SOLO UNA NIÑA
Con el bolso a su espalda, tan grande que parecía un caparazón de tortuga caminaba entre los arboles zigzagueando hasta llegar a su lugar escondite, uno donde había un pequeño lago con una mini cascada pero traía un rico aroma y la tranquilidad del lugar le daba paz, el agua caía ajena a lo que pasaba kilómetros más allá, donde la manada vivía. Él se sentó en una gran roca a contemplar el agua, dejando caer el bolso a un lado y atrayendo sus rodillas hasta su pecho.
Era de esos días donde no quería ver nada ni nadie, se sentía solo pero nunca eso lograría cambiar en él. Para ser el hijo del alfa no era nada popular, su personalidad era así, poco sociable y empatizarte, no era de mal carácter ni trataba mal a las personas, pero nunca veía el motivo de porque fraternizar o hacer lazos con alguien por la importancia de lo que algún día seria suyo.
Tenía la vida perfecta, pero no sabía que era peor, tener todo lo que quería y podía o no tener nada en la vida ¿Podía dar las gracias? Esas últimas semanas de clase sus padres lo tenían al borde, siendo personas sociables y bien portadas, lástima que él era todo lo contrario.
Al principio de su adolescencia pensaba en cómo sería tener su primera novia ¿qué haría y que le diría? pero la oportunidad nunca llego, las mujeres parecían huir de él, al cabo de los años dejo de intentar y termino alejándose de dos amigos, ni el mismo entendía por qué lo hacía.
Su mente trabaja mientras su cara se mantenía inexpresiva, esa era una de las cosas por las que lo conocían, su cara de culo, siempre estaba serio y rara vez había algo que lo hiciera reír, no se recuerda como un niño juguetón, sino todo lo contrario, desde que tiene memoria, todo han sido sus estudios, le gustaba saber cosas, pero se guardaba la información, existían esos alumnos en su clase que se creían unos genios por saber más que los demás y presumían, pero a él no le gustaba para nada, si no se le preguntaba directamente, no podía saberse que él ya tenía conocimiento sobre el tema.
- Bien dicho – le dijo su profesor de química hace solo unas horas.
Todos sorprendidos voltearon a ver al pupitre de atrás, donde él siempre se sentaba, y sus miradas lo ponían incomodo, así que puso su cara de culo y todos siguieron prestando atención.
No le gustaba estar sin hacer nada, trabajaba muy bien bajo presión, lo sabía porque su padre se encargó de comprobarlo, no había nada que no pudiera hacer bien, poniendo de lado el trato con las personas, sabia como ser educado pero sentía que no era el, así que octava por permanecer callado y asentir.
Justo ese día se sentía aburrido de su vida, y que peor mal que ese, lo más emocionante que había tenido esos últimos años fue que pudo cambiar, y su lobo era todo lo que él no, grande y fuerte, le hablaba cientos de cosas en su cabeza, hacía que recordara otras, como ahora mismo.
“Tu padre dijo ayer que llegaras temprano, tiene cosas que hacer fuera de casa con tu madre y tu hermana no se ira esa vez con ellos”
*Se aprovechan de mi de que ya se manejar la manada sin ellos* dijo en su mente.
“Mia, mía”
Un delicioso olor llego y empezó a mirar para todos lados, luego segundos después respiro calmándose y espero, ese delicioso olor se fue acercando más a él y se enderezo en la gran piedra.
Una pequeña apareció éntrelos árboles, estaba haciendo una especia de baile, cargaba un vestido azul oscuro con dibujos dorados en la parte del busto, desde donde estaba él podía ver el gran lazo que tenía en la espalda, hecho con una cinta gruesa del mismo color de su vestido, era como si estuviera un lazo de regalo, pero todo era mucho más lindo.
La niña tenía delgados cabellos dorados recogidos en una trenza alrededor de su pequeña cabecita sosteniéndose con una cinta también azul, daba vueltas creyéndose bailarina y cantaba algo sobre una “mariposita”, hasta que lo vio a él y se quedó estática.
Él tomo aire llenándose de su olor pero también noto miedo en ella, agudizo el oído y escucho su corazón acelerado.
- No te hare daño ¿Cómo llegaste aquí? – trato de sonar suave para no asustarla más pero no se escuchó como lo hizo en su cabeza.
- Yo-yo – dio un paso atrás y el arrugo la nariz, el olor que desprendía cuando se asustaba le molestaba.
- ¿Quieres un poco de chocolate? – le pregunto metiendo una de sus manos en su bolsillo y sacando una barra de chocolate ya abierta.
La pequeña le regalo una gran sonrisa blanca y sintió cuando su miedo se fue remplazando por felicidad, ella camino hasta donde él estaba sentado y lo miro como un ángel, su corazón se aceleró pero se mantuvo en calma.
- ¿Así que te gusta el chocolate? – se dijo un poco curioso.
- Si – la voz de la pequeña era tan tierna que sonrió para ella.
- Tu olor es igual, un poco mejor… - susurro.
La pequeña le extendió la mano y él le pasó un pedazo para dárselo, ella lo contemplo para luego comérselo. Cuando termino con el camino a su lado y le pidió que la subiera a su lado.
- Gracias ¿me das más cocolate?
- Claro – le paso otro pedazo sonriendo como nunca.
La pequeña movía la cabeza de un lado a otro mientras comía, y así la tuvo bastante rato.
“Tan pequeña, quiero cuidarla” escucho a su lobo decir con admiración.
- Creo que es hora de que vuelvas con tus padres - le hablo a la niña.
- Gracias por darme cocolate ¿me acompañas? – le tendió la mano y el la tomo.
La bajo con delicadeza de la piedra y juntos salieron del bosque, llegando al centro de la manada donde había gente caminando de un lado a otro, estaban acercándose a un grupo de perdonas cuando a pocos metros una mujer se dio la vuelta y al ver la niña salió corriendo.
- ¿Dónde te habías metido, Anni? me tenías asustada – la regañaba mientras la tomaba en brazos.