Carta para el magnate

Capítulo 21

– Solomía, hace tiempo quería preguntarte. ¿Qué esperabas al escribirme esa carta?

Una risa nerviosa escapó de mis labios. Eché un vistazo al Humanoide que me observaba fijamente, y luego a las puertas del ascensor en el que nos encontrábamos.

Palabras que me hacían querer desaparecer bajo la tierra, un espacio cerrado y reducido. Me parecía haber vivido ya esto anteriormente.

– No esperaba nada, Artur Olegovich. Simplemente no podía guardármelo más.

Era casi la verdad. Por supuesto, realmente quería confesarlo. Aunque en verdad al tal Vadik. Pero ¿qué diferencia hace ahora si Vadik ni siquiera me mira? Y yo misma... debí haber perdido la cabeza para no poder dejar de pensar en Tarnovsky.

Cruzando los brazos sobre el pecho y tocando el suelo nerviosamente con el tacón de mis zapatos, ¿por qué ese maldito ascensor tardaba tanto?

– Puedes tutearme si quieres, no tengo problema.

No tenía problema... Casi solté una carcajada al escuchar sus palabras, aunque logré contener la sonrisa justo a tiempo.

– No puedo. Porque luego, sin querer, podría dirigirme así a usted en la universidad delante de todos. Así que mejor de usted.

Finalmente las puertas se abrieron y salí disparada del ascensor, como si me hubieran echado agua caliente. Si no me mantengo a una distancia de unos metros del Humanoide, voy a perder la cordura. Es aterrador pensar en lo que pasaría si eso llega a suceder. Mis cartas le parecerían un juego de niños.

La entrada al apartamento de Tarnovsky era sinceramente sorprendente. Apenas al entrar, lo primero que captó mi atención fueron los papeles tapiz de color azul oscuro. Me detuve en el felpudo, sin prisa por desvestirme o quitarme los zapatos.

– ¿Te has arrepentido? – preguntó el Humanoide, arqueando las cejas.

– No, solo que... ¿Azul?

– Es el color favorito de Ruslana – explicó Tarnovsky, mirando hacia otro lado mientras se quitaba el abrigo.

– No tengo más preguntas – concluí, comenzando a desabrocharme los botones de mi ropa.

– Cuando tenga tiempo libre, me pondré con la remodelación – comentó él, ¿estaba justificándose ante mí? – ¿Quieres té?

– No, gracias. Lo que necesito es echarme un rato para dormir un poco. Por la mañana tengo que estar en la residencia estudiantil.

– ¿Para qué?

Es verdad, ¿para qué? Pero no podía quedarme aquí, en el apartamento de mi profesor, durante todo el fin de semana.

– Tengo que ayudar a Lina – mentí, sosteniendo su mirada y enseguida me sonrojé por ello.

– ¿Lina Davydenko...? – Él de repente se encontraba a un paso de mí, apoyando su antebrazo en la pared. – ¿Ella lo sabe?

El aspecto del Humanoide era severo y frío. El miedo hizo que me temblaran las rodillas. Asentí rápidamente, mirando al profesor rogando que no me hiciera daño.

– Espero que el lunes en la universidad no estén todos hablando de nosotros.

– No lo estarán – agité la cabeza, perdiendo por un momento la fe en la honestidad de mi amiga.

Tarnovsky continuó mirándome fijamente a los ojos, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos ocultos. Y para mi desgracia, cada segundo se hacían más evidentes.

Me quité el abrigo, que él amablemente colgó en el armario, y me quité los zapatos.

– El baño está detrás de la puerta a la derecha. Ahora te traeré algo de ropa para que puedas dormir.

– Puedo hacerlo sin...

Dándome cuenta de lo que había dicho, cerré los ojos. ¡No era eso lo que quería decir! Me refería a que podía pasar la noche en vestido, no había problema.

– Como quieras. ¿Necesitas una toalla?

Me pareció que él sonreía. Aunque no me atreví a abrir los ojos hasta que el Humanoide se fue después de mi breve asentimiento.

El cuarto de baño era enorme, como cinco de los que compartía con Lina y otras dos chicas del bloque.

Me sentí desorientada, sin saber a dónde dirigirme ni qué hacer primero. Y cuando alguien tocó la puerta, me sobresalté por completo.

– ¿Eres tú? – pregunté sin pensarlo.

– No soy yo.

Al abrir, tomé la ropa que me extendía y cerré la puerta, casi golpeándole las manos a Tarnovsky.

No tenía intención de quedarme mucho tiempo allí, pero entre lavarme el maquillaje, arreglarme el cabello con horquillas para no mojarlo, disfrutar del gentil flujo del agua caliente y quedar fascinada al verme en la camiseta blanca de Tarnovsky, que me llegaba a media pierna, pasaron fácilmente cuarenta minutos.

Sinceramente, esperaba que él ya estuviera dormido. Planeaba encontrar un rincón en el apartamento y caer en un sueño profundo, para regresar al albergue antes del amanecer. Pero él me esperaba. Sentado en la cocina, que daba a la sala de estar, sosteniendo una taza y mirando fijamente un punto. Cuando entré, Tarnovsky ni siquiera notó mi presencia.

Mirando alrededor de la habitación, concluí que tampoco él parecía encajar allí. Demasiado lila suave, incluso los papeles tapiz floridos. Y la cereza del pastel era un enorme retrato de Ruslana que me hacía torcerme de disgusto. En su lugar, yo habría quitado ese horror y, asegurándome de que el "arte" no mataría a nadie, lo habría arrojado por la ventana.

Tosiendo para llamar su atención, conseguí mi objetivo de inmediato. Tarnovsky me miró, primero a la cara, luego a mis piernas desnudas y luego nuevamente a la cara.

Me pareció ver un atisbo de tristeza en sus ojos, pero fue tan efímero que incluso dudé haberlo visto.– Eres aún más bella sin maquillaje.

Sentí como un martillo me clavaba al suelo. Mis piernas se petrificaron y mis brazos se volvieron demasiado pesados. Solo mi corazón estaba completamente vivo.

– Gracias. ¿Puedo irme a dormir?




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