Cartas a una Princesa

26. La abracé

Corrí mientras sentía ganas de vomitar. La iglesia no estaba muy lejos del palacio. Pensé en lo que haría cuando entrara. No sabía, quizá crearía alguna distracción y luego saldría corriendo como niñita asustada hasta el jet del Rey Henry. Después nos iríamos a la casa de la playa de mi tío Víctor.

Los pasillos de piso de mármol me mareaban. Bueno, bien podría vomitar al Rey cuando lo viera. Lo merecía. 
Visualicé la iglesia a lo lejos. La reserva natural de mi estómago comenzó a agitarse. Pero debía ser valiente. Por ella.
Por la chica que le cantaba a los muñecos de nieve. Por la que se ponía a debatir en las librerías. La que jamás había comido un taco. La que creía que la magia existe.

Me sentí ligero antes de abrir las puertas de la iglesia. Las personas me miraron pero no me importó. Y aunque nos rodeaban muchos, fue como si sólo existiera yo y la chica en el altar, vestida de blanco, con lágrimas en los ojos.

Y no pude evitar sonreír. Y ella cruzó el pasillo ante las miradas incrédulas de las personas para abrazarme. Y la abracé. Y junté todo mi coraje para no llorar.

— Hola— le dije—. Estoy aquí. 
— Y yo también. 
— Y no voy a dejarte nunca— le dije, pero ella ya se había puesto a llorar.

Miré alrededor y noté que los guardias se acercaban poco a poco. Y el Rey, con una cara como de haber tenido diarrea por meses, se encontraba atrás de mí. No pude hacer más que esconder a la princesa en mi espalda.

— ¿Qué crees que haces, jovencito?— dijo, con una voz muy siniestra.
— Intento robarme a su hija... pensé que eso había quedado claro.

A juzgar por su mirada, deseaba matarme. Y sí, tenía toda la razón.

— Le ruego que se detenga— intervino el Rey Henry, me sentí un poco respaldado—. Majestad, no cometa ninguna locura.
— ¿Usted también está de su parte, Rey Henry?— le preguntó incrédulo. Él asintió con valentía— Aunque usted me lo pida, no puedo dejar que algo tan tonto suceda. Y Rosemary sabe que no puede hacerle eso al príncipe Rodrick.

Observé al fondo. Un chico rubio nos observaba desde lejos. Upss, pobre chico. Debía sentirse terrible. Y la Reina nos miraba también. Supe que ella estaba apoyando a su hija.

— No es ningún problema— dijo el chico del fondo—. Realmente no me importaría no casarme. Y según el primo Connor, ellos dos se aman de verdad.

¿Primo? Con razón ese pelo rubio me era familiar. Más bien era familiar de Connor. Todo ese apoyo me llegaba al alma. Bien pude ponerme a llorar, pero le tenía tanto miedo al Rey que realmente me sorprende no haberme hecho en los pantalones.

— No lo acepto— replicó el Rey. Sentí que me moría. ¡Ah pero qué obstinado!
— ¡Christian, vete corriendo!— me gritó Connor.
Pues eso deseaba hacer pero mis piernas no se movían. 
— ¿De verdad estás dispuesta a abandonar tu herencia real por éste muchacho?— le dijo él a ella.
— Estoy muy segura de eso— dijo, decidida. Y yo, que dudaba aún en ese entonces, dejé de hacerlo. Me sentí más fuerte que nunca.
— Pues sobre mi cadáver— aseveró el Rey.

¡Pero qué terco! ¿No podía dejarme ir con su hija? Sólo nos fugaríamos para nunca regresar, no era tan malo.

— ¡Detengan toda ésta locura!— dijo alguien. Miramos. Era una ancianita. La misma de la foto en el cuarto de la princesa—, Rosemary, no irás a ninguna parte.

¡Lo único que me faltaba! ¡La vieja no aprobaba mi relación!

— Pero abuelita...— dijo ella. 
— No irán a ninguna parte— interrumpió ella—, porque no tienen por qué irse. 
— Madre— dijo el Rey—, ¿A qué te refieres?
— Aceptarás que ellos se aman y permitirás que vivan felices para siempre— dijo la ancianita. 
— ¡Pero madre!
— ¡Ninguna palabra más, jovencito! Serás el Rey de Indonia pero yo soy tu madre. Y debes respetarme.

El rey nos miró con ira y se retiró. Y la gente empezó a salir del lugar.

— ¿Y ahora qué?— dijo ella.
— Ahora ésto— la besé.

Y toda la magia de la que siempre hablé pero que nunca vi, pude saber que sí existía. Jamás volvería a sentirme abandonado en el espacio. Me sentía más atado a la tierra que nunca.

Y sí, Rosemary se veía muy bien de blanco.

— Sabes— le dije—, es oficial, no me volverán a invitar nunca a otra boda.

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.