Cartas a Nadie

Caminos de Nieve y Espejos

El cansancio del día me venció sin aviso, y cuando cerré los ojos, no fue el descanso lo que me encontró.

Estaba en un camino empedrado, blanco por la nieve que no dejaba de caer, silenciosa y pesada como un recuerdo.
Las montañas a lo lejos parecían murmurar, y el aire helado se colaba por mi ropa, haciéndome sentir tan pequeño… tan humano.

De entre las sombras que la neblina no podía ocultar, apareció Khalef.

Qué sueño más... apropiado —dijo con su tono habitual: una mezcla de sarcasmo refinado y autoridad innata.
Melancolía y soledad. Parece que al fin estás soñando con honestidad.

No es tristeza… es calma. A veces, solo quiero estar aquí… sin pensar en nada.

Él caminó a mi lado, con las manos a la espalda, observando los copos de nieve caer sobre su abrigo oscuro como si fuera un rey inspeccionando sus dominios.

No pensar en nada… Eso es lo que te ha llevado a desperdiciar tanto. Te has conformado con tan poco, cuando podrías tenerlo todo.

Me detuve.

¿Todo? ¿A qué te refieres exactamente con ‘todo’? ¿A una vida vacía con apariencia de abundancia?
Yo solo quiero vivir sin cargar con ese peso de pretender ser más de lo que soy.

Khalef se giró hacia mí.
Su rostro, idéntico al mío, parecía cincelado en hielo. Su mirada era severa, pero no sin una pizca de dolor contenido.

No lo entiendes aún, ¿verdad? No es por ti. Es por los que vienen. Por los que te verán como sostén, como columna. ¿Cómo cuidarás de los que amas con manos rotas y corazón conformista?

Me tragué el silencio como quien traga sangre. Miré mis guantes, sucios por la tierra, por el trabajo, por el sacrificio diario.
Mis dedos dolían incluso en el sueño.

No quiero convertirme en una máquina de resultados. Yo quiero quedarme en la tierra, entre lo simple, entre los que me quieren por quien soy. No por lo que tengo.

Khalef no sonrió. Pero bajó un poco la cabeza, casi resignado.

Eres débil… pero noble. Esa es tu virtud y tu condena. Yo solo intervengo cuando tú dejas que el mundo te aplaste. Y cada vez es más frecuente, Jhoan. ¿No te das cuenta? Cada vez me necesitas más.

No supe qué decir.

Seguimos caminando por el sendero nevado. A un lado, un lago cubierto por una delgada capa de hielo reflejaba un cielo gris sin estrellas.
Y sin esperarlo, Khalef habló con una voz distinta. Más baja. Casi humana.

Solo quiero que tengas una vida donde no duela mirar al pasado. Pero… a veces creo que tú prefieres cargar con la tristeza, como si fuera una vieja amiga que no sabes soltar.

Es que lo es —respondí casi en un susurro.
Ella me recuerda lo que fui. Lo que perdí. Lo que aún no puedo soltar.

Hubo silencio.
Y en ese silencio… comprendí que no éramos enemigos.
Éramos dos formas de sostener el mismo cuerpo.

Desperté poco después, con el sabor del frío en la garganta y la sensación de que algo se había dicho que no debía olvidarse.
El amanecer aún no llegaba.

Solo el ruido tenue de mis propios pensamientos me acompañaba.
Y un eco lejano, casi imperceptible, que murmuraba:

“No te conformes con sobrevivir…”



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En el texto hay: melancolia, soledad

Editado: 10.05.2025

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