Cartas a una Princesa

17. Algodón de azúcar

— Me encantaría ser princesa— dijo Vicky—. No hay nada mejor que usar vestidos bonitos y pasar en la tv todo en día. 
— Ser princesa significa mucho más que verse bien. Hay muchas responsabilidades— dije. 
— ¿Cómo cuales?— dijo mientras le jalaba los bigotes a mi gato.
— Bueno, en veces las princesas son obligadas a casarse aunque ellas no quieran.
— Pero eso no es tan malo. Ellas siempre tienen a hombres muy guapos, como la princesa Rosemary, que sale con el hombre de la fiesta.
— Tú no puedes saber si es guapo o no. No le viste la cara. Y la verdad no veo cuál es la diferencia entre un sujeto como él y yo, por ejemplo— esperé su respuesta. Me miró pensativa.
— Él es todo un caballero— dijo, muy firme—. Se nota que sí. 
— La diferencia es un traje. Sólo eso.
— No, él debe ser un príncipe — dijo antes de irse de mi habitación.

Afortunadamente el traje militar estaba en casa de Lio. No quería que lo descubrieran. Me causaría problemas, Vicky y mamá enloquecerían.

Ya en la escuela, decidí que si quería cumplir mi sueño de casarme algún día tenía que conocer a una chica o resignarme a llenar mi casa con gatos. Pero las chicas de mis clases daban mucho miedo. Sí, eran bonitas pero parecía que cuando me acercaba ellas guardaban silencio y se alejaban. Yo quería llorar.

— Ya no quiero vivir— le dije a Lio—. Las mujeres me odian. Hasta mi hermana y mi madre. Qué bueno que mi gato es macho. ¿Si no encuentro a nadie tú te casarías conmigo?
— Si ni siquiera le has hablado a ninguna. Y las mujeres no te odian. Además de que tu mamá y Vicky son un amor. Y no es justo que quieras casarte conmigo como tu último recurso.
— Tienes razón, no es justo. La vida no es justa.
— De todas formas hay una mujer que no te odia— dijo. 
— ¡Es verdad, Rosemary no me odia! Pero ella es una princesa, es normal que su corazón haya sido sustituido por un algodón de azúcar. No puede odiar.
— No me refería a eso. Espero que lo descubras solo— me guiñó un ojo y se alejó.

Me quedé confundido y volví a casa igual de confundido. Papá se me acercó muy emocionado.

— Mira Chris, te llegó una carta— me la puso en las manos.
— Gracias papá —solté y salí corriendo a mi habitación.

“Querido Christian:

Sólo me pisaste una vez cuando bailamos. Para ser principiante lo hiciste bien.
Tengo un teléfono celular. Pero no me he aprendido mi número de teléfono. Soy un poco torpe, pero realmente no dependo mucho de él.

Sí, yo también me he dado cuenta de cosas, como que mi abuelita sabe casi todo, que mis padres se conocieron cuando tenían mi edad, que últimamente me siento ansiosa y que la clase de música es mi favorita.

Me encanta tu proyecto de vida. Suena muy romántico. La chica que se case contigo será muy afortunada. Yo también quiero casarme con alguien que tome mi mano cuando seamos ancianos.

No me has causado ningún problema. No podrías. Y ultimamente me siento muy contenta. Se siente bien tener amigos. Mis padres me han preguntado por ti pero no les quiero decir. No voy a hacerlo. No quiero que tengas inconvenientes.

Te extraño, es un poco raro, ¿No?

Atte. Rosemary”




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