CARTA 6.
12 DE ABRIL DEL 2011
Me aceptaron en la universidad, así que ya saben, al fin me voy de casa.
Aquella mañana solo me levanté para alistar todo bien antes de irme por la tarde. Me irían a buscar en un trasporte para dejarme en el aeropuerto para irme a vivir al otro lado del país.
¿Regresaría?
Eso me lo preguntaba desde que supe que me habían aceptado, pero siempre era la misma respuesta: Lo haría para llevarme a mi madre conmigo. Pero nunca más regresaría a esa casa donde me atormentó tanto Álvaro.
— ¿Qué? ¿miedo? Allá sí que tienes que ponerte las pilas y dejar de ser tan estúpido— Me dijo el bastardo de Álvaro mientras se quedaba parado en la puerta, aun sabiendo que no le respondería nada.
Hace varios meses que no me pega, talvez porque ha notado que no soy un niño como antes, que he crecido.
Caminó hacia a mí, levantó mi cabeza por el pelo para que lo mirara a la cara, y sin más, solo me dio una cachetada, que más allá de dolerme, me causó risa. Talvez sabía que nunca más volvería a hacerme daño, aunque también sabía que lo que no me haría a mí, se lo haría a mi madre por haberme apoyado siempre en contra de su voluntad.
Al darme aquella cachetada, salió del cuarto con su rostro enrojecido de la rabia que la causaba que yo no me quejara como antes y que, en su propia cara celebraba mi partida de casa.
Ese día mi madre estaba sonriente, de alguna manera ella sabía de qué me estaba librando al irme de ahí, o, sabía que no ocurriría aquella desgracia que tanto presentía cuando yo creciera.
Me ayudó a terminar de empacar para luego quedarse a conversar conmigo hasta caer la tarde y llegara el transporte que me llevaría al aeropuerto.
Llegó la furgoneta que me llevaría, y mi madre, antes que me subiera, me bendijo y me dio un beso en la frente.
Me marché de ese lugar, ¿cómo me sentía? Pues extraño. No sé cuánto pueda soportar lejos de mi madre.
*****
Duré meses por aquellos lados, estudiando con esmero y procurando ser el mejor de todos, pero ya comenzaba a sentir el peso y la responsabilidad.
Mis compañeros no eran tan compañeros conmigo.
No entiendo que es lo que hago mal.
¿Es mi culpa acaso que no haya crecido de manera tradicional? ¿es mi culpa que mis padres se separaran, como dicen mis hermanos? ¿es mi culpa todo lo malo que ha pasado conmigo?
¿Por qué siempre termino siendo la victima de todos, pero el malo para mí mismo?
—Hola, Lucas—me saluda mi compañero de cuarto, sentándose en mi cama, donde yo estoy acostado escuchando música. Hoy no tenemos clases—. Acabamos de planear una reunión clandestina fuera de la universidad, ¿vendrás?
— ¿En serio me estas invitando a una fiesta? —Le pregunto con algo de sorpresa, para no mostrar mi emoción.
—. Pues sí, desde que estas aquí solo has estado estudiando y encerrado. Hoy haremos una fiesta por aquí cerca, pero no debes decirle a nadie, ¿va?
Acepté enseguida con algo de emoción disimulada.
Se fue del cuarto, pero si me preguntan, me parece extraño, no confío en que realmente me estén invitando a una fiesta. Tengo miedo.
Pero quería ir. Por primera vez en mi vida, estaba emocionado de salir de mi cuarto, de mi encierro.
Pensaba en qué me pondría. Tenía muchas ganas de estar ahí, y conocerlos a todos por sus nombres, ya que de vista los veía siempre.
*****
Cayó la noche, ya todos estaban saliendo a escondidas, y mi compañero me había ido a buscar, haciéndome señas que no hiciera bulla alguna, para que nadie nos escuchara.
Nos fuimos a la parte de atrás de la universidad, donde había otros más esperándonos.
Nos saludaron de mano, y nos fuimos por una parte abierta entre el cercado de la universidad, no podía creer que me estaba fugando de noche. Era mi primera vez haciendo algo indebido.
Caminamos unos metros entre las malezas que estaban por ese lugar, y llegamos a una clase de cabaña que estaba sola, o al menos eso decían, pues ahí vivía un anciano que salía a reciclar, pero murió hace meses ahí. Así que estos chicos habían tomado este lugar para sus encuentros nocturnos. Me sorprendí porque en ese lugar no había luz, en realidad los focos que medio iluminaban el lugar eran focos recargables que habían comprado. Me sorprenden.
Tenían cervezas, cigarros, aunque, vi un cigarro extraño, con un olor muy fuerte y extraño, luego me dijeron que era mariwana. No estaba cómodo, pero al menos no estaba en mi cuarto.
Todos bebían, yo bebía; me dieron a fumar, pero me ahogaba porque nunca lo había hecho. Pero luego le había agarrado el hilo al cigarro y en cuestión de minutos ya no me ahogaba.
los encuentros eran todos los fines de semana, y nos regresábamos a las habitaciones cuando los focos se apagaban, pues tenían un cálculo de tres horas, suficiente para pasarla bien antes que se dieran cuenta que abandonamos las habitaciones por las noches.
Me fui acostumbrando poco a poco al lugar, a ellos, a las noches de fiestas. Seguía siendo bueno en mis clases, no el mejor, pero si era bueno.
Los cigarrillos ya me fascinaban, necesitaba fumarlos todas las noches. El alcohol me hacía falta más que a ellos, pero algo que me fascino aún más, fueron los narcóticos que habían llevado una noche de esas. Unas pastillas que me hacían olvidarme hasta de mi nombre... de todo.
Los encuentros entre nosotros fueron frecuentando más y más, al punto que no eran ya solos fines de semana, sino casi todas las noches. Nos habíamos convertido en esclavos de los narcóticos.