El aire fresco de primavera llenaba el apartamento de Eun-Ji mientras se entremezclaba con el suave aroma de flores que Ji-Hoon había traído esa mañana. Habían pasado meses desde la destrucción del piano, y aunque el camino no había sido fácil, la chica comenzaba a sentirse como una versión renovada de sí misma. Había aprendido que el dolor podía transformarse en algo hermoso si se encontraba la fuerza para enfrentarlo.
El espacio donde antes estaba el piano seguía vacío, pero ya no pesaba como antes. En su lugar, una pequeña mesa con plantas y cuadernos de música ocupaba la esquina, como un recordatorio de que no había perdido su esencia, solo había cambiado su forma de expresarla.
El detective llegó poco después del mediodía, cargando una bolsa con comida casera. Desde la experiencia con el instrumento, había tomado la costumbre de visitarla al menos dos veces por semana. Su presencia, constante y tranquila, había sido el ancla que la muchacha necesitaba para mantenerse firme durante los días más oscuros.
—Hoy traigo tu favorito: mandu —dijo con una sonrisa al levantar la bolsa como si fuera un trofeo.
Eun-Ji rio. Una risa ligera y sincera que hacía meses no escuchaba en sí misma.
—¿Intentas comprarme con comida? —bromeó mientras abría la puerta.
—Siempre funciona —respondió al pasar al interior del apartamento.
Se acomodaron en la pequeña mesa del comedor y charlaron sobre temas cotidianos: el trabajo de él, las pequeñas clases de música que ella había comenzado a dar en un centro comunitario, e incluso los intentos de Sun-Hee por aprender a tocar la guitarra, con resultados desastrosos pero hilarantes.
La conversación fluía con facilidad, mas ambos sabían que había algo más profundo en el aire, algo que ninguno mencionaba directamente y que se reflejaba en las miradas y en los pequeños gestos de afecto.
Mientras recogían los platos, él rompió el silencio:
—Hay algo que quiero mostrarte.
—¿El qué? —tenía curiosidad.
—Es una sorpresa. Ponte los zapatos y ven conmigo.
Intrigada, la chica siguió sus instrucciones. Él la llevó a su coche y condujo por las calles de Seúl hasta llegar a un pequeño estudio de música. Las paredes del lugar estaban cubiertas de paneles de madera, y en el centro de la sala había un piano de cola negro.
El joven la llevó hasta el instrumento y puso las manos femeninas encima para que pudiera verlo a través de su tacto.
—Ji-Hoon… ¿qué es esto? —preguntó, con la voz temblando.
—No es para que lo toques si no estás lista —aclaró él con rapidez—. Pero quería que supieras que la música no tiene que ser un recuerdo doloroso. Este lugar puede ser un nuevo comienzo, si tú lo decides.
Eun-Ji sintió cómo las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero no eran de tristeza. Eran de gratitud y algo que no había sentido en mucho tiempo: esperanza.
Se acercó al piano con cautela, como si temiera que pudiera romperse bajo su toque. Sus dedos rozaron las teclas, y un escalofrío recorrió su cuerpo. No era el mismo piano que había destrozado, pero había algo familiar en la sensación, algo que despertaba un torrente de emociones.
—¿Puedo? —preguntó con emoción.
El detective la ayudó a tomar asiento y él se sentó en un rincón de la sala para darle espacio.
La chica presionó una tecla, luego otra, dejando que el sonido llenara la habitación. Era como si las notas despertaran algo que había estado dormido dentro de ella, un rincón de su alma que había creído perdido. Sus manos empezaron a moverse por el teclado y tocó al principio de forma vacilante, pero pronto encontró un ritmo más seguro.
La melodía que surgió no era una pieza que conociera. Era algo nuevo, algo que nacía de las emociones que había acumulado durante esos meses. Dolor, amor, pérdida y esperanza se entrelazaron en cada nota, creando una composición que hablaba de su viaje, de su renacimiento.
Cuando terminó, levantó la mirada, vidriosa por las lágrimas no derramadas. Ji-Hoon, sentado con los codos apoyados en los muslos, la observaba con una mezcla de orgullo y admiración, y dijo:
—Eres increíble.
Ella dejó escapar una risa nerviosa mientras se limpiaba las pequeñas lágrimas que habían caído sin que se diera cuenta.
—No sé que ha sido eso, pero… creo que necesitaba hacerlo.
El joven se acercó para tomar asiento junto a ella en el banco del piano y contestó:
—Ha sido hermoso. Como tú.
El comentario hizo que Eun-Ji buscara su rostro con las manos. Había algo en su expresión, una sinceridad que la dejó sin aliento. Antes de que pudiera responder, él tomó, a su vez, su rostro entre las manos con suavidad y confesó:
—Eun-Ji, sé que aún estás sanando, pero quiero que sepas que estaré aquí, no importa cuánto tiempo tome. Porque tú eres importante para mí, más de lo que puedo expresar con palabras.
El corazón de la chica latió con fuerza, mas esta vez no era por miedo ni ansiedad. Era algo más cálido, más reconfortante. Una sonrisa tímida apareció en sus labios.