Caricias en la oscuridad (cinco sentidos)

Capítulo 17

El estudio estaba en penumbras, la atmósfera cargada con una mezcla de tensión y tristeza. El piano de cola, que durante semanas había sido tanto un puente hacia los recuerdos de Joon-Kyung como una fuente de angustia, se encontraba en el centro de la sala, imponente y solemne. Eun-Ji permanecía de pie frente a él, con sus manos temblorosas colgando a los costados. Ji-Hoon, a su lado, observaba el instrumento como si fuera un adversario formidable.

—¿Estás segura de que quieres hacerlo? —le preguntó el chico al romper el silencio.

Ella asintió, aunque sus ojos reflejaban la lucha interna que libraba.

—No hay otra manera. Su dueño encontró la paz, pero este piano… es como un ancla que sigue atrapando fragmentos de lo que dejó atrás. Si no lo destruyo, no podremos avanzar.

El detective apretó los labios. Sabía que tenía razón, mas ver la determinación en su rostro, mezclada con una tristeza casi palpable, le partía el alma. Quería protegerla de ese dolor, aunque también entendía que esta era una batalla que debía librar ella misma.

Sun-Hee llegó minutos después con un mazo pesado que Ji-Hoon había comprado ese mismo día. Sus ojos recorrieron el piano con una mezcla de reverencia y aprensión.

—Esto parece un funeral —dijo la recién llegada al intentar aligerar el ambiente. Pero su sonrisa nerviosa desapareció al ver la expresión de su amiga—. Perdón, no quería…

—Está bien —respondió Eun-Ji, con su voz apenas en un susurro—. Tal vez lo sea.

Se acercó al instrumento y pasó las manos con suavidad por la tapa de madera, como si se despidiera de un amigo querido. Los recuerdos de las melodías que había tocado en él inundaron su mente: la emoción de descubrir la historia de Joon-Kyung, el miedo de sentirse consumida por su influencia y la esperanza de haber hecho lo correcto al ayudarlo a encontrar la paz.

Con un último suspiro profundo, levantó la tapa y expuso las teclas. El detective dio un paso adelante y colocó una mano sobre su hombro para decir:

—Deja que lo haga yo.

—No —negó la chica con la cabeza—. Esto es algo que debo hacer yo misma.

Tomó el mazo de las manos de Sun-Hee y lo sostuvo con firmeza, aunque su cuerpo temblaba visiblemente. Ji-Hoon y Sun-Hee retrocedieron para darle espacio.

La primera vez que golpeó, el sonido fue ensordecedor. Las teclas se astillaron, aunque el impacto también resonó en su corazón. Un sollozo escapó de sus labios, pero no se detuvo. Golpeó una y otra vez, hasta que las cuerdas del piano comenzaron a romperse con un estruendo metálico.

Cada golpe parecía arrancarle algo más que solo el instrumento. Era como si partes de su propia alma se fragmentaran junto con él. Ji-Hoon quiso intervenir, pero Sun-Hee lo detuvo al colocar una mano en su hombro.

—Déjala. Necesita hacerlo.

Al fin, Eun-Ji dejó caer el mazo. Su respiración era irregular, y las lágrimas corrían libremente por su rostro. El piano, o lo que quedaba de él, era ahora una pila de madera rota y cuerdas retorcidas.

La pianista cayó de rodillas frente a los escombros, con sus manos cubriendo su rostro. El detective no pudo contenerse más y se arrodilló junto a ella mientras la envolvía en un abrazo firme. Ella no intentó resistirse; simplemente se hundió en sus brazos, con su cuerpo temblando por el llanto.

—Lo siento tanto —murmuró la chica entre sollozos—. No sabía que sería tan difícil.

El chico acarició su cabello, y con su voz suave y tranquilizadora dijo:

—No tienes nada de qué disculparte. Hiciste lo que tenías que hacer. Y estoy aquí. Siempre estaré aquí.

Sun-Hee se sentó en el suelo junto a ellos, con una expresión llena de preocupación.

—Eun-Ji, eres más fuerte de lo que crees. Esto… Esto es solo el final de una etapa. Pero no estás sola.

La aludida levantó la mirada hacia sus amigos, con su rostro aún empapado en lágrimas. Aunque su dolor seguía siendo intenso, sintió una chispa de consuelo al ver la sinceridad en sus ojos.

—Gracias. A los dos.

En los días que siguieron, la pianista se encontró atrapada en una sensación de vacío. Aunque el piano había sido una fuente de conflicto, también había sido un refugio, un lugar donde canalizaba sus emociones y conectaba con algo más grande que ella misma. Ahora, sin él, se sentía perdida.

Pasaba horas paseando por el espacio donde solía estar el piano, incapaz de llenarlo con algo más. Ji-Hoon comenzó a visitarla con más frecuencia para llevarle comida, hablar con ella, o simplemente sentarse en silencio a su lado.

—No tienes que enfrentarlo sola —le dijo una tarde mientras le servía un té caliente—. Puedes apoyarte en mí.

Eun-Ji lo miró, con sus ojos llenos de gratitud y tristeza.

—No sé cómo avanzar. Toda mi vida, la música ha sido mi escape, mi forma de expresarme. Ahora siento que he perdido eso también.

Él tomó su mano y la entrelazó entre sus dedos con los de ella.

—No lo has perdido. La música sigue dentro de ti. Y cuando estés lista encontrarás una nueva forma de expresarla.




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