Cartas a una Princesa

12. Andar en bicicleta

— La princesa se ve muy hermosa— dije, más para mí que para el chico junto a mí. 
— Es verdad— dijo él, yo seguía embobado mirando a Rosemary—, la Reina y el Rey lucen espectaculares también. Me pregunto si debo ir a saludarlos...— me giré para mirarlo y noté que bajó la mirada, preocupado. No quería parecer entrometido pero si podía ayudar a alguien, lo haría. 
— ¿Pasa algo?— dije, había mucho ruido pero supe que me escuchó cuando me miró. 
— No es nada es sólo que... no sé si pueda hacer lo que me encomendaron hacer aquí, en Indonia.
— ¿De qué hablas?— dije, me observó como que dudando si yo era de fiar o no—. Puedo guardar cualquier secreto, lo juro. Por lo menos ésta noche, soy un general, o algo así. 
— Es cierto— sonrió—. Sé que puedo confiar en ti. ¿Podemos salir afuera? Aquí hay mucha gente.

Salimos al balcón. La luz de la luna iluminaba todo. Se veían los hermosos jardines que rodeaban el palacio. Le dije que podía contarme. Luego de comprobar que no había nadie cerca empezó a relatarme un montón de cuestiones complicadas que me fueron muy difíciles de entender, en parte por el zoológico en mi estómago, pero que en conclusión querían decir que él había venido a Indonia para comprometerse con Rosemary.

— ¿Y tú estás de acuerdo con eso?— dije, sorprendido.
— Realmente no. Sé que la princesa es muy hermosa y probablemente sea la mejor joven del mundo pero yo... me gustaría tener la oportunidad de elegir. 
— Pero según entendí no le comunicaste eso a tu padre— dije, él me observó—, y si no le dices lo que sientes él no va a comprenderte.
— Es que sé que la princesa también sabe eso y tal vez ella sí quiera continuar con la boda. No quiero tener que arruinar los planes de nuestros padres con ésto. 
— Creéme si te digo que ella no quiere casarse también— le dije—, soy amigo de Rosemary desde hace bastante y sé que ella está tan preocupada por eso como tú. Y no es que no crea que no eres el adecuado pero casi puedo jurar que ella quiere tener la oportunidad de elegir también. 
— ¿ De verdad? Eso es muy oportuno— dijo él, hasta le cambió el rostro—. Significa que definitivamente ya no tendremos que casarnos.
— Pero deberías decirle lo que sientes a tu padre. En algo tan importante como eso es mejor que tú mismo se lo digas. Sé que en veces no es tan sencillo porque temes decepcionarlo pero creo que un papá siempre ama a su hijos y nunca haría nada para dañarlos. Él va a entenderte. Lo sé.

Me miró atentamente. Le sonreí convencido de eso. Me regresó la sonrisa.

— ¡Pero vamos, dile ahora!— le dije y lo empujé hacia adentro.
— ¿Ahora?— dijo, asustado.
— ¿Quieres esperar a que te acompañe a la iglesia el día de tu boda?
— ¡No, claro que no!
— ¡Entonces ve!

Salió corriendo. Me sentí orgulloso, como cuando un padre ve andar en bicicleta a su hijo por primera vez. Rosemary estaba salvada. Ya no tenía pretendiente. 
Luego me cayó el veinte cuando recordé que me había olvidado completamente de ella. Entré al palacio con el corazón entre las manos, para buscarla. Me sentía muy ansioso. Todo parecía ir despacio, y me inquietaba.

Tropecé con un señor y casi le tiro su copa de vino. Lo observé asustado.

— ¡Lo siento, soy muy torpe, perdóneme!— dije. El hombre me miró irritado.
— Christian— dijo una voz—, ¿Eres tú?

Me giré para ver a la persona que me había llamado. Ya había escuchado esa voz antes. 
La observé. Era un ángel. De mejillas sonrosadas y con esos increíbles ojos azules observándome.

Rosemary.

 




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