Ciudad de México, 1958.
Son exactamente las 6:01 AM, y Beatriz despierta. Permanece entre las cobijas mirando de un lado a otro su habitación, como si la observase por primera vez, aunque la conoce ya al derecho y de reversa. No se siente soñolienta, pero le gustaría quedarse en la cama otro buen rato. Hace mucho frío. Con cuidado, asoma los pies y los adentra en sus pantuflas rosadas. Después asoma las piernas, luego el torso y pecho, y finalmente la cabeza, hasta que está fuera de la cómoda cama.
—Hace mucho frío—se dice a sí misma.
Se mira en el espejo, como de costumbre. A Beatriz no le gusta su apariencia por las mañanas. Tiene el cabello despeinado, la cara un poco grasosa y mal aliento. Pero tiene que conformarse.
Camina fuera de su habitación, y se dirige hacia la cocina. Pone la cafetera a hacer lo suyo, y espera. Beatriz no puede pasar ni un día sin beber cafeína. Es su pequeña adicción. La gente siempre le dice: ‘’Beatriz, no tomes tanto café’’, ‘’Beatriz, te va a dar gastritis’’, ‘’Beatriz, a la larga te va a hacer daño’’, pero Beatriz siempre responde que de algo se irá a morir.
La muchacha enciende la televisión, y pone el noticiero. No le interesa en demasía conocer los eventos suscitados en los últimos días, pero le gusta escuchar otras voces. La ayuda a sentirse menos sola. Ella misma sabía que era patético, pero no importaba. Uno debe hacer lo que debe de hacer, dice.
Finalmente, el café está listo. Está a punto de servir la deliciosa bebida oscura en una taza roja, y entonces, suena el timbre. Alguien llama a la puerta.
—¿Quién será tan temprano? —se pregunta, en voz alta.
Se dirige a la entrada, y nota que es el cartero.
—Buenos días, ¿eres Beatriz Maldonado? —cuestiona el joven, quien lleva un trajecito blanco que le hace mucha a gracia a Beatriz.
—Buenos días. Si, soy yo.
—Firma aquí, por favor —ordena, entregándole una hoja sobre un portapapeles.
Después de que escribe su firma en el espacio blanco, el muchacho le entrega un sobre con estampillas. Le desea un buen día, y se va. Beatriz cierra la puerta.
—Qué raro—se dice.
Beatriz no esperaba ninguna carta, así que con curiosidad se dispone a leerla. Esta dice:
‘’Angélique Beatriz:
Vous avez la grâce et l'harmonie des oiseaux qui volent dans le ciel bleu couvert de nuages;
une grâce et une harmonie qui me charme, qui me fait tomber amoureux, qui m'élève.
Vous avez la beauté d'une déesse grecque,
Tu es ma muse éternelle.
Pourriez-vous, ma douce Beatriz, accepter mon amour un jour? Voulez-vous me donner un tel honneur?
Je vous écris en français, ma chère, car seule une si belle langue convient à une si belle dame.
- Avec amour, ton fidèle amant’’.
Beatriz no comprende lo que dice. Si acaso dos o tres palabras, pero no el texto en sí. Piensa que, probablemente, está escrito en francés. ¿Se habrán equivocado de Beatriz? Porque está muy segura de que no tiene parientes franceses.
La chica lee todas aquellas palabras una y otra vez, intentando encontrar significado a algo, pero no obtiene éxito en ello. Tal vez, simplemente, ha habido un error.