14. Un zoológico en el estómago

La música se escuchaba hasta donde estábamos. Y se me ocurrió una idea.

— ¿Quieres bailar?— le dije—. Pero te advierto que no sé, lo que me hace sentir como un tonto ya que sabía de antemano que me invitaste a un baile.
— Yo puedo enseñarte— dijo y por primera vez no sonó incómoda.

Tomó mi mano lentamente y sentí que me invadián los nervios y que no sólo tenía un zoológico en el estómago, si no toda una reserva natural.

— Pon tus manos aquí — me dijo, guío mi brazo hacia su cintura.

Luego empezó a moverse y yo también. Era como si estuviéramos sincronizados. Miré su cara, con las mejillas sonrosadas. Siembre me pareció que era bonita, pero en la vida real era aún más hermosa. Una pequeña angelita.

— Saludé a mi abuelita de tu parte— me dijo—. Y le conté de ti. Creo que le agradas.
— Ah, eso es bueno.
— Y sí he viajado mucho. Me encanta viajar en avión. Aunque no se siente tan bien como parace.
— Mi tío Víctor dice que se siente como estar en un autobús. Yo digo que debe ser mejor, como si fuera mágico. 
— Tal vez sí tenga un poco de magia.

Seguimos bailando mientras hablábamos. Muy pronto ella ya estaba riéndose sobre mis experiencia en la tienda de disfraces. Y luego me contó sobre lo mucho que disfrutó cantarle a un muñeco de nieve cuando le dije que yo lo intentaría. La canción terminó y le dije que ya que no podía entrar podríamos acostarnos en el pasto y mirar el cielo.

— Siempre he mirado esas tres estrellas que están juntas sin saber si tienen algún nombre pero creo que son mías. De alguna forma pienso que son mágicas— le dije.
— Tú piensas que todo es mágico— dijo. Me levanté para mirarla.
— Una vida sin un poco de magia no vale la pena. Puede que no creas en eso, pero las cosas mágicas te rodean. Hoy por ejemplo, se celebra el día en que tus padres se conocieron. ¿No crees que es mágico que un buen día dos personas se encontraran y supieran que querían estar juntas para siempre?
— Entonces sí existe la magia— dijo, contenta—. Y las tres estrellas juntas forman parte de la constelación Orión. 
— Ese nombre no suena mágico. No para mis estrellas. Creo que voy a ponerles nombres. Las estrellas de los extremos se llamarán Rosemary y Christian. Y la de en medio se llamará... ¿Qué nombre debería ponerle?
— No lo sé— dijo ella—. No sé qué podría ser tan mágico. 
— Las cartas son mágicas. Gracias a ellas estoy aquí. Gracias a ellas te conozco. Así que la estrella del centro se llamará carta. 
— Y así tú y yo estamos conectados— dijo.

Nos miramos a los ojos. Me sentí feliz. Nada podría interrumpir ese momento...

— Ya son las diez— dijo—. Mis padres deben estar preguntándose en dónde estoy.
— Sí, tal vez estén preocupados...

Me cayó el veinte. Mamá dijo que debía estar en casa a las doce. Ya no podría llegar a tiempo. Tenía que salir corriendo en ese momento. Pero no quería irme. Habían muchas cosas que quería decirle a ella que me ponía triste tener que marcharme.

— Tengo que irme— le dije—. Ya es muy tarde.
— Pero... yo quería que conocieras a... 
— Le dije a mis padres que no tardaría y la verdad si no me voy ahora no llegaré a tiempo.
— Entiendo— dijo, se veía deprimida. Se me ocurrió algo.
— Pero volveremos a vernos— dije, me miró incrédula—. Sé que sí. Somos amigos, ¿No?
— Pero, ¿Y si algo pasa? ¿Y si no vuelvo a verte nunca?
— Volveremos a vernos por que yo tendré que regresar por ésto algún día— le puse en las manos mi collar que tenía como dije la letra “C”. Lo observó confundida—. Te prometo que te veré de nuevo. Sólo sigue escribiendo cartas. No es un adiós, es un hasta luego.
— Es un hasta luego— me sonrió. Le devolví el gesto.

Y luego salí corriendo por un pasillo iluminado. Me giré para verla, con su hermoso disfraz de ángel, iluminada por la luna, con el viento meciendo su cabello rubio.
Salí del palacio y corrí por la calle. Corrí mucho. Mis piernas se sentían cansadas pero de alguna forma me sentía con más energía que nunca.

No sabía que algo había cambiado en mí ese día. Efectivamente, era como magia.