguir adivinarlo. De momento sé que es algo… difícil de explicar, y que me tiene que incluir a mí, de alguna forma, por muy raro que parezca. “¿Qué será?” pienso suspirando.

-Y… ¿Ahora qué?- pregunto, sin saber qué hacer, con miedo de dar un paso en falso.

-Ahora te invito a tomar algo.- me dice. Yo me sonrojo, me encojo de hombros y le digo que vale.

Empezamos a andar, pegados el uno al otro, con los hombros juntos y los brazos rozándose. Intentando acompasar mis pasos a los suyos, lanzándonos miradas fugaces de vez en cuando, cómplices de lo que pasa, sonriendo todo el camino.



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En el texto hay: amor adolecente, gaylove, misterio e intriga

Editado: 27.07.2021

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