El viento golpeaba con fuerza las ventanas del apartamento de la pianista, como si el mundo exterior estuviera tan inquieto como los pensamientos que atormentaban a Ji-Hoon. Llevaba horas investigando, rodeado de libros antiguos, notas caóticas y grabaciones de los fenómenos que había documentado con el piano. Cada página que pasaba parecía revelarle algo más oscuro, hasta que finalmente encontró la respuesta que había estado buscando, aunque deseó no haberlo hecho.
La verdad era cruel: para destruir el piano y liberar a Joon-Kyung, la chica tendría que enfrentarse a su vínculo emocional con el instrumento. No solo dejar de tocarlo, sino renunciar a la conexión especial que compartía con él, una conexión que la definía como artista. El sacrificio implicaba renunciar a una parte de sí misma, y el detective sabía que aquello no solo la devastaría, sino que también podría destruir lo que había comenzado a florecer entre ellos.
La muchacha estaba sentada al piano, deslizando los dedos sobre las teclas sin tocarlas realmente. Había algo en su postura, una mezcla de paz y melancolía, que hizo que el hombre se detuviera antes de hablar. La imagen de ella, tan conectada con ese instrumento maldito, reforzaba la carga de lo que estaba a punto de decir.
—Eun-Ji —la llamó con voz tensa.
Ella levantó la cabeza hacia él, con sus ojos ciegos aún fijos en el vacío pero atentos a su tono.
—¿Qué ocurre? Has estado inquieto todo el día.
Ji-Hoon tomó aire al cruzarse de brazos como si así pudiera contener la oleada de emociones que lo embargaban.
—He encontrado la manera de destruir el piano —dijo al fin.
Ella se enderezó, con su expresión oscilando entre la esperanza y la cautela, e inquirió:
—¿Cómo?
Él dudó mientras elegía con cuidado sus palabras y contestó:
—No será fácil. El piano… está conectado a ti de una forma más profunda de lo que pensábamos. Para destruirlo, tendrás que renunciar a él por completo, a todo lo que significa para ti.
El silencio que siguió fue tan pesado que parecía llenar la habitación. Eun-Ji apartó las manos del instrumento y las colocó sobre su regazo.
—¿Renunciar a él? —preguntó en un susurro—. ¿Qué significa eso?
Ji-Hoon se acercó y se arrodilló frente a ella mientras tomaba sus manos entre las suyas y respondía:
—Significa que tendrás que dejar de tocar. No solo este piano, sino cualquier otro. Tendrás que romper el vínculo emocional que tienes con la música, con todo lo que el instrumento representa para ti.
Eun-Ji clavó sus ojos ciegos en los de él, como si intentara procesar el alcance de sus palabras.
—Eso es… imposible —murmuró, con la voz temblando—. La música es todo lo que soy. Sin ella, ¿qué me queda?
Mientras tanto, Sun-Hee, quien había seguido los avances del detective desde las sombras, llegó al apartamento en el momento más tenso. Había leído parte de las notas del chico y había comenzado a sospechar que el costo sería demasiado alto para su amiga. Sabía que ella era fuerte, pero también sabía cuánto significaba la música para ella.
Entró sin llamar, y la discusión entre la pianista y el hombre la recibió como un golpe.
—¿Qué está pasando aquí? —demandó, con su tono más agudo de lo habitual.
Ji-Hoon se levantó, claramente irritado por la interrupción, y dijo:
—Esto no te concierne, Sun-Hee.
—Claro que me concierne —replicó al avanzar para quedar junto a su amiga—. Ella es mi mejor amiga, y no voy a quedarme de brazos cruzados mientras tomas decisiones que podrían destruirla.
—Sun-Hee, no es tan simple… —intentó interrumpir Eun-Ji.
—¡Claro que no lo es! —exclamó la chica con sus mirada clavada en Ji-Hoon con desafío—. Pero renunciar a la música no puede ser la única solución. Tiene que haber otra manera.
El detective apretó los dientes, visiblemente frustrado y comentó:
—¿Crees que no lo he considerado? He buscado todas las alternativas posibles, pero el vínculo entre Eun-Ji y ese piano es lo que lo mantiene aquí. Si no lo rompe, nunca podremos destruirlo.
Sun-Hee lo miró con incredulidad antes de girarse hacia su amiga y decir:
—Eun-Ji, dime que no estás considerando esto. No puedes… no debes hacerlo.
La aludida, que había permanecido en silencio, finalmente habló, con su voz calmada pero cargada de emoción:
—No sé qué hacer. Quiero liberarme del piano, pero no sé si puedo renunciar a la música. Es como si me pidieran que arrancara una parte de mi alma.
La sala quedó en silencio mientras las palabras de la pianista resonaban en el aire. Ji-Hoon sintió un nudo en el pecho al saber que lo que le estaba pidiendo era casi cruel. Mas también sabía que mantener el instrumento significaba exponerla a un peligro constante.
—Eun-Ji —dijo con suavidad—, sé que es mucho pedir. También sé que eres más fuerte de lo que crees. Esto no se trata solo de ti. Si no destruimos el piano, Joon-Kyung seguirá atrapado, y su ira podría consumirnos a todos.