Cartas a una Princesa

11. Un disfraz que me picaba

Asombroso, pensé. Mucha gente con dinero. Y yo estaba con ellos. Me sentí importante. El suelo del palacio se veía elegante, las ventanas, puertas y muebles se veían elegantes, hasta los meseros se veían elegantes. Dios, todo parecía sacado de un cuento de hadas.
Un costoso cuento de hadas. Sentía que en cualquier momento podrían venir los de seguridad a sacarme a patadas por no ser nadie importante.

La familia real aún no aparecía. De seguro que Rosemary se vería preciosa, espectacular. Por supuesto que sí. Todas las chicas rubias de ojos azules con el título de princesa debían ser hermosas.

Pero, ¿ Y yo? ¿Qué pensaría ella de mí? Es decir, aceptaba que con el disfraz me veía mucho mejor pero mi rostro obviamente no era como de portada de revista. Siempre me consideré común, como cualquier chico. Seguramente ella esperaba un príncipe. Si eso hacía...  yo estaba perdido. No podía llenar las espectativas. Y los nervios me hacían sentir todo un zoológico en el estómago. ¿Qué demonios esperaba esa noche? Había mentido para salir de casa, decepcioné a mi mejor amigo, maté a mi cochinito para comprar un disfraz que me picaba en los muslos y abandoné a mi gato. ¿De verdad, qué estaba haciendo?

Bien pude negarme, Rosemary habría entendido, seguiríamos hablando por cartas, yo habría ido a la fiesta en donde bien pude conocer chicas, encontrar a la correcta, enamorame, casarme en el futuro y poner a Lio como mi padrino. Y nada estaría irritando mi cuerpo ni me sentiría desesperado por saber de mi gato.

Tenía que irme. Pero ya. Ella entendería...

— Disculpe— dijo un joven rubio, alto y de sonrisa como de comercial de pasta dental—, ¿Usted es de éste reino?

Me quedé mirando su cara como idiota. Y no dije nada. Mi mente estaba en blanco.

— Es decir— agregó él—, me preguntaba si usted conoce éste lugar. Estoy de visita y la verdad es que no sé a quién pedir ayuda. 
— Soy de aquí— dije automáticamente, luego imaginé que quizá me pidió ayuda pensando que formaba parte de la seguridad del palacio por el disfraz—. Pero tampoco tengo idea. De hecho, busco a alguien y estoy muy perdido también. Mi disfraz es engañoso.
— Parece muy real— me observó, me sentí intimidado pero más cómodo, hablar era mejor que ponerse a pensar en cosas—. Me llamo Connor. Connor Blake.
— Ah, yo soy Christian. Christian Larson. ¿Y tú eres alguna clase de príncipe o algo así?— dije, tratando de continuar la conversación. 
— Tercer Príncipe de El Real Imperio de Saint Mallory, Connor George Maximillian Blake de la Valliere.

Lo observé mientras notaba que él esperaba una reacción de mi parte. Debía ser una broma. No lo dije en serio pero el rubio resultó ser un verdadero príncipe. Parece que sí que atraigo a la gente de la realeza.

— Un placer conocerte, Connor... George... o lo que sea que hayas dicho...— me hice bolas yo mismo.
— Connor— dijo divertido—. Y eres la primera persona que me habla de esa forma.
— ¡Lo lamento mucho!— dije rápidamente—, por favor, no me demandes.
— No, no me molesta— dijo, me sentí miserable cuando sonrió y se veía como modelo de revista—. Me gusta que me traten como si fuera un conocido.
— Menos mal— dije, suspiré aliviado—, de verdad que no quiero meterme en problemas...

De repente algo llamó su atención y yo me giré para verlo. Por las escaleras principales del palacio venía la familia real. El rey, la reina y ella, la princesa. Sus padres no traían disfraz alguno pero ella sí. Era un vestido no muy largo, blanco. Y detrás tenía unas hermosas alas blancas, cubiertas de plumas brillantes.

Era Rosemary, vuelta un verdadero ángel.

Y todo el arrepentimiento que había sentido antes se desvaneció de la nada.

 




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