Hace muchos años atrás, existió un demonio, uno que era un tanto peculiar. A ese demonio le agradaban los humanos.
El demonio no tenía un rostro verdadero, así que comenzó a utilizar uno humano, uno que fuese lo suficientemente agradable para la vista como para evitar causar terror. Uno que se viese inofensivo.
El demonio algunas veces solía visitar los pueblos humanos para observar su convivencia, le era bastante entretenido y pacífico. Fue en ese entonces cuando la vio. Ella era una niña humana de cabellos negros y oscuros y a su parecer profundos ojos cafés, tenía una piel morena que algunas veces comparó con el tono del lodo que se formaba con las lluvias.
Aunque sabía que probablemente para un humano, eso no era un cumplido.
Observarla era su más grande pasatiempo, le encantaba ver como su ceño algunas veces se mantenía fruncido formando unas tiernas arruguitas al hacerlo.
Ella sonreía muy pocas veces, y cuando eso sucedía, no podía evitar sentir una extraña emoción.
Los años pasaron y él continuó con su rutina, ella creció, dejó de ser una niña para volverse en una mujer a pocos pasos de la adultez.
Fue entonces cuando se atrevió a visitarla.
Eso sucedió en una tarde, la chica se encontraba buscando algunos frutos para uno de los pastales que su madre deseaba hornear.
Él se apareció a sus espaldas, había caminado con silenciosos pasos hasta la joven.
-Hola, yo so…-procedió a presentarse tal y como más de una vez vio a un humano hacer.
Sonrió tan grande como pudo, mostrando de paso sus pequeños colmillos. Todavía no era un demonio adulto. Y eso era algo que hacía notar tanto por sus colmillos como por sus cuernos, esos que todavía eran tan pequeños que le hacía adorable.
Sus alas negras se encontraban extendidas.
Nada salió tal y como lo había esperado, la morena había gritado tan solo verlo.
La palabra “demonio” fue pronunciada por aquella melodiosa voz llena de pánico.
Su reacción no le sorprendió, era natural.
¿Por qué había pensado que no le tendría miedo?
Él no quería ver una expresión así.
¡Le mostraré un truco de magia! A los humanos les gusta la magia!
Pensó poniendo una expresión alegre.
El demonio no tenía cientos de años como los demás de su especie, todavía era un niño si se pensaba bien.
-¡Vamos! ¿Es increíble, verdad?- articuló con un tono lleno de alegría. Nunca pensó que podría estar tan cerca del humano que vió crecer.
Hizo llamas aparecer en sus manos, pensó que eso sería asombroso y quitaría el temor, pero fue lo contrario.
Intentó una vez más.
-¡Mira, puedo sacar muchas serpientes de mi boca!
Y un nuevo grito se hizo presente.
Tenía varios años, pero no sabía cómo tranquilizar a un humano.
El demonio se esforzaba y se esforzaba, pero la humana se asustaba cada vez más.
Escuchó dolido el llanto de esta y como ella murmuraba que no le hiciera nada, pedía en su desesperación ayuda.
Le vio angustiado.
-¿Por qué lloras? Oh, no llores, yo…
Observó de reojo unas cuantas flores que se encontraban por allí, embelleciendo más el lugar.
Chasqueó sus dedos, y deseó con todo su ser que fuese suficiente para detener su llanto.
¿Será suficiente?
Pensó para sí.
-¡Voilá! - exclamó para luego mostrarle unas flores de color rojo brillante, con tépalos de márgenes ondulados.
La morena detuvo su llanto y las vio con asombro.
-¿F-Flores?
-¿Te gustan las flores?- preguntó con una tímida sonrisa, bastante emocionado.
Desde ese entonces, el demonio se presentaba ante la humana con esas flores rojas.
Feliz de verla siempre sonreír y del compartir pláticas juntas.
Lamentablemente, pronto en los pueblos cercanos comenzaron a correr rumores, rumores demasiado peligrosos.
-Esas flores crecen a donde ella va -dijo una de las mujeres.
-Ella es una bruja, es evidente que lo es, por su culpa están muriendo y desapareciendo los niños - afirmaron algunas más, observando con enojo a la morena que hablaba con una pequeña sonrisa a unos niños que le pidieron jugar.