Carretera al infierno

Parte II

Apagó nuevamente la luz de la cabina. El interior volvió a quedar a oscuras. La niebla se fue disipando poco a poco. Ahora podía ver con claridad el camino. Eso resultó ser un alivio entre tanto miedo. Continuó la marcha. El camino ondulaba y se perdía entre los cerros. La luna llena se asomó por sobre las lejanas cumbres. Era realmente una noche hermosa. Martín se fue calmando poco a poco. Las estrellas y la luna brillando en el firmamento sobre él, le dieron una sensación de paz que no había experimentado en mucho tiempo. Poco a poco su temor de que algo estuviera tras su asiento esperándolo se diluyó.

Fue por eso que lo siguiente que vio lo tomó por sorpresa. Eran casi las dos de la mañana, en la noche más fría del año, a más de ochenta kilómetros de la casa más cercana. Allí, parado en medio de la nada misma, a un costado de la carretera vio algo que le heló la sangre por completo. Un grito aterrador intentó salir por su garganta, pero ningún sonido emergió. Tuvo la horrible sensación de estar en una pesadilla en la que algo aterrador sucede y uno trata de gritar inútilmente. Allí, en la soledad de la noche invernal había alguien parado en la horilla de la ruta. Al principio pensó que quizás era solamente un demente, pero a medida que se acercaba descubrió la horripilante verdad. Aquello no era humano. Era una figura completamente negra, alta, mucho más alta que una persona. Tenía la espalda horrendamente encorvada. De sus manos emergían largos y huesudos dedos. En su rostro cadavérico dos penetrantes ojos refulgían en un rojo intenso. Aquellos ojos solo podían describirse como algo salido del mismísimo infierno. Su boca huesuda y negra estaba abierta en una mueca grotesca, como si su mandíbula estuviera desencajada en un alarido espectral. Y de su cuello fulguraba un collar de llamas que parecían danzar sobre el cuerpo demoniaco de aquel grotesco ser.

Martín intentó gritar presa de un ataque de pánico repentino e incontrolable pero no lo consiguió. Su cuerpo comenzó a estremecerse como si tiritara de frío. Aquella criatura lo observaba entendiendo sus largos brazos en su dirección. Aquellos ojos parecían atravesar hasta el fondo de su alma. Aunque solo pasaron unos segundos durante los cuales el automóvil pasó junto a esa horrible criatura demoniaca, parecieron horas. El miedo y la desesperación que lo invadieron hicieron que por poco se desmayara. Todavía temblando de manera incontrolable pisó el acelerador a fondo sin poder dejar de mirar por el espejo retrovisor como aquellas llamas y las dos refulgentes esferas que eran los ojos de aquel demonio brillaban a lo lejos.

Una horrible sensación de frío intenso lo invadió, aquella misma sensación que había sentido cuando estaba junto a su padre. Intentó calmarse. Intentó pensar que todo había sido producto de su imaginación, después de todo había experimentado demasiado estrés, demasiada culpa, demasiada pena. Todo ello podría haber causado un atisbo de locura. Quizás todo lo malo que le había ocurrido se había proyectado en una forma pavorosa pero irreal. Intentó, pero no lo consiguió. Su miedo era demasiado real. Por debajo de su ropa podía sentir como sus bellos se erizaban y como se le ponía la piel de gallina. Su corazón parecía que saldría de su pecho en cualquier segundo. Miró nuevamente por el espejo, solo vio oscuridad. Solamente estaba la carretera extendiéndose por entre los desérticos cerros.

–Tranquilízate Martín. –Repetía una y otra vez, pero a su mente vinieron de manera persistente las últimas palabras de su padre “¡Que el demonio que me persigue también lo haga contigo maldito cobarde!”

Todavía estremecido por el terror, con una horrible sensación fría y espectral recorriendo su nuca, avanzó otros diez kilómetros. Faltaban solo setenta kilómetros más de aquella carretera para llegar a la seguridad de su pueblo perdido entre la grandeza del desierto Sanjuanino. Manejaba lo más rápido que podía. A pesar del peligro de las curvas cerradas y de los profundos barrancos a los lados del camino, el velocímetro no bajaba de los cien kilómetros por hora. El auto subía y bajaba las lomadas a gran velocidad.  La desesperación por salir de aquel tétrico lugar lo impulsaba a ir más y más rápido.  

Fue en ese momento que los faros del automóvil iluminaron una pequeña silueta arrastrándose por el asfalto. Era un pequeño zorro, arrastrando su pequeño cuerpo ensangrentado. Alguien lo había atropellado. A Martín le pareció una locura aquella idea que vino a su mente. Aquel animal era el mismo que había atropellado. El pavor nuevamente lo invadió al darse cuenta que el cráneo del pequeño zorro estaba aplastado exactamente en el mismo lugar donde había dejado caer aquella gran roca. La repulsión que sintió en ese instante que, de manera casi involuntaria, sus manos dieron un fuerte volantazo hacia la derecha. El auto venía a tanta velocidad que perdió el control apenas las ruedas salieron del asfalto.

El vehículo comenzó a girar de manera estrepitosa y se deslizó por la ladera de un barranco dando tumbos. Dentro de la cabina, Martín solo pudo cerrar los ojos mientras todo se daba vuelta. La bolsa de aire se activó dándole un fuerte golpe que le fracturó la nariz. Su cabeza quedó prisionera entre la bolsa de aire y el asiento,  mientras las cosas de la guantera volaban en todas direcciones.   

El techo se aplastaba cada vez más con cada golpe. Los vidrios estallaron y los trozos se esparcieron como una lluvia por todo el interior. Un gran trozo se clavó en el brazo izquierdo casi atravesándolo por completo. La sangre comenzó a fluir inmediatamente.

Martín solo gritaba desesperado, esperando que todo terminase. El auto finalmente se detuvo ladera abajo, muy lejos de la carretera. Las ruedas quedaron hacia arriba mientras él quedó suspendido de cabeza. La sangre fluía incesante desde la herida en su brazo y desde su nariz rota e hinchada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.