Cartas a mi soldado

Cap extra: 3

Alejandro le miente a todos los que conoce, en cada momento habla con alguien y no admite que no puede dejar de pensar en ella.

Parece que sus pensamientos ya no son los suyos.

- ¿Día largo?- ella pregunta, sirviéndole una segunda taza de té y ese momento de domesticidad provoca un sentimiento no muy diferente al vértigo dentro de él.

Alejandro Knight no es un hombre que tuviera alguien con quien volver a casa…. Hasta ahora.

Él no responde, pero se une a ella para sentarse a la mesa y acepta la taza de té que ella le entrega.

- También tuve un día largo- continúa, aunque él no ha respondido y luego comienza a contarle sobre su turno en el hospital.

El sonido de su voz es un bálsamo para sus nervios deshilachados. Él sonríe levemente, la tela de su máscara se mueve contra sus labios. Debe llegar a sus ojos, porque ella hace una pausa y le da una pequeña sonrisa.

- ¿Qué?

- Nada- responde casualmente, jugando con la taza de té de forma inusual que coincide con el de ella.

- ¿Qué es eso?- Sus agudos ojos se han centrado en su mano, en particular el pequeño vendaje que asoma por debajo de su guante en su dedo índice. Antes de que pueda responder, ella ya está tomando su mano entre las suyas y quitándole el guante.

Sus dedos son pequeños rayos de electricidad en su piel. Es aterrador, incluso para un hombre que ha vivido tantas cosas como el.

- No es nada, un corte de un abrecartas... No estaba prestando atención.

Ella ya está deshaciendo el vendaje. El corte es pequeño y se curará fácilmente por sí solo. La otra cicatriz en su mano, el patrón moteado de carne quemada, no lo hará.

Ella cura el corte primero y él piensa que ella tarda más de lo necesario. Cuando termina no suelta su agarre, sus dedos trazan las cicatrices que dejó su cuchillo, el mismo con el que mato a Gin.

Él se pone rígido.

Ése no.

- Alejandro, dame tu mano- Un ceño fruncido cruza su rostro cuando él retira su mano, alcanzando su guante.

- No quiero que sanes eso- dice y es casi un gruñido. Él sabe que está siendo injusto con ella, y una voz dentro de él clama que se detenga, pero no puede parar.

Ella se está acercando demasiado.

- No has querido que sane ninguna de ellas, pero me dejaste de todos modos. ¿Por qué esta es tan especial?- Su mano se dispara a una velocidad repentina y se apodera de la de él y esta vez su agarre es más fuerte, decidido.

- Déjalo en paz, Jazmín.

- No voy a dejarlo, solo…

- ¡Déjalo!- él ladra, su voz más fuerte que nunca cuando se dirigió a ella,

Y esta vez ella es la que quita la mano. Con los ojos furiosos y llenos de lágrimas no derramadas, aparta la silla de la mesa y se va sin decir palabra, sus pasos firmes y definitivos.

La puerta se cierra.

La taza de té se rompe en un millón de arrepentimientos contra la pared.

 

XXX

 

Tiene miedo la noche siguiente, de pie justo dentro del umbral de sus habitaciones mientras cierra la puerta detrás de ella.

Ella no tiene miedo de él… ¿Cómo iba a tener miedo? Tiene miedo al silencio. Tiene miedo de que él se retire de su vida hasta que esté tan lejos que ya no pueda alcanzarlo.

Durante la mayor parte de la noche anterior había permanecido despierta en su cama, alternando entre frustración y lágrimas. Su turno en el hospital comenzó con ella ya agotada y ahora después de un día completo más horas extras curando a un soldado gravemente herido, estaba lista para abandonar todo e irse a su casa.

Y sin embargo sabe que si se va a casa sin hablar con él, le espera otra noche de insomnio. Ella no sabe qué hará si él se niega a hablar con ella.

Cuando da pasos tentativos hacia sus habitaciones, oye el sonido tranquilo de los barridos que vienen de la cocina. Al doblar la esquina, ella lo ve con su uniforme, agachado en el suelo y barriendo pedazos de porcelana rota en un recogedor.

- Me gustó esa taza- dice ella. Una pequeña y triste sonrisa tira de las comisuras de sus labios.

- Acabo de llegar a casa, terminaré en un minuto- Hace una pausa en sus acciones, mirando las piezas rotas por un largo momento antes de levantar la vista hacia ella-. Lo siento.

La risa que sale de ella es débil y piensa que no muy convincente.

- Está bien, es solo una taza de té.

Se para con la pala llena y la vacía en la basura antes de darse vuelta y mirarla completamente, sus ojos preocupados y sinceros.

- No me disculpo por la taza de té.

Ella no dice nada, porque su labio comienza a temblar y sus ojos comienzan a arder, por lo que simplemente presiona su boca en una línea delgada. Él cierra el espacio entre ellos y extiende una mano hacia ella. Flota en el aire por un segundo incierto y luego descansa sobre su hombro, se siente cálido.

- Lo siento- dice de nuevo y su voz es tan suave que duele y ella siente que las primeras lágrimas caen por sus mejillas. Su otra mano alcanza su rostro y un pulgar calloso rastrea las huellas húmedas que dejan sus lágrimas-. No llores, Jazmín.

Su agotamiento ya la tiene cerca de las lágrimas, pero es el afecto en su voz lo que la rompe. Ella entierra su rostro en su pecho al mismo tiempo que comienza a llorar en serio, escondiéndose de él mientras se aferra a su cuerpo. Sus brazos la rodean y cuando ella llora contra su pecho, le dice que no pudo dormir anoche, qué tuvo esa molesta sensación de pérdida ante la posibilidad de que él todavía estuviera enojado con ella.

Cómo lo golpeará a través de una pared la próxima vez que él le grite así.

Siente el rumor de una risa en su pecho y hace un deseo silencioso y privado, una súplica, de que él la deje quedarse así cerca de él.

Finalmente la libera y se mueven para sentarse en el sofá, tentativamente cómodos en el nuevo silencio. Cuando su mano encuentra la suya, él le permite entrelazar sus dedos. Cuando su cabeza se inclina para descansar sobre su hombro y su respiración se ralentiza y profundiza, él gira su rostro hacia su cabello y cierra los ojos.




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