El amanecer llegó al apartamento de Eun-Ji para teñir de un tenue dorado las paredes. Sin embargo, la luz del sol parecía rebotar en el oscuro y antiguo piano, como si este rechazara cualquier intento de calidez.
La chica se sentó en su sillón, con los brazos cruzados, mientras el detective caminaba de un lado a otro, enredado en sus pensamientos.
—Entonces, ¿qué propones? —preguntó ella, con el tono sereno que usaba cuando intentaba controlar su inquietud.
Ji-Hoon se detuvo para apoyar las manos en el respaldo de una silla y contestó:
—Propongo que trabajemos juntos. Tú tienes una conexión directa con el piano, y yo puedo investigar el pasado del pianista y cualquier rastro de este espíritu. Si lo que está atrapado aquí es realmente Han Joon-Kyung, necesito entender quién fue y por qué está tan ligado a este objeto.
La joven frunció el ceño, reflexionando. Desde que el instrumento llegó a su vida, su rutina había sido sacudida, pero también había sentido algo inexplicable: una mezcla de fascinación y responsabilidad.
—Está bien, trabajaré contigo —respondió al fin—. Pero si este pacto significa que tengo que seguir soportando estas… visiones, necesito saber que encontrarás una forma de liberar a este espíritu sin dañarnos a ninguno de los dos.
—Lo prometo —él asintió, aunque en su interior sabía que no podía garantizar nada. Los casos paranormales eran, en el mejor de los escenarios, impredecibles—. Necesito que hagas algo por mí —la miró fijamente, con una seriedad palpable—. No toques el piano cuando estés sola. Ya has sentido lo que puede hacerte, y no sabemos si esas visiones son inofensivas o si podrían volverse más agresivas.
Eun-Ji tragó saliva al recordar la intensidad del dolor y el desasosiego que había sentido al tocar, y asintió lentamente para contestar:
—De acuerdo, aunque creo que no será fácil… siento que me llama, como si necesitara que lo toque.
—Eso es lo que me preocupa —respondió el detective mientras se ajustaba la chaqueta como si con ello pudiera protegerse de lo que se avecinaba.
Esa misma noche, mientras él revisaba archivos y documentos antiguos en su portátil, la chica intentó mantenerse ocupada ordenando su pequeño apartamento. A pesar de la promesa que había hecho, cada vez que pasaba cerca del piano sentía una atracción casi magnética hacia él. La madera parecía emitir un calor sutil, como si estuviera vivo.
Se obligó a apartarse y se sentó con una taza de té en la sala, escuchando a Ji-Hoon teclear. El silencio entre ellos era cómodo, hasta que un sonido inesperado rompió la calma.
Una nota.
La pianista se tensó mientras giraba su rostro hacia el piano. El detective también se detuvo para mirar fijamente el instrumento.
—¿Has sido tú? —preguntó él, aunque sabía la respuesta.
Ella negó con rapidez con la cabeza.
Otra nota resonó, más aguda esta vez, seguida de una serie de teclas pulsadas en rápida sucesión. El sonido no formaba una melodía, sino un caos discordante que llenó el aire con una intensidad sofocante. La muchacha se cubrió los oídos, pero él se levantó para acercarse al piano con cautela.
—Joon-Kyung, ¿eres tú? —inquirió con voz firme, aunque su corazón latía con fuerza.
La música se detuvo de repente, dejando un vacío en la habitación. El aire parecía cargado, pesado, como si algo invisible los rodeara.
De pronto, las luces comenzaron a parpadear. Eun-Ji sintió una ráfaga de aire frío pasar junto a ella, y entonces lo escuchó: un susurro. No podía distinguir las palabras, pero la intensidad detrás de ellas era clara. Era un grito ahogado, lleno de dolor y furia.
—¡Ji-Hoon! —gritó la muchacha mientras se aferraba al borde de su sillón.
Él se giró hacia ella, con sus ojos mostrando una mezcla de asombro y miedo.
—Tranquila, estoy aquí —dijo, aunque su propia voz traicionaba su nerviosismo.
Las luces al fin se estabilizaron, y el piano quedó en silencio. El detective se acercó a la chica y se arrodilló junto a ella para decir:
—Esto se está intensificando más rápido de lo que esperaba. No sé cuánto tiempo más podremos controlarlo.
Eun-Ji, aún temblando, se llevó una mano al pecho.
—Él está sufriendo. Lo siento. Su desesperación. Pero también hay ira. No sé si está dirigida hacia nosotros o hacia él mismo.
El chico apretó los labios mientras su mente procesaba las palabras de ella. No era un hombre que creyera en fantasmas hasta hacía poco, mas las pruebas eran innegables.
—Esto confirma que no se trata solo de un espíritu perdido. Joon-Kyung está atrapado en un ciclo de emociones que lo están consumiendo. Tenemos que encontrar la raíz de todo esto antes de que él nos consuma a nosotros.
A la mañana siguiente, el detective recibió una llamada inesperada de un contacto que tenía acceso a archivos históricos. Según la información obtenida, el piano no solo había pertenecido a Han Joon-Kyung, sino que su creación estaba vinculada a un luthier que trabajaba con métodos poco convencionales, algunos incluso, calificados de “oscuros”.