Caramelos de Café

CAPÍTULO 7: LA MUERTE

Claribel llegó con un paso firme. Ya no parecía frágil, sino decidida.

—Hoy no traje caramelos.

El demonio la miró sorprendido.

—¿Por qué?

—Porque ya no los necesito. Hoy me desperté, pero sentí que debía regresar solo para decirte gracias. Esta ciudad es demasiado triste para mí.

El demonio se inclinó.

—¿Es este el adiós?

—Sí. Pero no estés triste. Me voy a jugar con los que se fueron antes. Diles a mis papás que estoy bien. Que no tengan miedo.

Ella lo abrazó. El demonio, por primera vez en siglos, respondió al abrazo.

—Hasta luego, Claribel.

—Hasta luego, demonio bueno.

Ella desapareció como una brisa.

Un día antes, mientras Claribel estaba despierta, el demonio cruzó la frontera nuevamente.

Invisible, caminó por el hospital donde ella se encontraba con los médicos.

—El pronóstico es claro —dijo el doctor—. No pasará de esta semana. Su cuerpo no resiste más.

La madre lloró en silencio. El padre acarició la cabeza de su hija dormida.

El demonio, parado en un rincón de la habitación, sintió algo que rara vez sentía: ternura. No por la enfermedad, sino por la forma en que esa pequeña había iluminado incluso su rincón más oscuro.

Fue cuando por fin, decidió comer uno de esos caramelos de café. Entendió ese sabor dulce imitando al amargo de la cafeína que apenas asomaba. Hace siglos había perdido el gusto por las cosas, por los sabores y olores puesto que ya no le significaban nada. Pero probando aquello que unía a la pequeña Claribel con un mundo lleno de dolor supo que era lo que daba tanta valentía a la niña.

Había vuelto a vivir.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.