Caricias en la oscuridad (cinco sentidos)

Capítulo 13

La noche era densa, como si el mundo mismo contuviera el aliento ante lo que estaba por suceder. El trío de amigos se encontraba reunido en el salón del apartamento, alrededor del piano. Las luces estaban apagadas, y la única iluminación provenía de las velas que Ji-Hoon había dispuesto al seguir las instrucciones de un ritual que prometía establecer un puente definitivo entre los vivos y los muertos.

Eun-Ji, sentada frente al instrumento, acariciaba las teclas con nerviosismo, mientras el detective revisaba una y otra vez los pasos a seguir en el libro que había encontrado. Sun-Hee, de pie a un lado, no dejaba de mirar a su amiga con una preocupación evidente.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —le preguntó con la voz temblorosa.

La pianista asintió con lentitud, aunque su rostro estaba pálido, y contestó:

—No tengo otra opción. Si no lo enfrento ahora, nunca lo haré.

El hombre dejó el libro a un lado y se acercó a la chica. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, mostraban una chispa de empatía que no era habitual en él.

—Recuerda, no estás sola —comentó con suavidad—. Sun-Hee y yo estaremos aquí. No importa lo que pase.

Eun-Ji asintió de nuevo mientras tomaba una respiración profunda antes de colocar sus manos sobre las teclas. Cerró los ojos para dejar que los primeros acordes de una melodía melancólica llenaran el aire. Era una composición que conocía bien, una que había tocado tantas veces que se sentía como una extensión de su alma.

Con cada nota que tocaba, la temperatura en la habitación comenzó a descender. Un viento invisible apagó algunas de las velas, y el piano pareció cobrar vida, vibrando con una energía que no pertenecía al mundo de los vivos. Entonces, lo sintieron: la presencia de Joon-Kyung.

Su figura empezó a materializarse junto al piano, primero como una sombra, luego como una silueta cada vez más definida. Sus ojos brillaban con una mezcla de dolor y furia, y cuando habló, su voz resonó como un eco que parecía provenir de todos los rincones de la estancia.

—¿Por qué me has llamado, Eun-Ji? —preguntó, con su tono cargado de amargura—. ¿No has tenido suficiente con profanar mi música?

La aludida levantó la mirada hacia él, con las manos temblando ligeramente sobre las teclas, y respondió:

—No quiero luchar contigo. Quiero entenderte. Quiero ayudarte.

El espíritu se echó a reír con un sonido seco y amargo que hizo que Sun-Hee retrocediera un paso.

—¿Ayudarme? —repitió con sarcasmo—. ¿Crees que puedes reparar lo que me hicieron? ¿Crees que unas palabras amables pueden borrar la traición, el dolor, la muerte?

Ji-Hoon dio un paso adelante para interponerse entre él y la chica, y dijo:

—Escucha, no estamos aquí para justificar lo que te pasó. Queremos encontrar una manera de que puedas descansar en paz. Pero para eso, necesitamos que dejes de culpar a Eun-Ji. Ella no tiene nada que ver con lo que ocurrió.

Los ojos del pianista se posaron en el detective, y su expresión cambió a una mezcla de burla y desafío.

—¿Y qué sabes tú del dolor? —inquirió—. ¿Qué sabes de ser traicionado por aquellos en quienes confías?

El chico apretó los puños, mas no respondió. Sabía que responder con ira solo empeoraría las cosas. Fue la joven quien rompió el silencio:

—No entiendo completamente tu sufrimiento, Joon-Kyung, pero puedo sentirlo. Cada vez que toco este piano, cada nota está impregnada de tu dolor. Y no quiero que siga siendo así.

El espíritu pareció vacilar por un momento mientras su expresión se suavizaba apenas.

—¿Crees que mi sufrimiento puede terminar? —quiso saber, con su tono ahora más vulnerable.

La muchacha asintió y agregó:

—Creo que todos merecemos una oportunidad de paz. Pero necesitas ayudarme a entender lo que pasó. Dime quién te hizo daño, quién te traicionó, y prometo que haré todo lo posible por hacer justicia.

El pianista guardó silencio por un largo momento, como si estuviera debatiéndose consigo mismo. Finalmente, comenzó a hablar, con su voz baja pero cargada de emoción:

—Era un músico talentoso, o eso decía la gente. Pero también era ingenuo. Confié en las personas equivocadas, personas que me usaron para su propio beneficio —hizo una pausa mientras su expresión se oscurecía—. Había una mujer… Yoon-Hee. Pensé que me amaba, que creía en mi música. Todo era una mentira. Ella me traicionó. Me vendió a aquellos que querían mi obra para enriquecerse. Cuando me di cuenta de lo que había hecho, ya era demasiado tarde. Intenté confrontarla, pero los hombres para quienes trabajaba me encontraron primero. Me mataron, y mi sangre empapó este maldito piano.

Eun-Ji sintió un nudo en la garganta al escuchar su historia. Aunque las acciones de Joon-Kyung habían sido aterradoras, ahora entendía el origen de su rabia y su dolor.

—Lo siento mucho —dijo en voz baja—. Nadie merece pasar por algo así.

El espíritu la miró mientras su expresión volvía a suavizarse, y dijo:

—Tú no tienes la culpa de lo que me pasó. Pero este piano… es todo lo que me queda. Es mi último vínculo con este mundo. Si lo destruyes, desapareceré para siempre.




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