Cartas a una Princesa

25. Forma de osito

Rosemary se casaría. Sus padres le habían ganado. Pero ella no quería. ¿Y qué podía hacer yo? Si no pude evitar que se fuera menos podría ayudarla aunque quisiera. Y pensándolo bien, todo sería igual. Huiríamos, nos encontrarían y volverían a llevársela. Y quedaría triste y zombificado para siempre. No soportaría pasar por eso de nuevo.

Pero Connor estaba seguro de que yo la ayudaría. Y hasta el Rey Henry me brindaba su apoyo. ¿Por qué? ¿Por qué creían que iría corriendo a salvarla? Podrían hacerlo ellos. Aunque eso sería una declaración de guerra... bueno, eso explicaba ciertas cosas pero... ella era la princesa de Indonia, futura reina. Y yo no tenía nada que ver. Es decir, que si jamás hubiera enviado esa primer carta nada de eso hubiera pasado. Ella igual se habría casado con ese príncipe. Y no creía que se hubiera opuesto. Lo habría hecho. ¿Porqué ahora era diferente? ¿Por qué parecía que todo me arrojaba a querer detener eso?

Estaba pensando en la carta y sin querer me quedé dormido. Desperté en la mañana, muy temprano. Luego de tomar un baño y desayunar, y de que mi mamá me diera sus panqueques especiales, esos con forma de osito que nos daba cuando estábamos enfermos, me senté en el sofá a ver tv. Miré el calendario en la pared. Domingo. La princesa va a casarse hoy, pensé. Con alguien que no quiere. Y no podrá encontrar a...

Lo entendí. Lo entendí. Supe lo que susurró. “Lo encontré”. Ella lo encontró.

Y todo se conectó en mi mente. ¿Soy yo? ¿Sería posible que fuera yo? ¿Por eso me importaba tanto? ¿Por que yo estaba enamorado de la princesa? ¿La amaba? Todo era tan confuso. Tenía que saber eso. Y ella debía decirme... al menos que no llegara a tiempo.

Tomé mi teléfono con forma de balón de futbol americano y llamé a Connor.
Al parecer, la boda aún no empezaba, pero no tardaría. Él trataría de hacer tiempo. Y el Rey Henry me enviaría algo para poder ir al palacio.
Bajé a la sala. Papá estaba ahí.

— Papá— le dije, él me observó—. No me odies por lo que estoy punto de hacer. Voy a ir al palacio. El príncipe Connor y el Rey Henry están ayudándome. Detendré la boda de la princesa Rosemary. Y luego saldremos huyendo. 
— ¿Y porqué?— dijo.
— Por que la amo— dije, hasta a mi me sorprendió lo seguro que soné.
— Jamás podría odiarte— dijo él—. Y siempre supe que la amabas. 
— ¿Pero qué demonios pasa aquí?— dijo mamá, olvidé que ella y mi hermana estaban presentes.
— Mamá, es muy confuso pero ahora tengo que ir a detener una boda por razones que no aún no logro entender del todo pero que sí puedo sentir. Hasta luego.

Luego salí disparado hacia la calle. Y un auto de la guardia estaba afuera, vigilando. ¿Es que todo el mundo sabía que saldría a intentar salvar a Rosemary menos yo? 
Los guardias se me pusieron enfrente. Y estaba pensando en fingir un ataque epiléptico cuando Lio y Savanna salieron a mi rescate. Detuvieron a los guardias.

— ¡Corre, Chris!— me dijo—, ¡Corre por ella!
Sí, aparentemente todos sabían mis sentimientos por ella. Bien pudieron decirme, gente. Me hubiera ahorrado mucho tiempo.

El viento de un avión me despeinó. ¡Era un jet privado! Tenía la bandera de Soria. El Rey Henry se metería en problemas. En mi defensa, fue idea suya. Me subí con ayuda del piloto. Luego me dijo que me sujetara bien. Lo hice y sí, el tío Víctor tenía razón. Se sentía como andar en autobús. Eso no evitó que me pusiera a rezar por mi vida.

Se detuvo en la explanada de un centro deportivo. Salí disparado hasta el palacio. Deseaba llegar a tiempo. ¿A tiempo para qué? ¿Para interrumpir la boda? ¿Y luego qué?

Dios de los gatos, ayúdame. Sólo ésta vez, pensé. 

 




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