La noche comenzaba a adueñarse del cielo mientras Jhoan permanecía fuera de su casa, recostado en ese viejo sillón que, aunque desgastado, le ofrecía un lugar para pensar. La brisa fría de la montaña le rozaba la piel, mientras una a una, las estrellas iban apareciendo sobre él como pensamientos desordenados en su mente.
Recordaba lo que le dijo un amigo esa misma tarde: su desesperación por no encontrar una pareja adecuada, ni un trabajo estable. Dos temas que antes apenas le habrían importado, pero que ahora... ahora le ardían como brasas lentas bajo el pecho.
—¿Y si tiene razón? —se preguntó en silencio.
La idea se le fue expandiendo como una mancha de tinta en papel seco. Pensó en sus propias ausencias, en esa compañía constante que tenía con la soledad, a pesar de los amigos y los familiares que se preocupaban genuinamente por él. ¿Por qué entonces sentía ese vacío? ¿Qué era lo que realmente faltaba?
Tal vez era eso... la ausencia de esa persona especial. Alguien que lo viera distinto, más allá del cariño familiar o la amistad. Una mirada que le dijera “estoy aquí” sin tener que pronunciarlo. Se cuestionó entonces:
—¿Podría alguien como yo construir algo real con otra persona?
Había tenido experiencias antes. Con risas, momentos y recuerdos que se quedaron anclados en su alma. Pero siempre terminaban igual: él abandonando el barco. Por miedo, por inseguridad, por esa sombra silenciosa que le decía que el amor no era para él.
—¿Y si el problema no era el amor, sino el miedo a ser amado? —pensó, mientras una estrella fugaz cruzaba el cielo, como burlándose de su vulnerabilidad.
Temía ser abandonado, engañado, herido. Por eso había construido murallas emocionales tan altas, tan estrictas. Solo dejaba entrar a quien consideraba correcto, tras un proceso casi quirúrgico de selección. Y aun así… las grietas siempre estaban allí.
Desvió entonces sus pensamientos al trabajo. Quería uno remoto. Algo desde casa. Pero todo requería experiencia. ¿Y cómo iba a tener experiencia si para adquirirla ya se la exigían? Un ciclo sin salida. Un juego injusto.
Pensó en su finca. En la tierra. En el trabajo físico que muchos daban por hecho. Pero su cuerpo no cooperaba: piel sensible, manos que se pelaban con herramientas, cortes con facilidad, deshidratación al poco tiempo por el sol. Su cuerpo no era fuerte. Ni resistente. Y eso le dolía más de lo que admitía.
—¿Quién podría querer a alguien como yo? —se preguntó frente al reflejo tenue de un espejo viejo.
Sabía que tenía una buena personalidad, o al menos eso decían algunos. Pero la sociedad le exigía más. Un jefe quería carisma, sí, pero también fuerza. Una chica podía buscar comprensión, ternura... pero también alguien que le diera seguridad, que pudiera defenderla si hacía falta. ¿Cómo competir con eso?
Jhoan levantó la vista. Miró los planetas, silenciosos, lejanos, inalcanzables. El mundo seguía girando allá arriba, como si sus preguntas no importaran. Y solo la brisa respondía, fría y constante, como todo lo que hasta ahora lo había acompañado.
Y así se quedó, en ese sillón testigo de tantas madrugadas, preguntándose si algún día podría ser suficiente.