Eres fugaz.
Fuiste fugaz.
¿Serás fugaz?
Tal vez sí, y es enteramente por mi culpa.
Si las estrellas mueren, si el cielo se cae, si los castillos se derrumban, es mi culpa. Porque en medio de mi colapso, de este quiebre, me paré encima de la mesa y pateé todos los platos. Cualquier cosa de vidrio que estaba ahí fue destrozado a mi paso.
Creo que, en ese camino, destrocé tu corazón.
Me confirmo un total criminal a hacerlo. ¿Por qué rompería lo más preciado que me diste? ¿Por qué tiré esa bandeja de plata con tu corazón encima?
Puedo decirte que apenas pasó, me arrepentí.
Me arrepiento, aún.
En mis peores momentos, soy veneno.
No sé qué hacer con tanto dolor y con tanta ira. La persona que esté ahí, haciendo cualquier cosa que provoque mi estallido, tiene que ganarse con todo esto.
Pero ya lo sabías. Me lo habías dicho. Lo habías olido. Y aún así, te quedaste. Cada noche, cada mañana, cada tarde. Asegurarte que estoy respirando, que no estoy golpeando algo.
Finalmente, eso trajo sus consecuencias, ¿no?
Lo siento. Esto no debió caer en ti. No debiste aceptar todo esto. Lo siento. Lo siento.
Lo siento, amor.