Mamá eres una mujer maravillosa, pero hasta alguien como tú comete errores y se equivoca.
Nos dejaste en casa, lugar donde creíste que estaríamos a salvo.
Sin embargo no contaste que nos dejabas con nuestros peores enemigos y nuestros más grandes miedos.
Y un día solo te fuiste para no volver, y te culpe. Pero cuan equivocada estaba.
Nunca te fuiste, solo nuestros horarios no coincidían, te ibas muy temprano por la mañana y regresabas muy tarde por la noche, la exigencia era tal que ni los domingos podía alcanzar a verte.
Me sentía muy sola.
Esta situación se repitió por varias semanas, lo que me llevo a reafirmar que te habías ido, y ya no regresarías.
Grata fue mi sorpresa verte llegar un viernes por la noche a eso de las 6.
Ni siquiera espere a que llegaras, corrí lo más rápido que pude a tu encuentro.
Estaba tan sorprendida y descolocada que lo único que pude hacer fue echarme a llorar, me tomaste en brazos con esa mirada compasiva tan característica tuya. Me preguntaste que sucedía y como respuesta solo estreche mis brazos en tu cuello, aferrándome más a ti.
Y ese día aprendí, que si algo pudiera ser llamado felicidad, se sentiría igual que estar en tus brazos.