Tomó mi mano. Le sonreí. Pero noté la duda en su mirada.
Por supuesto que no se sentía segura. Ni yo mismo estaba muy consciente de lo que hacía. Pero no iba a dejarla ahí.
— No puedo huir— dijo—. No es justo para mis padres.
— Tampoco es justo que ellos quieran casarte con un desconocido.
— ¿Y si me voy, qué pasará conmigo? ¿A dónde iré? ¿Y el reino?
La observé y definitivamente no tenía respuesta para ninguna de las preguntas.
Tocaron la puerta. Muy fuerte, ella debió haber cerrado muy bien. Reconocí la voz de la reina.
— ¡Rosemary, abre ya! ¡No puedes encerrarte así!
Nuestros ojos se encontraron y fue como si viera todos sus miedos al instante. Yo no podía dejarla. No así.
— ¡Rosemary!— dijo el rey, reconocí su voz de inmediato—, ¡Vas a casarte quieras o no!
Absolutamente convencido. Estaba a punto de abrir esa puerta y hablar de forma civilizada con los reyes... pero ya no, sentía deseos de golpearlos. No, ella no pasaría una noche más con ellos.
— Es ahora o nunca— le dije—. Toma una decisión.
Giró hasta un armario y tomó una bolsa. Luego se acercó hasta mí.
— Vamos— dijo con mucha determinación.
Luego de salir por la ventana, caminar por el balcón, entrar por otra ventana, salir de una habitación y correr para evitar a los guardias, llegamos al jardín. Ahí, Rosemary escribió una nota diciendo que se escapaba por voluntad propia. La dejó en su árbol favorito. Me quité el sueter del uniforme y se lo puse. También se ató el cabello con una liga, de forma que luciera diferente. Aprovechamos para salir cuando los alumnos de las escuelas salían hacia sus autobuses.
Nos mezclamos hasta entrar al autobús de mi escuela. Habían muchos asientos vacíos así que me apresuré a llevar a Rosemary hasta uno. Le dije que bajara la cabeza y que no hablara ni mirara a nadie. Luego fui a mi lugar con Clara. Efectivamente nadie notó que desaparecí. Le dije a ella que me cambiaría de lugar. Me ignoró. Sí que era malvada. Inmediatamente después alcancé a la princesa. Estaba nerviosa. Sostuve su mano. Quería que supiera que no pasaría nada.
Llegamos a mi escuela. Bajamos discretamente. Y salimos disparados por las calles.
Todo bien... ¡Claro que no! No iba a llegar a casa con la princesa de Indonia. ¿Entonces a dónde deberíamos ir?
No haría como con mi gato, que lo encontré en la calle, lo metí sin permiso a mi habitación y cuando me descubrieron le dije a mamá que él llegó solito... y me dejó quedármelo. Desde luego que no podía quedarme con la princesa.
¿Qué demonios se hace cuando huyes de la guardia real porque secuestraste a una princesa?
En ese momento supe que había algo que debía hacer, algo que jamás pensé hacer....
Minutos después estaba frente a mi casa tratando de seguir mi propio consejo: enfrentar a mi padre.
— Vamos— le dije a ella—, mi madre y Vicky no están en casa. Mi papá sí pero... espero que me entienda.
Entré sigilosamente y dejé a Rosemary esperando en la sala. Papá estaba en la cocina, abriendo una lata de comida para mi gato.
— Hola papá— dije, nervioso.
— Hola Chris. ¿Qué tal la visita al palacio?
— Pues... ya que hablamos de eso... ¿Recuerdas cuando dijiste que debía pelear siempre por las causas justas?
— Por supuesto que sí— respondió, abrazó a mi gato.
— Lo que pasa es que creo que acabo de hacer algo muy extremo tratando de defender mis principios.
— ¿No me digas que le dijiste al rey que piensas que las fiestas del palacio son una pérdida de dinero?
— No, ni siquiera pude hablar con él...
— Menos mal. Lo que sea que hayas hecho no es tan malo.
Me dio un tic nervioso. Sí, empecé a temblar y mi cara tenía una mueca horrible.
— Es que... creo que es mejor que lo veas— Lo guié hasta la puerta. Ahí estaba Rosemary, observando sus zapatos.
— ¿Quién es tu amiga?— dijo él muy contento. Ella lo observó consternada. Y muy pronto, la sonrisa de mi padre se fue apagando.
— Antes de que enloquezcas, déjame explicarte— dije, me miró enojado—, en mi defensa, los reyes se lo buscaron.