El viento soplaba entre las ruinas. Claribel caminaba sola, hasta que lo encontró, de espaldas.
—Hoy no viniste a buscarme.
—Quería ver si sabías llegar sola.
—¿Y si no podía?
—Entonces, te habría encontrado.
Se sentaron en silencio.
—Hoy no vino nadie a verme al hospital. Ni mis tíos, ni mis amigos. Creo que ya se olvidaron.
—La gente no sabe cómo acercarse al dolor —dijo el demonio—. A veces prefieren alejarse, no por crueldad, sino por miedo.
Ella asintió lentamente.
—¿Tú me vas a olvidar?
—Nunca. Aunque un día dejes de venir, siempre recordaré los caramelos de café.
—A veces me siento sola, aunque todos estén ahí —confesó Claribel.
—La soledad no siempre es por estar sin gente. A veces, es por no ser entendida.
—¿Y tú? ¿Estás solo?
El demonio dudó.
—Siempre. Pero ya no me molesta tanto.
—¿Por qué no?
—Porque ahora te escucho.
Ella sonrió, y le ofreció otro caramelo de café.