Querida Julia:
Mi mente no puede dejar de pensar en esa última vez que te vi. Si me permites serte honesto e incluso con esto pecar de confianzudo, debo decirte que no me gustaba para nada está nueva versión tuya.
Si me daban a elegir prefería mil veces tener a la Julia que circulaba a través de las mesas canturreando, saludando a cada cliente con el que se topaba y dejaba de hacer lo que estaba haciendo para acariciar a cada perrito que se le acercaba meneando la cola.
Esta nueva Julia solo se dedicaba a hacer su tarea como una automata y respondía a lo que le preguntaban con monosilabos o de manera desinteresada. Era como si tú interés por las cosas hubiese desaparecido.
Y no es por metiche pero está mañana cuando volví a verte escuché que le contabas que la causa de tu amargura tenía nombre y apellido. Un patán había decidido romperte el corazón.
Ese mismo me había arrebatado a mi pequeña niña que reia por todo y le gustaba demostrarle a las personas a su alrededor que no todo estaba perdido.
Ese pensamiento me persiguió por el resto del día y a la hora de dormir mi subconsciente me engañó y en me obligó a soñar contigo. En ese sueño tu volvías a ser tu y yo era el encargado de hacerte feliz.
Juro que si eso pudiese ser verdad, jamás rompería tu corazón. Prefería romper el mío propio antes de lastimarte a ti.