La noche envolvía el pequeño apartamento de Eun-Ji como un manto silencioso. El único sonido era el del viento que soplaba fuera, hasta que las primeras notas del piano rompieron la calma. La chica, sentada frente al instrumento, dejó que sus dedos se deslizaran sobre las teclas con cuidado. La melodía era suave, melancólica, pero cada nota parecía contener un peso indescriptible, como si el piano estuviera contando una historia que solo ella podía escuchar.
A medida que tocaba, una sensación extraña se extendió desde sus manos hacia sus brazos, como si un cosquilleo frío corriera por sus venas. Cerró los ojos para dejar que la música la envolviera por completo. Fue entonces cuando comenzaron las visiones.
Eun-Ji sintió como si se transportara a otro lugar. Aunque no podía ver con sus ojos, las imágenes era vívidas en su mente, que se proyectaban como recuerdos que no eran suyos. De repente, estaba en una gran sala iluminada por la luz de las velas. Un hombre joven, con el cabello peinado hacia atrás y un traje elegante, estaba sentado frente al piano, tocando una pieza apasionada. El sonido era desgarrador, lleno de emoción, y la imagen de sus dedos que se movían con destreza sobre las teclas le resultaba inquietamente familiar.
En un rincón de la sala, una mujer observaba con una expresión de tristeza profunda. Su rostro estaba parcialmente oculto por un velo, pero la muchacha podía sentir su angustia como si fuera propia. De pronto, la música se detuvo. El hombre se levantó, se acercó a la mujer y le dijo con desesperación:
—No puedo hacerlo, Mi-Yeon. No puedo perderte.
La visión se desvaneció tan rápido como había llegado para dejar a la pianista jadeando y con las manos temblorosas. Retiró los dedos de las teclas, como si el piano ardiera.
—¿Qué ha sido eso? —susurró, aunque no esperaba una respuesta.
Mientras ella intentaba recuperar la compostura, Ji-Hoon llegó al apartamento con los documentos que había encontrado la noche anterior. Al entrar, notó la expresión tensa en el rostro de la chica, y el ambiente en la habitación parecía más frío de lo habitual.
—¿Estás bien? —preguntó al dejar su maletín en la mesa.
Eun-Ji negó con la cabeza y con su voz temblorosa dijo:
—Algo pasó mientras tocaba. Vi cosas… cosas que no tienen sentido. Un hombre, una mujer, un dolor tan profundo que parecía atravesarme. Era como si sus emociones fueran mías.
El detective frunció el ceño, con su mente racional intentando procesar lo que acababa de escuchar. Se acercó al piano para examinarlo con cuidado, como si pudiera encontrar una explicación lógica en sus grietas y teclas.
—Quizás estás conectando con el espíritu del pianista —comentó, más como una especulación que como una afirmación—. Pero esto significa que el instrumento es mucho más que un objeto maldito. Es un ancla para algo… o alguien.
La joven lo miró, con sus ojos opacos llenos de incertidumbre e inquirió:
—¿Y eso qué significa? ¿Que no puedo simplemente deshacerme de él?
El chico suspiró mientras se sentaba en una silla cercana y contestó:
—Por lo que he investigado, destruir un objeto como este no es tan simple. Si el espíritu está ligado a él, forzarlo podría empeorar las cosas. Necesitamos entender qué lo retiene aquí y qué quiere.
Eun-Ji se mordió el labio, tratando de calmar el torbellino de emociones que la asaltaba.
—No creo que sea malo —murmuró en voz baja—. El dolor que sentí… no era malicioso. Era como si estuviera atrapado, como si estuviera buscando ayuda.
Ji-Hoon se inclinó hacia adelante para apoyar los codos en las rodillas.
—¿Qué más viste? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y preocupación.
La chica le contó sobre la visión: el hombre, la mujer y las palabras desesperadas que resonaban en su mente. El detective asintió lentamente mientras procesaba la información.
–-Podría estar relacionado con los documentos que encontré —respondió al sacar las partituras y la carta que había llevado consigo—. Aún no he descifrado todo, pero parece que el hombre que mencionaste podría ser Han Joon-Kyung, el pianista original.
La muchacha extendió la mano para rozar los papeles con los dedos.
—¿Y qué decía la carta? —quiso saber.
El chico sacó un folio con la letra amarillenta y la leyó en voz alta:
—”A mi amada Mi-Yeon. Cada nota que toco lleva tu nombre, cada melodía es un eco de lo que nunca podremos tener. Si este piano ha de ser mi única conexión contigo, entonces aceptaré mi destino. Pero si alguna vez lees esto, sabrás que te amé más allá de la vida misma”.
Ambos guardaron silencio tras escuchar esas palabras. La habitación parecía haberse sumido en una quietud aún más pesada.
—Él estaba enamorado de ella —murmuró la joven—. No obstante, ¿qué lo retiene aquí?
—Eso es lo que necesitamos averiguar —el detective se levantó con expresión seria—. Pero ahora entiendo algo: este piano no es solo un instrumento. Es una prisión construida con música y amor no correspondido.
A medida que pasaban las horas, Eun-Ji y Ji-Hoon intentaron descifrar más detalles sobre el pasado de Han Joon-Kyung y Mi-Yeon. La pianista, aún nerviosa por lo que había experimentado, se sentó frente al piano una vez más. El detective, con cierta reticencia, la animó a tocar al creer que podría revelar más fragmentos del pasado.