Cartas a un amigo perdido

TRES

Hola, “amigo”:

¿Te digo algo? No te reconozco.

No reconozco al chico que se robó mi corazón poco a poco; no reconozco al amigo que me sostuvo y abrazó mientras enterraban a mi abuela; no reconozco al chico que una noche de abril me propuso ser su novia…

No te reconozco Asher…

¿Dónde está el chico que en algún momento me susurró un “Te amo”, dulcemente al oído?

Hoy me decepcioné de ti como jamás pensé que lo haría.

Estábamos en clase de Física Avanzada, cuando la profesora Junders, con un gruñido de frustración, le llamó la atención a Kiara.

¿El motivo?

Dormir en sus clases.

La pobre muchacha se ruborizó y bajó la cabeza avergonzada.

Dime, Asher… ¿Qué necesidad había de burlarse?

Tus ojos tenían un brillo burlón y cruel que jamás creí ver en ti.

Kiara pidió disculpas y trató de espabilarse, pero era obvio el cansancio en sus facciones.

La clase finalmente terminó y salimos. Fuimos a la cafetería por el almuerzo…

Kiara estaba sentada sola en una mesa, habíamos hablado antes, pero no mucho. Sin embargo, me dirigí firme hacia ella; sin preguntárselo me senté en la misma mesa. Le ofrecí un yogurt con una sonrisa que ella correspondió.

Aproveché para mirarla de reojo mientras comíamos. Tenía unas ojeras oscuras y los pómulos más marcados que antes, el sueño opacaba sus bellos ojos marrones y la preocupación había acentuado sus líneas de expresión.

Suspiré silenciosamente y seguí comiendo, pero antes de acabar, Kiara se levantó y dándome un escueto —Gracias.— se dispuso a salir de aquel lugar.

La seguí con la mirada, con un mal presentimiento en el pecho.

Inevitablemente te miré. Murmurabas con tus amigos.

¿Qué decías que tanta gracia les daba?

Sus sonrisas se intensificaron al verla, parecía que en Kiara  encontraron un mejor bufón. ¿No?

Jadeé asustada cuando todos se levantaron y la rodearon. Tú al frente.

 Kiara quedó sorprendida y te miró con algo de miedo.

¿A caso era para menos? Te habías ocupado de labrarte una fachada dura.

—¿Qué pasó, Karencita? — dijo Daniela (la rubia que siempre revoloteaba a tu alrededor).

El comedor había quedado en silencio, aguantando la respiración.

Eran los cazadores, que habían atrapado a un nuevo conejito; pero antes de comerlo, querían jugar un poco. Todos lo sabíamos.

— Mi nombre es Kiara.  ¿Acaso ni eso puede retener tu cerebro? — siseó con valentía Kiara.

Internamente la aplaudí. Más aún al ver el tono rojizo en las mejillas de Daniela.

Mi sonrisa se transformó en preocupación al ver la mueca perversa que esbozaste.

—Tampoco es como si la fueras a culpar, ¿no? — sonrió Milo. — No eres lo suficientemente importante como para recordarte.

Ese golpe fue tan bajo, que hizo flaquear la postura altiva de Kiara. Todos sabíamos que Milo y ella habían sido pareja en algún momento.

El dolor se reflejó en su rostro, pero se repuso y alzando la cabeza los empujó y quiso irse. La detuviste del brazo con prontitud.

—Alto, alto… ¿No estarás pensando en irte tan pronto…o sí? — dijiste alto con falsa ternura. Estabas dando un espectáculo y lo sabías. — Supongo que quieres dormir un poco… Debe ser difícil trasnocharse tanto… ¿Anoche tuviste muchos clientes?

—¿Qué? — te preguntó temblorosa.

Sonreíste con maldad y seguiste con tu tortura: — Vamos, Kiarita…No te avergüences… No es nada malo… — la miraste pensativo un momento y abriste los ojos exageradamente. — ¡Oh! ¡Espera! Sí debes avergonzarte.

Nadie fue tan tonto para no notar lo que estabas insinuando. Kiara enrojeció y yo palidecí.

—¿Qué tipo de personas “atiendes”? — se burló Milo. Le recorrió el cuerpo descaradamente. — No deben pagar mucho por tus…servicios, ¿eh?

Ella alzó el mentón con soberbia, pero las lágrimas que no podía contener la traicionaron. La estaban humillando.

—Debes estar muy necesitada para vender tu cuerpo. — añadió Daniela mirándose con descaro la uña.

—Yo no hago eso…— le respondió Kiara temblorosa. —Ese es tu trabajo.

Los murmullos se levantaron y Daniela se acercó dispuesta a golpearla; pero, Kiara fue más rápida y salió corriendo de la cafetería.

Me puse de pie, temblando de la rabia. Y sin poderlo evitar, me dirigí a ti y te miré con rabia.

—Estúpido. — escupí molesta. Sin importarme nada y presa de la rabia, te dije: — Ella no duerme por cuidar a su padre enfermo de cáncer.

Todo quedó en silencio por un momento, hasta que con una sonrisa cínica, respondiste:



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En el texto hay: cartas, despedida, amor

Editado: 13.06.2018

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