Cartas a mi soldado

Cap extra: 4

Ella lo quiere, de una manera incapacitante y abrumadora que nunca ha experimentado.

Tan cerca como han crecido, él todavía es esquivo. Todas las noches que ella está allí, la besa de forma desesperada y hambrienta, hasta que siente que cada centímetro de ella está cantando. Y cada noche él se retira, plantando besos de disculpa más pequeños en sus labios hasta que se para y la ve a la puerta. Sus toques breves y tiernos nunca pasan de eso.

Su creciente frustración se refleja en sus ojos. Ella sabe que él también la quiere. Pero él nunca le dice por qué se está conteniendo y hasta ahora, ella ha tenido miedo de preguntar.

Eso no significa que esté dispuesta a rendirse. Una noche, se sientan uno frente al otro en la mesa, beben su té habitual y hablan distraídamente sobre el hospital y ella estira la pierna debajo de la mesa. Lentamente, con indiferencia, traza su dedo sobre la curva interna de su pantorrilla, su rodilla, la parte interna de su muslo.

Tose, sorprendido. Ella esconde una sonrisa.

Una fina ceja plateada se levanta hacia ella y hay una peculiaridad divertida e intrigada en sus labios. Aún así, él no corresponde y cuando cambia tranquilamente el tema a la política solo unos momentos después, ella está decepcionada.

Su pie vuelve a caer al suelo.

Jazmín no es una experta en seducción y se siente perdida.

Aún así, ella no se rinde.

 

XXX

 

Semanas después de ese primer beso, ella lo tiene sentado con las piernas cruzadas y de lado en el sofá con las rodillas detrás de él, sus dedos empujando suavemente una delgada cicatriz roja que empaña la piel pálida sobre su omóplato. Cuando termina de curarlo en un simple fantasma de lo que había sido, baja las manos. Deslizándolos hacia abajo y sobre sus costados, ella lo abraza presionando su pecho contra su espalda. Aquí y allá ella presiona besos lentos y tímidos, sintiendo sus músculos abdominales moverse debajo de sus manos mientras él se pone rígido. Ella reúne su coraje.

- Alejandro... ¿qué estás esperando?

- ¿Qué quieres decir?- él pregunta y ella se pregunta si su voz suena tan poco convincente para él como para ella.

- ¿Por qué no has hecho nada más que besarme?- Sus palabras se susurran en la piel de su hombro, como si ella le estuviera contando un secreto.

Siente su pequeña risa sin humor a través de su pecho tanto como la escucha.

- Estoy esperando que vuelvas a la normalidad- murmura. Tal vez sea más fácil para él ser vulnerable cuando no se están enfrentando, al igual que es más fácil para ella ser valiente-. Si recuperas el sentido antes de que hayamos dormido juntos, nuestra amistad aún puede salvarse sin importar nuestra relación.

Al escuchar eso solo aumento su resolución está y movió, deslizándose alrededor de su regazo y rodeándose de él como si le perteneciera.

Y luego ella lo besa y le muestra que si lo hace… que el le pertenece.

Hay pasión, sinceridad y furia pura y justa en su beso, cuando él se recupera, lo iguala, gimiendo contra su boca cuando su mano llega a su cabello y se enreda en él tirando sin cuidado. Sus manos agarran con fuerza la tela que cubre la parte baja de su espalda, apretando el material.

Cuando se separan, ambos respiran rápido. Las piernas de ella se tensan alrededor de él desafiándolo a tratar de alejarla.

- ¿De verdad quieres salvar nuestra amistad o relación a costa de sentir esto?- ella desafía, olvidando toda mansedumbre mientras mira a los ojos nublados.

Sus labios están separados, su respiración aún rápida mientras responde.

- No- admite, con voz áspera por la emoción.

Ella pone una mano a cada lado de su rostro, su frente se inclina sobre la de él.

- Entonces deja de detenerte, ya he vuelto a mis cabales. Sé lo que quiero.

Él la mira fijamente como si fuera a descubrir un secreto, como si ella fuera a gritar "¡Sorpresa!" y quitarse la máscara de aceptación para revelar un sentimiento de indiferencia.

Y cuando la besa, es con la urgencia de un hombre que no sabe por cuánto tiempo tendrá el tesoro en sus manos.

Se prometió a sí mismo que no lo haría. Cada vez que le tocó se dijo que no iría más allá, que él no haría eso a ella. Pero tratar de ignorar la forma en que la quiere es como tratar de ignorar a alguien que grita en su oído, enloquecedor. Imposible.

Cuando ella le dice que no se detenga, es su ruina.

De repente, sus manos vuelven a apretar su camisa y él la está besando, y el pequeño ruido de placer que hace contra su boca hace que se le levanten los pelos de la nuca. Él arrastra su boca hacia su cuello y deja que sus dientes pasen sobre su pulso para escucharla hacerlo de nuevo. Cuelga como una campana en sus oídos, sonando, instándolo a seguir.

No sabe cuándo la acuesta en el sofá, se acomoda entre sus piernas y descansa en la cuna de sus caderas. La desea tanto, lo suficiente como para tirar cada pensamiento que le dice que se merece algo mejor, todo temor de que no se quede.

Moviéndose por sí sola, una mano tira de la cremallera de su parte superior, su boca devorando su piel tan rápido como puede ser expuesta. Ella está impaciente mientras tira de la tela que cubre sus hombros y él cede el tiempo suficiente para dejarla quitarse la camisa.

Él trata de tomarse su tiempo mientras le quita la ropa. Sus dedos rozan sus senos, sus costados, las curvas de sus caderas, mientras se descartan su parte superior y sus ataduras. Él aprende la forma de su pezón debajo de su lengua, el sonido que hace cuando su mano se desliza entre sus piernas acariciando, antes de pasar a la cintura de sus pantalones cortos.

Cada movimiento, cada nuevo paso, busca esos ojos sorprendentemente verdes y espera su permiso. Ella levanta las caderas instándolo a seguir, y él le quita los pantalones cortos, luego está desnuda y gloriosa ante él, solo le quedan las bragas que la cubren.




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