Pasados cuatro minutos después del estrepitoso accidente en la carretera de la interestatal 93, el joven conductor abrió los ojos, el primer sentimiento que invadió su ser fue el dolor, primero en la pierna derecha, luego en su hombro izquierdo; el auto había quedado con las llantas mirando el cielo oscuro y pero hermoso por el brillar de la luna, David vio que su posición en el auto era irregular, el cinturón le había salvado la vida, mas no del dolor, movió su brazo derecho y desconecto el cinturón de su seguro y salió despedido hacia el techo del auto que ahora contactaba con el asfalto, el dolor fue inmediato, informativo también, ahora sabía que además tenía por lo menos dos costillas rotas, y una verdadera colección de nervios excitados se lo estaba recordando cada segundo. Su instinto se manifestó y le dijo que debía salir del coche, buscar ayuda, llamar a alguien, tal vez Annie, la policía, 911, alguien; eso se propuso hacer, y se arrastró dentro del auto abriendo la puerta del conductor y reptó hacia afuera; logró llegar más allá de tres metros delante del coche; regreso la mirada y la posó sobre su Mustang, su amado Mustang, ahora convertido en un montón de chatarra sobre la carretera; de nada valían ahora las horas y horas de contacto telefónico buscando un vendedor para ese modelo específico, de ese color específico, Mustang 65' negro con dos líneas blancas cual auto de carreras, amaba ese auto por una sola razón, se lo regalaría a su padre en su cumpleaños número cincuenta, pero el cielo, o el infierno, decidió llevarse al viejo una semana después de que lo pudiera comprar a ese anciano cascarrabias de Franconia que con dificultad se dejó convencer de venderlo.
Frente a él, a primera vista, solo tenía un auto que le producía nostalgia y alegría a la vez, tal vez para su suerte uno de los focos del auto no se había roto completamente, parecía que conservaba su utilidad pues iluminaba el rostro de David de manera incandescente, lo que por el momento solo le permitió ver la matrícula de su auto arañada pero aún se podía leer el "live free or die" de las matrículas de New Hampshire, de donde venía el auto; pero más atrás del auto se cernía una gran sombra, una sombra que no se movía, perpetua, vigilante, decepcionada; David quedó petrificado en el suelo mirando hacia arriba cuando pudo distinguir que lo que le pareció al principio un efecto de la luz penetrante del foco del auto no era exactamente eso, pues esa sombra tenía ojos, dos ojos circulares, rojos y brillantes, no pudo evitar sentir que lo miraban quietamente, examinándole, no sólo su condición de ser vivo, sino más allá, su propia alma.
La primera reacción que surgió como instinto en David fue gritar, gritar más que por temor a lo que veía o creía ver, para intentar despertar de algún tipo de sueño de carretera, tal vez estuviera dormido y tuviera una pesadilla, pero al ver que no podía auto expulsarse de allí; temió lo peor, debía huir, a alguna parte.
- No, no no no.
Ignorando las fuertes punzadas de dolor que le producía siquiera gritar, empezó a levantarse siguiendo su instinto de conservación, cargo su brazo izquierdo con el derecho como simulando llevar un cabestrillo, y arrastrando la pierna derecha, se puso de pie.
La entidad que lo veía levantarse solo seguía inmóvil allí, tras esa asquerosa abominación de metal y mirando a ese ser vivo que pensaba que era superior, pero no era así, la madre tierra tiene el poder de moldearlo todo, de darle poder y vida a quien corresponde, pero al parecer se equivocó con esos seres que venían de los monos, ellos no siguieron el camino de la madre, siguieron el que quisieron, rompieron el equilibrio sagrado, y ahora no cansados de derribar árboles, matan bebes, sus bebés, los nietos de la madre.
- WHOOOOOOOOOOOOFFF!!! – Gimió la gran sombra, fuerte, poderosa y clara, para que el mensaje de amenaza fuera claro, si no podía castigar a todos esos seres egoísta a la vez, por lo menos castigaría a ese, dándole lo mismo que le dio a su hijo, la condena, la paz, el adiós.
El terror; solo sentimientos similares corrían por su pecho; terror absoluto, y necesidad de escapar, donde fuera; emprendió la huida lo más rápido y lejos posible, sabía que esa cosa lo perseguiría, pero no se detuvo a dar vuelta a tras a confirmarlo, corrió dando saltos con su pie derecho porque sentía como si se la amputaran cada vez que la planta del pie tocaba el suelo; más y más lejos se sentía ya del auto, pero sin saber que tan cerca de un lugar seguro, lo primero que se le ocurrió fue escabullirse entre la vegetación del bosque, no era mala idea, era eso o correr en línea recta por la carretera, así que escogió la primera opción, la opción errada.
Posiblemente seguir por la carretera no era una opción lógicamente correcta, correr en línea recta no pone obstáculo alguno entre el acechador y el acechado, lo que da como finalidad un campo amplio para que la presa sea capturada; pero lo que no sabía David, ni nadie cerca de ahí, era que esa criatura era una parte viva y consciente de la naturaleza, y toda creación humana, más que algo repulsivo, es un limitante; si David hubiera corrido sin importarle su condición, hubiera llegado a una estación de servicio a un kilómetro del lugar del accidente y se hubiera salvado, la criatura tendría su velocidad limitada y no podría alcanzarlo por más que quisiese, David se salvaría. En cambio, eligió lanzarse al bosque, el hábitat natural del ente, donde vivía, y donde su poder era más grande, temible y natural.