La lluvia caía sobre el tejado del apartamento con un suave tamborileo que parecía sincronizarse con el estado de ánimo de los ocupantes de la sala. Los tres se encontraban sentados en silencio frente al piano. La confrontación con el espíritu había dejado una marca en cada uno de ellos, y aunque su presencia era menos amenazante, continuaba siendo una carga que pesaba en el aire.
Eun-Ji acariciaba el piano con una mezcla de temor y resolución. Sentía que estaban al borde de una revelación, una verdad que el pianista había retenido hasta ahora. El espíritu, aunque menos agresivo, seguía siendo una figura de dolor y rabia, atrapado entre el deseo de justicia y la necesidad de paz.
—Sabes que no se irá hasta que todo esté claro —comentó el detective para romper el silencio. Su tono era firme, pero su mirada reflejaba preocupación por la chica.
Ella asintió al levantarse con una determinación renovada y dijo:
—Si quiere que lo entienda, debe decírmelo todo. No más fragmentos. No más secretos.
Le pidió a su amiga que encendiera las velas que quedaban en la sala y se sentó frente al instrumento. Sun-Hee y Ji-Hoon se ubicaron cerca, observándola con atención. La pianista respiró hondo y dejó que sus dedos acariciaran las teclas para iniciar una melodía suave pero cargada de emociones.
Las notas parecían llamar a Joon-Kyung, ya que su figura comenzó a materializarse, primero como una sombra, luego como una presencia más definida. Esta vez, su expresión no estaba cargada de furia; en su lugar, había algo que se asemejaba a la tristeza.
—Has venido de nuevo —comenzó la joven, sin dejar de tocar—. Pero esta vez, quiero escucharlo todo. No más medias verdades. Quiero saber qué pasó contigo, con Yoon-Hee, con los demás.
El espíritu permaneció en silencio por un momento, con su figura translúcida temblando como si estuviera resistiendo algo. Finalmente, habló:
—¿Crees que será fácil para mí revivirlo? ¿Desenterrar los detalles de mi mayor fracaso, de mi mayor dolor?
Eun-Ji dejó de tocar y levantó la mirada hacia él para contestar:
—No será fácil. Pero si quieres justicia, si quieres paz, necesitas compartirlo conmigo. No puedo ayudarte si no lo haces.
El pianista cerró los ojos y comenzó a hablar, con su voz resonando como un eco en la sala:
—Yoon-Hee no solo era la mujer que amaba, era mi musa, mi razón para componer. Su voz, su risa… todo en ella me inspiraba. Creí que juntos podíamos conquistar el mundo. Pero todo era una mentira.
Las velas parpadearon, como si el peso de sus palabras afectara, incluso al entorno.
—Ella estaba trabajando con otros, hombres poderosos que veían mi talento como una herramienta para su beneficio. Fingió amarme, fingió creer en mí, solo para robar mi música y entregársela a ellos. Cuando me di cuenta, la confronté. Le pedí que me lo explicara, que me dijera que no era cierto. En lugar de disculparse, me llevó al lugar donde esos hombres me esperaban —hizo una pausa, con su figura temblando con una furia contenida—. Me mataron esa noche. Me golpearon, me dejaron sangrando junto al piano que había construido con mis propias manos. Pero antes de que perdiera la consciencia, vi cómo Yoon-Hee se alejaba sin mirar atrás.
El silencio que siguió fue abrumador. Eun-Ji sintió que una lágrima rodaba por su mejilla, incapaz de contener la empatía que sentía por él. Ji-Hoon, aunque menos emocional, tenía el rostro tenso, como si estuviera procesando la magnitud de la traición.
—Lo siento mucho —susurró la pianista—. Nadie debería pasar por algo así.
Joon-Kyung levantó la mirada hacia ella, con sus ojos brillando con una mezcla de esperanza y dolor.
—Entonces… entiendes por qué no puedo irme. Por qué necesito justicia.
Ella se quedó en silencio por un momento, con sus dedos rozando las teclas del piano, hasta que se armó de valor y habló:
—No puedo devolverte lo que perdiste, pero puedo ofrecerte algo más. Puedo tocar tu música, compartir tu historia con el mundo. Si logras encontrar la paz, tu legado no se perderá.
—¿Y qué me garantiza que no olvidarás tu promesa una vez que me haya ido? —el espíritu la miró con escepticismo.
—Nada —admitió ella—. Aunque si me conoces lo suficiente, sabes que no podría vivir conmigo misma si te traicionara. Déjame intentar liberarte a través de tu música.
Joon-Kyung pareció considerar sus palabras, y al fin, asintió al decir:
—Hazlo, entonces. Pero si fallas, si no cumples tu promesa, mi irá será lo último que experimentes.
La joven comenzó a tocar, esta vez una composición que no reconocía y que parecía surgir desde las profundidades del piano mismo. Era la obra de él, una pieza inacabada que hablaba de amor, traición y pérdida. Cada nota resonaba con una emoción tan intensa que Ji-Hoon y Sun-Hee no pudieron evitar sentir escalofríos.
A medida que tocaba, la muchacha sintió que algo cambiaba en el aire. La figura de Joon-Kyung comenzó a desvanecerse con lentitud, pero no con la misma violencia que antes. En su lugar, parecía estar siendo liberado mientras su expresión se suavizaba.
—Gracias —dijo él, con su voz apenas en un susurro—. Cumple tu promesa, Eun-Ji.