El tic-tac del reloj en la sala de Eun-Ji parecía más fuerte aquella noche mientras resonaba como un eco ominoso en el apartamento silencioso. Sentada frente al piano, sus dedos temblaban mientras los deslizaba con suavidad por las teclas, como si buscara un hilo de comunicación con el espíritu atrapado en el instrumento. Desde que había regresado del teatro abandonado con Ji-Hoon, algo en ella había cambiado. Cada vez que tocaba el piano, una ola de emociones desconocidas la invadía, como si absorbiera fragmentos del dolor y la ira de Joon-Kyung.
Esa noche no fue la excepción. Las notas resonaron con una intensidad que parecía traspasar las paredes del apartamento. La joven cerró los ojos y dejó que la música fluyera. Pero en lugar de la usual serenidad que la música le proporcionaba, se encontró sumergida en un mundo de sombras.
Se encontraba en un salón opulento lleno de rostros desconocidos. Ropas elegantes, copas de vino tintineando, y en el centro del escenario, un hombre tocando el piano con una destreza imposible. Sus dedos bailaban sobre las teclas para crear una melodía que parecía estar viva, cargada de angustia y desesperación.
La multitud lo observaba, mas sus miradas eran crueles, carentes de admiración. Uno de los hombres, corpulento y con una sonrisa fría, se inclinó hacia el pianista. Aunque la chica no podía escuchar las palabras, entendía la amenaza implícita en su postura. El pianista, Joon-Kyung, tensó los hombros, no obstante, continuó tocando, con sus ojos brillando por las lágrimas no derramadas.
De repente, la escena cambió. El instrumento estaba destrozado, y el pianista yacía en el suelo, rodeado por sombras que se reían de su caída. Eun-Ji intentó correr hacia él, mas sus piernas no respondían. Justo cuando estaba a punto de gritar, una sombra alargada se volvió hacia ella y extendió una mano fría que la atrapó por el brazo.
Despertó sobresaltada, jadeando, con el sonido del piano aún resonando en su mente. Su corazón latía frenéticamente, y cuando intentó levantarse, se dio cuenta de que sus manos temblaban sin control.
A la mañana siguiente, Ji-Hoon llegó a su apartamento, llevando consigo más información sobre Lee Hwan-Seok y su conexión con el teatro. Sin embargo, al verla, dejó los papeles a un lado.
—Eun-Ji, ¿estás bien? —preguntó al acercarse. Su rostro reflejaba preocupación mientras ella se esforzaba por mantener la compostura.
—Estoy bien —respondió con rapidez, aunque su voz delataba su cansancio.
El detective no se dejó convencer. Observó las sombras bajo sus ojos y la palidez de su rostro.
—No lo estás. ¿Qué está pasando?
La joven dudó, pero al fin decidió contarle sobre las pesadillas y las visiones que había estado teniendo. El hombre escuchó en silencio con el ceño fruncido mientras procesaba lo que decía.
—Esto no es normal —dijo al terminar de escucharla—. Ese piano te está afectando. Necesitamos alejarnos de él.
—No puedo hacer eso —ella negó con la cabeza, firme—. Joon-Kyung está tratando de comunicarse conmigo. Hay algo que debo entender, algo que debo hacer por él.
—¿Y qué pasa contigo? —replicó él, frustrado—. Este no es tu problema. Si sigues tocando ese piano, podría destruirte.
—Esto va más allá de mí, Ji-Hoon —la chica se cruzó de brazos para adoptar una postura desafiante—. Si abandono ahora, será como traicionarlo.
Ji-Hoon se pasó una mano por el cabello, claramente frustrado. Quería protegerla, mas sabía que no podía obligarla a hacer algo que no quería. A pesar de sus objeciones, decidió quedarse para asegurarse de que estuviera bien.
Esa tarde, mientras la pianista practicaba en el piano, el detective se sentó en un rincón de la sala, observándola con cautela. A medida que las notas llenaban la habitación, un cambio sutil ocurrió. El aire se volvió más denso, y la luz del sol que entraba por la ventana parecía apagarse con lentitud.
Eun-Ji comenzó a tocar una melodía que no reconocía, pero que fluía de sus dedos como si alguien más la guiara. Sus ojos, aunque ciegos, parecían enfocados en algo distante. El detective sintió un escalofrío recorrer su espalda.
De repente, la joven dejó de tocar, con su cuerpo rígido. Sus manos descansaban sobre las teclas, mas su expresión era de puro horror.
—Lo veo… —murmuró—. Lo veo todo.
—¿Qué ves? —preguntó Ji-Hoon al acercarse con rapidez.
La muchacha habló con voz entrecortada para describir una escena. Habló de un contrato que Joon-Kyung había firmado bajo coacción, de amenazas a su familia y de cómo sus intentos de escapar solo habían empeorado las cosas. Había sido utilizado como una herramienta para enriquecer a otros, y cuando ya no les fue útil, lo habían eliminado.
El detective escuchó atentamente, pero su atención se desvió cuando notó que la piel de la chica comenzaba a enrojecer, como si algo invisible la estuviera quemando. Sin pensarlo dos veces, la apartó del piano. Al instante, el ambiente volvió a la normalidad.
—Eso es suficiente —advirtió mientras la sujetaba por los hombros—. No voy a permitir que te hagas más daño.
Ella clavó sus ojos en él, con una expresión que reflejaba tanto miedo como determinación, y dijo: