El sol se filtraba con timidez a través de las cortinas del estudio de Eun-Ji para proyectar sombras ondulantes sobre el piano de cola. El detective se apoyaba contra la pared, observándola con cautela mientras se preparaba para tocar. El ambiente estaba cargado de tensión, como si el aire mismo estuviera conteniendo la respiración. La pianista había encontrado la partitura en un compartimento oculto dentro del piano, una composición que, según Joon-Kyung, contenía la totalidad de su historia.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Ji-Hoon en voz baja y firme.
Ella asintió, con sus dedos acariciando las teclas y contestó:
—Es la única forma de liberar todo lo que el pianista dejó atrás. Necesitamos entenderlo por completo, incluso si eso significa enfrentar lo peor.
El detective quería protestar, pero sabía que no serviría de nada. La determinación en los ojos de ella era inquebrantable. Suspiró y se acercó para colocar una mano sobre el hombro femenino.
—Estoy aquí. Pase lo que pase.
Eun-Ji le dedicó una sonrisa fugaz antes de volver su atención hacia el piano. Cerró los ojos, dejó escapar un suspiro profundo y presionó la primera tecla.
La melodía comenzó suave, casi como un susurro. Las notas iniciales parecían contener una esperanza melancólica, una promesa de algo perdido mas no olvidado. A medida que avanzaba, la música creció en intensidad, llena de arpegios frenéticos y acordes desgarradores que evocaban imágenes de lucha, amor y traición.
La muchacha sintió que la música no solo salía de sus manos, sino que se filtraba en su propia mente. De repente, las imágenes comenzaron a invadirla.
Joon-Kyung, un joven pianista apasionado, tocaba en un teatro abarrotado mientras sus ojos buscaban en la multitud a Yoon-Hee, la mujer que amaba. Luego, la escena cambió. Yoon-Hee estaba con otro hombre, susurrándole palabras que el pianista no podía oír pero que destrozaban su corazón.
La música se volvió caótica al reflejar la confusión y el dolor del espíritu. Eun-Ji vio cómo el pianista era engañado, acusado falsamente de un crimen que no cometió, y por fin, traicionado por aquellos en quienes confiaba. Su muerte fue lenta, rodeada de sombras y un silencio que solo el piano había podido romper.
La chica dejó escapar un jadeo, pero sus manos no se detuvieron. La música exigía ser terminada.
Con la última nota resonando en la habitación, el aire se tornó helado. La figura de Joon-Kyung comenzó a materializarse frente a ellos, más clara y tangible que nunca. Sus ojos brillaban con una mezcla de emociones: dolor, rabia, y algo más profundo, más humano.
—Lo has hecho —dijo, con su voz resonando como un eco lejano—. Has tocado mi historia.
Eun-Ji se levantó del banco del piano, con las piernas temblando ligeramente y dijo:
—Lo sentí todo, Joon-Kyung. Tu amor, tu pérdida… tu rabia. Pero también tu miedo. No tienes que quedarte atrapado en esto para siempre.
El aludido la miró fijamente, como si estuviera evaluando la sinceridad de sus palabras.
—¿Y qué debería hacer? ¿Olvidar lo que me hicieron? ¿Perdonar? —su voz estaba cargada de amargura—. Todo lo que he sido desde mi muerte ha girado en torno a mi venganza.
Ji-Hoon dio un paso adelante para interponerse entre ellos y habló:
—La venganza no te devolverá lo que perdiste. Solo te está destruyendo, y ahora intentas arrastrarnos contigo. Déjanos ayudarte a encontrar la paz.
El espíritu dejó escapar una carcajada amarga.
—¿La paz? ¿Qué sabéis de lo que significa perderlo todo? Tenéis algo que yo nunca tendré: tiempo. Un futuro. Amor.
Eun-Ji se adelantó, con sus ojos llenos de compasión.
—Tienes razón. No podemos entender completamente tu dolor, pero no estás solo. Te hemos escuchado, hemos visto tu verdad. Eso tiene que significar algo.
El fantasma la miró con una intensidad que la hizo temblar y respondió:
—Si libero mi rabia, ¿qué queda de mí? ¿Quién soy sin ella?
La chica respiró hondo y dejó que sus palabras salieran con una claridad que la sorprendió:
—Eres más que tu dolor. Eres el amor que sentiste por Yoon-Hee, la pasión que pusiste en tu música, el hombre que quiso cambiar el mundo a través de sus notas. Ese es el Joon-Kyung que merece ser recordado.
El aludido permaneció en silencio durante lo que pareció una eternidad. Finalmente, cerró los ojos, y su forma comenzó a cambiar. La oscuridad que lo rodeaba pareció disiparse para revelar al hombre joven y vibrante que había sido en vida.
—No puedo cambiar lo que me hicieron, pero puedo elegir no dejar que me defina —sus palabras eran un susurro, pero resonaron con fuerza en la habitación—. Gracias, Eun-Ji. Por devolverme algo que pensé que había perdido para siempre: mi humanidad.
La luz comenzó a envolver al pianista mientras se desvanecía lentamente. No obstante, antes de desaparecer por completo, se giró hacia el detective y le dijo:
—Cuídala. Es más fuerte de lo que parece, pero incluso los fuertes necesitan apoyo.