Cartas a un amigo perdido

SEIS

Hola, Asher:

Las cosas están empeorando, lo sabemos...Y asusta. Asusta mucho.

Asusta la situación en la que estamos. Asusta empezar a sentir el tirón que tuvimos aquella noche en que nos besamos por primera vez.

La dependencia que en un momento estuvo ahí…

Tus ojos me buscan, con más regularidad de la acostumbrada, acostumbrados a que los míos sean tu ancla.

Me estás preocupando… ¿Cuántos Asher más debo conocer?

He aceptado que mi chico dulce de romance perfecto ya no está, y en su lugar estaba la versión llena de demonios del mismo. Pero, ahora, ni eso está.

¿Dónde está el Asher que se cree el rey del mundo?

Estoy acostumbrada al chico soberbio, coqueto y algo idiota que se pasea por el campus universitario como si fuera su casa.

El chico genio de la facultad de administración.

Pero, no estoy acostumbrada al chico decaído y ojeroso que pasea como fantasma por un lugar y otro.

Tu camisa sin planchar, la barba sin afeitar, el cabello largo y sucio, los ojos rojos y el rostro de un feo color enfermizo.

Hoy me asustaste demasiado. Estaba en la biblioteca, investigando un poco para la clase de Legalización IV, cuando Kiara llegó apresurada, con las mejillas sonrojadas y la mirada frenética.

En un momento estaba a mi lado.

—Vamos…—tironeó de mí, queriendo sacarme del lugar.

Me negué un momento. ¿Sabes qué es lo más triste?

Que solo tuvo que decir tu nombre para que mi corazón se paralizara y saliera como alma que lleva el diablo de aquel lugar. Ella, me guiaba a tumbos, hasta el estacionamiento.

Mi corazón se encogió, a medida que nos acercábamos al círculo de curiosos. A punta de codazos y empujones llegamos al frente. Mi respiración se congeló mientras trataba de registrar la escena que tenía frente a mí.

—¿Qué pasó? —pregunté con voz estrangulada.

—Daniela. —fue la respuesta de Kiara. — El tipo que golpea a Asher es el novio de Daniela.

Suspiré exasperada y miré al frente.

Tú y un chico – que ahora sabía, era el novio oficial de Daniela – se golpeaban con fuerza. Un hilillo de sangre escapaba de tus labios.

Sobra decir que ibas perdiendo.

Nunca aprendiste a pelear.

El chico, te dio un puñetazo en el estómago, que supe, te quitó el aliento.

Un grito de terror se ahogó en mis labios.

Un nuevo puñetazo te hizo caer.

Los gritos y abucheos no se hicieron esperar.

—Detente. —la voz chillona de Daniela, nunca supuso un alivio tan grande para mí, como en ese momento. — Detente, Bracke. Por favor.

Él la miró con rabia y finalmente se alejó de ti.

—Te lo advierto, Coleman… No te quiero cerca de ella.

Diciendo esto se alejó tironeando de Daniela, mientras seguías en el piso, sin decir palabra.

La multitud poco a poco empezó a dispersarse, pero mis pies parecían clavados al suelo. Kiara, adivinando mi preocupación, me dio un leve asentimiento, antes de irse caminando.

Aún dudosa, me acerqué a paso lento.

—Arriba, hermano. —te decía Milo, ayudándote a levantar.

—Maldito idiota. —refunfuñaste con dificultad, limpiándote la sangre de la boca.

Milo asintió, mirando con rabia, por donde Daniela y su novio habían desaparecido.

—No puedo creer que no mencionara que tenía un mafioso de novio. —dijo.

Abrí los ojos con incredulidad.

—Que supiera golpear no lo hace mafioso. —dijiste con una mueca que aparentaba ser divertida.

Milo se encogió de hombros.

Alzaste la mirada y me encontraste ahí.

¿Qué pensaste?

¿El miedo estaba tan dibujado en mi rostro?

—Alessa. —dijiste en un susurro, mirándome fijamente.

—Yo me encargo de él. —le dijo a Milo, sin titubear, a pesar de no estar segura.

Él te miró en busca de alguna señal.

—Ella puede…—asentiste sin dejar de mirarme.

—¿Ahora eres el jefe? —pregunté con la voz temblorosa y un intento de sonrisa, cuando sus pasos se escuchaban ya lejos.

Me miraste en silencio, con una cara de niño inocente que revolvió mis neuronas.

Al intentar sonreír, hiciste una mueca.

Me acerqué veloz a ti.

—¿Por qué te metes en problemas siempre? —me quejé, acercándome a inspeccionar tus heridas.

—Él inició, yo solo me defendí.

—Tan bien no lo hiciste. —repliqué con una mueca, al ver tu ceja partida. —Sigues sin saber tirar un buen puñetazo.

—La que golpeaba a la gente eras tú, Alessa.

Me quedé en silencio. Mirándote con firmeza.

—Será mejor curar tus heridas. Podrías coger una infección.

Te quedaste callado, mirándome con fijeza.

—En mi casa tengo lo necesario…—comentaste con duda en tu voz.

Aguanté la respiración y me alejé de ti unos pasos, como acto reflejo.



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En el texto hay: cartas, despedida, amor

Editado: 13.06.2018

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