—Te estaba esperando—dijo ella al verlo entrar al cuarto.
Ella se encontraba postrada en su cama, sus largos cabellos negros se encontraban desperdigados por la almohada blanca empapada de sudor. Hizo un gran esfuerzo para erguirse pero le resultó imposible, así que enmarco una ligera sonrisa y saludó a su invitado.
En su rostro podía verse la enfermedad que la aquejaba. Sus ojos heterocromáticos que antaño habían sido muy hermosos, azul, el ojo derecho y dorado, el izquierdo, ya no brillaban con esa fuerza que ella siempre despedía, ahora parecían dos pequeñas luces que se esforzaban en no apagarse mientras intentaba mantenerse consciente para poder hablar con él.
—Danielle—pronunció el joven hombre que había entrado y se sentó en la silla de madera dispuesta a lado de la cama de la enferma.
—Mi nombre siempre suena distinto en tus labios… Raven—dijo la mujer arrastrando cada palabra de forma lánguida.
—No te esfuerces— le pidió él y estiró su mano para colocarla sobre la de ella.
—Por un momento, olvidé que tú....—Danielle hizo una larga pausa para tomar una bocanada de aire y continuó. — . .. que no puedes contagiarte je...—bromeó.
El hombre meneó la cabeza contrariado, no podía creer que incluso en un momento así, ella bromeara como lo hacía habitualmente. Cuando eran niños, Danielle era como una pequeña fiera, inquieta e imposible de dominar; era vivaz y atrevida. Siempre se salía con la suya y su padre que la adoraba jamás le puso freno a su manera de ser. Creció para convertirse en una mujer curiosa e inteligente, que no conocía los límites en cuanto lo que podía hacer y deshacer. En su memoria, Raven aún recordaba esos días de su niñez, su padres trabajaba para los padres de Danielle, por lo que se crió prácticamente con ella, se volvieron cercanos con el tiempo y con los años inseparables, hasta el día en que les revelaron su origen a los dos… ese fue un día fatídico para ambos, porque se dieron cuenta que jamás podrían estar juntos hasta este día.
—¿Estás lista?— preguntó él sabiendo que no podía evitar lo que sucedería a continuación.
Escuchó su voz titubear y apretó su puño molesto. Sabía que no debía sentirse mal por Danielle pero no podía evitarlo, debajo de la máscara que portaba y cubría todo su rostro, estaba llorando. Agradeció con el pensamiento a su padre, aquella máscara que simulaba ser el cráneo de un cuervo había sido uno de sus últimos regalos hacia él, cuando adoptó su nuevo cargo.
Danielle apretó con suavidad su mano para atraer su atención.
—Perdón por obligarte hacer esto...— susurró ella con lágrimas en sus ojos;dándose cuenta por primera vez lo egoísta que había sido al pedirle aquel favor.
Raven se dejó caer rendido de rodillas y envolvió su mano con las suyas.
—Lo lamento, lo lamento tanto Danielle… No puedo salvarte… —se lamentó y se retiró la máscara para verla directamente a los ojos.
Un adolescente de tez nívea, cabello negro y ojos grises ahora la observaba. Raven seguía viéndose exactamente igual que hace 10 años. Su rostro no había cambiado para nada, su cabello había crecido durante ese tiempo y ahora lo llevaba peinado en una larga trenza como su padre Ryuugan solía usarlo.
—Claro que puedes...— dijo ella haciendo que él levantara su rostro y trató de evocar la mejor de sus sonrisas para decirle lo siguiente.
—Libera mi alma de este cuerpo enfermo...Solo tu puedes hacerlo, Raven, mi amado Rey Cuervo—
Raven se alzó para inclinarse suavemente sobre ella, pegó su frente con la de ella y acarició con el dorso de su mano su mejilla. Estaba fría al tacto; ya casi estaba lista. Su tiempo juntos se estaba acabando.
—Danielle, no importa cuántas veces reencarnes, si me olvidas o no recuerdas mi nombre. Si puedes verme o no, si te veo vivir miles de veces para verte ser feliz, sola o a lado de otros hombres que no soy yo… Recuerda esto, siempre te buscaré, no importa a donde vayas, yo siempre encontraré el camino hacia a ti— le susurró al oído y luego la miró.
Danielle asintió con lágrimas empapando sus mejillas y con su débil mano lo asió del cuello de su camisa negra para acercarlo hacia ella.
—Te amo y siempre te amaré...—le susurró Raven antes de besarla suavemente. Fue un beso corto, como el que se da en una corta despedida sabiendo que mañana se verá otra vez a esa persona.
Una esfera de luz salió expulsada por los labios de Danielle y Raven la atrapó con cuidado entre sus manos. La acunó en su pecho como si fuera una ave muy pequeña; aquella esfera de vida, era radiante y cálida; simplemente hermosa. Miró el cuerpo que hace poco había ocupado aquella alma y encontró una sonrisa en su rostro, parecía en paz. La muerte en ocasiones tenía ese efecto y era un evento único y hermoso, porque no siempre todos los seres de la creación tienen la fortuna de irse tan tranquilamente.
Editado: 30.04.2018