Cartas a una Princesa

20. A usar mi cerebro

El palacio se veía más increíble de día. Más ostentoso. A comparación con el horrible asiento de autobús que tuve que compartir con Clara, ahí era el mismísimo paraíso. 
Se suponía que la familia real recibiría a los alumnos que llegaban de visita pero yo no veía nada. Mucho menos a Rosemary.

— ¿Y cuándo aparecerá la princesa?— dijo Clara, molesta— Ya debería estar ahí.

Me pareció extraño pero no hice mucho caso. Los reyes debían tener cosas más importantes que hablar con simples plebeyos.
Minutos después de llegar un guardia comunicó que la familia real estaba atendiendo asuntos relevantes para el reino y que lamentablemente no podrían vernos. Muchos se decepcionaron pero les cambió la cara cuando supieron que tenían la libertad de recorrer el palacio.

Me puse a usar mi cerebro, es decir, a pensar. Asuntos relevantes para el reino. Qué cosa podría ser tan importante como para hacer que los reyes faltaran a su palabra... se me prendió el foco. Todo se relacionaba, de alguna forma. Era algo de suma impotancia que evitó que Rosemary me escribiera una carta y que sus padres nos recibieran en el palacio. Y yo debía averiguar lo que era.

Me escurrí por los pasillos evitando ser visto por los guardias. Traté de imaginar en dónde podría estar ella, si es que se encontraba ahí. El lugar era tan grande... ¿Para qué necesitaban tantas habitaciones?
Entré a una y la observé. Qué cursi. Toda rosa. Y habían unos bonitos cuadros en las paredes, un piano y una foto de una ancianita sobre el buró...  Rosemary. Su cuarto. Obviamente. 
Estaba en eso cuando escuché unas voces acercarse. Me tiré al suelo y rodé debajo de la cama. Se abrió la puerta y vi unos zapatos rosas caminar hasta un diván. Debió sentarse ahí. Luego no escuché nada. Me asomé con cuidado para ver. Efectivamente era ella, con su cabello rubio ondulado cayendo en sus hombros. Tenía un vestido rosa de olanes a la par de su sueter.

— Rose...Rosemary— susurré.
— ¿Quién es? ¿Es mi conciencia?— dijo mientras buscaba el origen de la voz con la mirada.
— No, soy yo, mira aquí abajo— saqué mi cabeza. Se asustó tanto que hasta brincó. Me apresuré a salir.
— ¿Qué haces aquí?— dijo sorprendida.
— Hoy era la visita guiada. Me escapé. Tal vez aún no noten que desaparecí. O estén buscándome desesperadamente. ¿Está todo bien?

Desvío sus ojos al suelo. Se veía deprimida. Salí de abajo y me acerqué a ella. 

— No— dijo—. Todo está muy mal.
— ¿Por qué?— aseveré.
— Tuve una pelea con papá y luego estaba muy deprimida, tu carta me animó pero no quise escribir...
— Rosemary— la tomé de los hombros, me observó exaltada—, dime lo que está pasando.
— Mis padres quieren comprometerme de nuevo. Les dije lo que sentía pero dicen que eso es algo que tiene que hacer la realeza.

Mi madre era la reencarnación de Jesucristo comparada con los padres poco comprensivos de ella.

— Pues no lo aceptaré— dije, furioso—. No pueden obligarte a nada. Tengo que hacer algo.
— Está bien— me miró con una sonrisa melancólica en su cara que decidí no querer ver de nuevo en mi vida—. Ya has hecho mucho por mí. Soy una persona muy feliz sólo con tener tu amistad. Tengo que empezar a aceptar mi destino. Soy una princesa. Y mi deber es hacer todo lo posible por que mi gente esté en paz.
— Pero no es justo— repliqué—, no debe ser así. Puedes hablarlo y....
— No todo se puede resolver con palabras— me interrumpió, pude ver que estaba a punto de llorar.

Tenía razón. No todo se solucionaba hablando porque existía gente que no quería escuchar. Tenía que obligarlos a que la escucharan. Tenía que hacer algo. Y se me ocurrió la solución de repente.

— Entonces ven conmigo— dije, más como impulso que como opción—. Escapemos juntos.

Extendí mi mano esperando que la tomara. Me observó confusa por un minuto.
Esperé que aunque fuera algo estúpido, tomara mi mano.

 




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