Cartas a una Princesa

22. Sudaba cual cerdo

Mi padre escuchó atentamente todo lo que le dije. Le mostré las cartas. Y resultó que la bolsa que tomó Rosemary contenía las cartas que yo le mandé. Parecía confundido y enojado pero sabía que podía entenderme. O eso deseaba yo.

— ¿Y simplemente decidieron huir?— dijo él. 
— No iba a dejarla ahí— asentí—, iban a casarla en contra de su voluntad.
— Yo decidí irme— interfirió ella—. No se enoje con su hijo.
— ¿Y qué planean hacer ahora? No hay ningún problema en que se queden aquí pero... tus padres te buscarán y en algún momento tendrán que enfrentar el problema.

Escuchamos el ruido de la puerta abriéndose. Mi madre y Vicky debieron llegar. Papá prometió ayudarnos. Sí, hice bien en confiar en él. Pero no lograba dejar de pensar en los padres furiosos de Rosemary, en lo que la guardia haría conmigo cuando nos encontraran. Por que iba a pasar.

Llevé a Rosemary a mi habitación. 

— Lamento todo ésto— me dijo ella—. Tal vez no es una buena idea.

Imaginé que debía estar pasándola muy mal. Y yo debía animarla.

— Debería regresar con ellos. Si no tal vez ellos me destituyan como princesa...
— Pase lo que pase, para mí siempre serás una princesa— le sonreí—, y estaré contigo siempre.
— ¿Me lo prometes?
— Te lo prometo.

Golpearon mi puerta. Rosemary se levantó de golpe. Era Lio. Lo dejé entrar. Cuando vio a la princesa se tiró al suelo y la reverenció, ella se sintió confundida.

— Princesa, mi amigo Lio— lo presenté. Ella le sonrió. 
— Un placer, excelencia— dijo él.

Luego le expliqué que básicamente, escapamos.

— ¡Eso es muy romántico!— afirmó. 
— ¡Eso es muy suicida!— le dije—. Cuando nos encuentren tendremos problemas.
— Deberían irse lejos. Claro, eso significaría que no podrían regresar nunca— dijo él. 
— No podemos hacer eso, Rosemary tiene que volverse reina— dije.
— Pero podría dejarlo— dijo ella, pensativa—. Hay una ley que dice que puedo renunciar.
— ¡Pero ese es tu sueño!— le dije—. Tú quieres eso.
— No quiero vivir de esa manera. No si eso significa que en algún momento tendré que obligar a mis hijos a casarse— dijo ella. 

La observé. Se veía decidida. Y yo tenía que apoyarla.

— Entonces quédate aquí— dije—. No hace falta que vayas a otra parte.

Nuestros ojos se encontraron y una vez más dejé de flotar en el espacio y caí a la tierra.
Lio se fue a casa después de un rato que aprovechó para decirnos que todo iba a estar bien. Y yo y ella quedamos solos.

— Espera aquí — dije, se me ocurrió algo. Fui a la cocina. Mi madre me miró curiosa. Y papá sudaba cual cerdo. Debí recordar que era pésimo mintiendo.
Tomé un taco. Mamá solía preparar tacos cuando estaba contenta. Por lo que se trataba de un buen día para ser prófugo de la justicia.

— ¿A dónde llevas eso?— dijo Vicky.
— Se lo llevo a....— recordé que no debía decirle—... a taco. Ya sabes, taco se come un taco. Mi gato se llama taco.
— ¿Porqué pareces tan nervioso?
— No estoy nervioso. ¿Yo nervioso? ¡Claro que no! ¿Verdad papá que no luzco nervioso?— mi pobre padre asintió con los ojos muy grandes.
— ¿Y porqué papá está muy sudoroso?
— Es que hace calor— atiné a decir.
— No es cierto— dijo ella. 
— Sí hace calor. Me quemo, literalmente. 
— ¡Mamá, Chris y papá esconden algo!

¡Desgraciada! Y yo que una vez le regalé la última paleta helada que quedaba en el congelador. Me las iba a pagar.
Mamá apareció y con su vista biónica analizó a mi padre.

— ¿Porqué sudas cual cerdo?— le dijo.
— Es por el calor, linda— dijo él al borde de un ataque cardíaco. 
— Te conozco— dijo ella—. Me casé contigo.
— Sí, a mí se me hace que papá y Chris esconden otro gato— dijo Vicky.
— Tengo que irme— dije—. Pero papá, te deseo suerte— salí disparado a mi habitación.

Cuando entré, Rosemary jugaba con mi gato. Y el ingrato Taco, se veía tan contento por ser acariciado.

— Te traje un Taco— le dije.
— ¡De verdad!— dijo, contenta.

Luego de enseñarle que los tacos no necesitan cubiertos, y de que el relleno de su taco se le cayera, hablamos un poco.

Me asombró lo distintos que éramos. Ella prefería la música clásica y yo el rock. Le gustaban dar paseos por el parque y yo jugar videojuegos. Adoraba hablar con las personas y yo solía escabuirme de todos. Le gustaba la luz del sol y yo prefería salir por las noches.
Nunca antes le había desobedecido a sus padres y yo y mi madre casi casi nos agarrábamos de los cabellos todos los días. 
Pero a pesar de todo, ahí estábamos, juntos.

— Dormirás en mi cama— le dije—. Yo en el suelo.
— No parece justo. Ésta es tu cama— dijo ella.
— No te preocupes, estoy acostumbrado. Cuando juego videojuegos en veces pierdo la noción del tiempo y despierto en el suelo.
— Podrías... — su cara estaba roja, muy roja—... dormir aquí....no me importaría...

Las cosas se empezaban a desviar por el lado oscuro de la fuerza. Yo, una habitación, el amor platónico de todos los chicos de mi edad, juntos, un gato, una cama, un taco sin relleno... no, eso no iba a pasar. Ante todo, yo era un caballero.

— Estoy bien el suelo, de verás— dije, más bien susurré. Rosemary era la niña más inocente del mundo... y yo me sentí estúpido por siquiera considerar aceptar la oferta de compartir la cama...
— Espero que todo esté bien en el palacio— dijo, cambiando el tema gracias a dios.
— Todo se solucionará. Y ya sé qué vamos a hacer mañana.
— ¿Qué cosa?— dijo, curiosa.
— Hay que hacer todo lo que te conté en las cartas.

 




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