—Eran horas tempranas de la mañana e iba a la tienda más cercana para comprar pan para el desayuno. Estaba en pijamas como cualquier otro día, pero permanecía atenta y presurosa por llegar porque hacía frío. Entré y me acomodé en la fila, la mayoría de vecinos estaban ahí. Todos me saludaron cuando me vieron entrar.
» Pero había alguien en la fila que no conocía. Un chico, seguramente de mi edad, estaba un poco más adelante. Su cabello se le enredaba por la parte de atrás. Era delgado, pero su cuerpo de ninguna manera parecía débil..., no podía dejar de mirar su espalda.
» Un sonido estruendoso y seco nos alertó a todos los que estábamos dentro de la tienda. Algunos corrieron a mirar que era, otros se mantuvieron reacios en su lugar. Salí, dejando a una señora el encargo de que me guardara el sitio y pude ver a dos hombres peleando, con tal furia que parecían decididos en matarse a golpes. La mayoría miraba, atónitos por lo que sucedía. Aquel chico apareció a mi costado y comencé a mirarlo solamente de reojo. Parecía concentrado en la pelea, tanto como todos los demás alrededor.
» Uno de ellos asestó el golpe final, dejando al otro desplomado en el piso. Algunos vecinos lo agarraron por la espalda cuando parecía que se dignaría a seguir golpeándolo.
»—Que horrible pelea, ¿no? —Comenté con prisa y nerviosismo al chico de mi costado, esperando una respuesta y llamando su atención.
»—Sí..., no pensé que vería una pelea así en mi primer día aquí.
»—¿Eres nuevo en el lugar? —Dije con asombro porque no era algo común.
»—Sí, con mi madre. Supongo que ahora somos vecinos —Me sonrió. No pude evitar pensar que era la sonrisa más adorable que había visto en mi vida.
»—¿Cómo te llamas?
»—Santiago.
»—Como la torre..., mucho gusto, Santiago. Soy Carmen.
»—Claro, como la torre —Me sonrió—. Mucho gusto, Carmen.
» Volvimos a la tienda, lanzándonos miradas de vez en cuando desde nuestros sitios. Y después de que hayamos comprado los dos; quedamos en que nos veríamos mañana, en la escuela ya que, al parecer, íbamos a la misma. Volví a mi casa, dejé la bolsa en la encimera y me acosté de nuevo. Creo que, en ese momento, me había comenzado a enamorar.
» Estaba emocionada por verlo de nuevo, me había arreglado como nunca y terminé encontrándolo, casi a la hora de salida. Nos saludamos con un beso en la mejilla. Eso me gustó. Hablábamos sobre nuestros deseos, nuestras metas y todo lo que queríamos hacer de camino a casa. Hasta que llegó un punto en que comenzó a hablar de su familia, yo no tenía mucha. Solo lo escuchaba y pude darme cuenta que quería mucho a su madre.
»—Y, ¿si vamos a tu casa? —Le sugerí. Lo pensó por unos cuantos segundos.
»—Está bien.
» Me siguió hablando de su familia, su vida, su antiguo hogar. Y no pude dejar de sentir que cada vez me enamoraba más. Pensé que Santiago había existido para mí, era todo lo que yo quería en un hombre. Dejé que mi mirada expresara lo que sentía y noté como él se iba dando cuenta de mis sentimientos.
» Nuestra comunidad era un lugar pequeño, todo el mundo se conocía. No demoramos mucho en llegar a su casa, no estando tan lejos de la mía. La noche comenzaba a asomarse.
» Me abrió la puerta y entré. Saludando a la nada como era mi costumbre. Mis mejillas se enrojecieron cuando me di cuenta que él estaba mirando.
»—No pasa nada —Sonrió mostrando sus relucientes dientes—. Yo también lo hago, algunas veces.
» Nos sentamos en la mesa de la sala, hablando de todo hasta que llegamos al tema del amor.
»—Entonces, ¿te gusta alguien? —Pregunté, atenta a sus palabras. Me miró con atención, estaba segura que sabía hacia donde se dirigía la conversación.
»—Y, ¿a ti? —Su rostro cambió, sus pómulos se alzaron y alzó sus labios de forma encantadora, haciendo que me olvidara de mi pregunta.
»—La verdad, sí. —Dejé que mi corazón hablara—. Me gusta alguien, aunque no lo conozco mucho. Pero siento que es la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida.
» Estaba segura que Santiago no tenía muchas palabras que decir, así que solo seguí. Sabía que el momento había llegado, lo dejaría todo a esas dos últimas palabras.
»—Me gustas.
» No recuerdo muy bien como ocurrió lo demás, pero estaba feliz. Tremendamente feliz porque fui correspondida. Su madre llegó un momento después y nos pusimos a cenar los tres, como una familia, contentos y disfrutando de la comida. Yo solo podía abrazar a Santiago mientras su madre nos llenaba de elogios desde su asiento. Ahora tenía todo lo que habría querido. Santiago se mantenía callado, creía que era lo normal cuando un chico estaba enfrente de su madre.
El investigador se levantó de su asiento, con su café aún tibio en la mano, la miró por unos segundos antes de retirarse por aquella puerta de metal. Pudo notar en su rostro una delicada e inocente sonrisa. Salió y se encontró con uno de sus colegas al otro lado, ojeando las declaraciones de los vecinos y gente cercana a Carmen.
—Es una chica con muy pocos amigos —Alzó la primera hoja que tenía encima de las demás y siguió ojeando—. No parece haber rastros de su familia.