Cartas a Nadie

Bajo el Manto Estelar

Estaba de excursión en el planetario de una universidad, una experiencia completamente distinta a lo cotidiano. Si tan solo el guía se hubiera callado, habría parecido que estábamos realmente acompañados por los astros, danzando en el vasto espacio silencioso del universo.

A mi lado se encontraba una chica muy especial. Entre nosotros había una relación de total confianza. Ella estaba a unos metros, pero poco a poco ambos comenzamos a acercarnos hasta quedar lado a lado, como si el destino tuviera planeada esa lenta coreografía. Nuestras miradas eran una conversación en sí misma, como una charla de astronomía sin palabras: yo le señalaba planetas, constelaciones, formaciones… y ella me seguía con esos ojos que siempre parecían entender.

Su mano quedó muy cerca de la mía. Mi corazón se disparó.
“¿Será la primera vez que tome su mano?”, pensé.
Y para mí, eso era algo profundo: solo hago eso con quienes considero dentro de mi círculo más íntimo —mi familia, mi mejor amigo... ahora ella. Mi mejor amiga, al menos para mí. Aunque no habláramos todo el tiempo, cuando lo hacíamos, era como si nada hubiera cambiado. Las buenas amistades no requieren mantenimiento constante para mantenerse vivas.

Así que, con toda la delicadeza posible, acerqué mi mano a la suya y la posé ligeramente, apenas rozándola. Pero justo en ese momento... ya era hora de irse.

Salimos del planetario y subimos al bus. Esperé a que su compañera de viaje se bajara para poder sentarme a su lado. Como siempre, comenzamos a conversar sin filtros, siendo nosotros mismos, riendo, hablando de todo y de nada.

Le comenté:
—“Yo considero a una persona como parte de mi círculo cuando tomo la iniciativa de tener un contacto físico como tomarnos de la mano… y puedo hablar con esa persona siendo yo de verdad.”

Cuando llegó su parada, antes de bajar, ella tomó mi mano y la apretó. No fuerte, pero sí con ese gesto que dice más que mil frases:
“No quiero irme todavía.”

Yo le devolví el apretón, suave. Cálido. Cómplice.

Y así, mientras el bus seguía su camino, me senté mirando por la ventana. El frío de la noche se colaba por la rendija del vidrio, pero mi corazón estaba calientito.
Porque ese gesto, pequeño y simple, me recordó que ella estuvo allí…

En mi peor momento aquel año. Me vio roto, descuidado, triste. Y en vez de irse, se quedó. Y ahora... esa misma mano que me sostuvo en la sombra, me apretaba con ternura bajo las estrellas.



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En el texto hay: melancolia, soledad

Editado: 10.05.2025

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