Carnaval De Venecia

Prologo

Vestida elegante y, literalmente, por millonésima vez en su vida, Alessia se mira al espejo frente a ella de cuerpo completo. Hace unos años se hubiera sentido como una princesa, pero no en esta ocasión. Los acontecimientos dolorosos en su vida no dejan de llegarle a la cabeza, y, de ser por ella, se quedaría en casa, lamentándose de la muy reciente muerte de sus padres.

Pero no se saldría con la suya, ya que su insistente mejor amiga Giulia la obligó a asistir al carnaval más esperado en todo Venecia, el cual, desde hace años, es celebrado por los pueblerinos, en ese entonces llamado “simples mortales”, personas de clases sociales inferiores vestidos de Reyes, así como los últimos hacían lo mismo, con la diferencia de utilizar una máscara en su rostro para confundirse con las demás personas.

Y aunque no es obligatorio, y mucho menos en la circunstancia de luto de Alessia, es una tradición a la cual no muchos faltan, y Giulia no dejaría que su amiga se hundiera por segunda vez.

Mientras Alessia sigue parada delante del espejo admirando su vestuario y con la máscara en la mano, no puede parar de sollozar con el recuerdo de los carnavales a los que asistió con sus padres.

Al sonar el timbre, solo atina a secar sus lágrimas sin cuidado alguno lastimándose el rostro, aunque eso no impide que nuevas lagrimas bajen por sus mejillas mientras se dirige a la puerta de su departamento.

Al abrir la puerta Giulia hace una inconsciente mueca de lástima dirigida a su amiga, quien se encuentra llorando nuevamente.

—¿Estas lista? Comenzará en cualquier momento— dice, como si no se diera cuenta de lo destrozada que está su mejor amiga. Alessia asiente con la cabeza y se coloca la máscara, mientras examina de arriba a abajo a su amiga.

Ella asiente en su dirección y da la vuelta con su voluminoso vestido dirigiéndose al ascensor, esperando a que su amiga llegue a su lado para poder irse al centro de la ciudad donde se lleva a cabo el festejo.

—Disculpa por obligarte a ir, pero tenías que salir de tu encierro e intentar superar su muerte— dice su amiga, viéndola a través de las láminas de aluminio de las puertas cerradas del ascensor.

—Sé que tengo que hacerlo, pero no puedo hacerme a la idea de que no los volveré a ver, no volveré a escuchar sus voces o simplemente saber que estarán ahí para cuando los necesite— dice Alessia con voz gangosa por su llanto, minutos antes, pero después de todo, ya no llora.

Su amiga solo atina a abrazar su cuerpo acogiéndola en un abrazo lleno de cariño y consuelo, a la vez que llega el ascensor y abre sus puertas. Ellas entran sin dejar de abrazarse, con algo de dificultad gracias a sus inmensos vestidos.

Giulia desenreda su brazo de Alessia y presiona el botón de recepción para después devolverlo a su lugar y acariciar su espalda cuando la siente agitarse ante el nuevo llanto. Algo lamentable, ya que no había llorado después de hacerle saber sus sentimientos.

Cuando el ascensor llega al piso solicitado, ambas se separan y Alessia limpia su rostro por debajo de la máscara que lleva puesta, y continuamente, caminan a lo largo de la recepción y salen por las puertas del lujoso edificio de departamentos un poco alejado del centro de la ciudad.

Suben al auto y parten al carnaval. Entran a la congestionada carretera con italianos manejando como locos al atravesar la cuidad para llegar a la ya mencionada tradición, esperada por todos a lo largo del año.

Al llegar a su destino, ambas bajan con dificultad del auto y cierran las puertas, mientras se dirigen a donde está el bullicio de gente en el centro de la plaza.

Mientras más personas llegan a éste, es aún más difícil caminar de un lado a otro. Todas y cada una de las personas visten diferente de como lo hacen en la vida cotidiana. Como es obvio, mujeres con vestidos brumosos y exagerados, así como con máscaras de apariencia de muñeca de porcelana. Los hombres se distinguen por llevar trajes entallados por debajo de las rodillas, en los brazos y en el torso, y bombachos, en partes como hombros y muslos.

Todos bailan, cantan, ríen; los niños juegan y se divierten, deprimiendo a Alessia porque no puede estar feliz en momentos como estos; no puede ver la felicidad ajena, ya que la culpa se hace presente en su cuerpo. Conteniendo las ganas de desplomarse en una nube de dolor, busca una banca con desesperación, para poder tranquilizarse y dejar su mente en blanco.

Al no encontrar lugar libre en dónde sentarse, solo baja la mirada y decide volver a la comodidad de su departamento y despojarse de aquel vestido que corta su respiración. Así que levanta la mirada que se encontraba en dirección al suelo, encontrándose con unos ojos azules hermosos que la miraban con intensidad.

Por otro lado, un joven, dueño de unos hermosos ojos azules como el cielo, no puede quitar la mirada de la chica de ojos café claro, pero puede percatarse de la irritación de estos por el llanto. No sabe por qué, pero no puede despegar la mirada de aquella chica que se ve de todas las maneras menos feliz y sus derivados.

La encontró por coincidencia. Su amigo se había ido con una chica que conoció hace algunas semanas y lo buscaba, ya que no se sentía del todo cómodo con miradas de chicas esperando proponerles, por lo menos, una charla amistosa.




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