Uno de los días que va a ver a su espantapájaros es un día especialmente oscuro para Alejandro.
Es una de las noches en que sueña con Gin, su antigua compañera de equipo muerta. No sucede tanto como solía hacerlo, pero cada vez que lo hace trae de vuelta a ese momento de su muerte en sus manos, como si nunca hubieran pasado los años después de eso.
Se ve obligado a recordar su puño atravesando su pecho, la brutal realidad de la sensación de ella latiendo a su alrededor, de la vida abandonando su cuerpo.
Un momento que duró segundos.
Un momento que durará toda su vida.
Cuando Jazmín lo encuentra, está en la oscuridad tumbado en su cama y mirando al techo con ojos ciegos. El detecta la presencia de su novia a pesar de que no quería que lo viera en este estado.
Aún así, él no le dice que se vaya.
Ella camina con gracia a pesar de la oscuridad y no dice nada mientras se sienta en la cama junto a él. La sensación de sus dedos en su cabello, suave y relajante, lo hace cerrar los ojos.
- Basta- dice en voz baja y lo que quiere decir es: deja de ser amable conmigo. Deja de darme cosas que no merezco.
- Déjame quedarme- dice ella.
Pero él sabe lo que ella quiere decir:
Déjame quedarme hasta que los fantasmas se hayan ido. Déjame quedarme hasta que encuentres tu alma otra vez.
Ella extiende su otra mano y él puede sentir que se cierne sobre él en la oscuridad antes de que descanse ligeramente sobre la suya.
Él quiere alejarse de ella, de la misma forma en que tirarías tu mano de una estufa al rojo vivo, pero no lo hace.
Él la deja quedarse.
XXX
Una noche, después de un largo día de reuniones diplomáticas, lo encuentra demasiado cansado para discutir con ella. Cuando ella le pide que se quite la camisa para que pueda trabajar en sus cicatrices, él la mira con ojos más somnolientos que de costumbre y luego obedece.
Incapaz de detenerse, Jazmín deja que sus ojos recorran los músculos de su torso mientras reflexiona sobre la mejor forma de posicionarse para curarlo y hay un breve y absurdo impulso de meterse en su regazo.
Ella se agacha para ocultar su sonrojo mientras se sienta a su lado. Manteniendo los ojos bajos de su rostro, se concentra en la furiosa cicatriz roja que atraviesa su clavícula izquierda. El tejido es grueso y anudado y aunque ella ya ha reparado la fractura mal curada debajo de él, él no le ha permitido trabajar en la cicatriz hasta ahora.
Ella le ha dado reclamos muchas veces sobre lo estúpido que es tener tantas heridas ocultas de los excelentes médicos de la aldea, pero hoy no iba hacerle ningún reclamo.
Cuando coloca las manos brillantes sobre su piel, se atreve a mirarlo a la cara y descubre que tiene los ojos cerrados. Solo un ligero movimiento de una ceja revela que él siente algo cuando deja que su energía pase a su cuerpo. Ella baja la mirada hacia la tarea en cuestión, ignorando deliberadamente lo cálido que es, la forma en que huele a libros y alguna especia efímera e innombrable.
- ¿Por qué estás haciendo esto?- murmura, y su voz contiene toda la emoción de una pregunta sobre el clima.
- ¿Por qué las guardas?- ella responde, igualando su tono suave.
El silencio se cierne entre ellos y piensa que él no va a responder, agarra su pulgar acariciando la cicatriz que se desvanece y se detiene. Finalmente Alejandro habla:
- Nuestras cicatrices son mapas de donde hemos estado.
- ¿Y esa es la única forma de recordar?
- ¿No es así?
- No- responde con firmeza, enderezándose ligeramente mientras se niega a romper el contacto visual. Sus manos presionan un poco más firmemente contra él-. Para eso están tus personas especiales, ellas te ayudan a recordar dónde has estado y no te dejan olvidar a dónde vas.
- ¿Y hacia dónde voy pequeña?- dijo acariciando su mejilla con toda la delicadeza del mundo.
Su corazón siempre canta por su toque, por la forma en que él mantiene sus ojos fijos en ella.
- No lo se, pero estaré contigo a donde sea que te dirijas.