Cartas Al Cielo

Nana

--¡¿Eres el nieto de Montt?!- exclamé. Se sentó en uno de los más cómodos sofás de la sala, extendió los brazos y soltó un simple "si".-no tenía idea de que fuera su nieto Señora Montt- me dirigí a la señora de cabello canoso.
--Tengo secretos mi niña, no todo lo contamos las abuelas.
--En realidad es mi nana, no es mi abuela de sangre, me cuidaba desde que era un bebé- observé como uno de sus salvajes cabellos castaños resbalaba sobre su frente. Inevitablemente mordi mi labio.
--Creí que había vivido aquí toda su vida...
--No linda, viví en Virginia diez años, cuide de mi pequeño Ethan toda mi estancia allá. Vine aquí cuando tenía 64, y te cuide a ti desde que tenias 10.-- Depósito un pequeño plato con sus deliciosas galletas en la mesita, cuando lo supe ya me encontraba comiendo una de ellas, la anciana ya de 72 dió un suspiro- han pasado ya 8 años desde que no he vuelto. 
--Tranquila nana, no hay nada que no te hayas perdido--soltó el castaño.

Vi a Ethan colocar su mano en el hombro derecho de su nana, creo que había interrumpido o creado un momento íntimo en el cual no pertenecía, me levanté y sorprendente mente había desaparecido mi apetito.

--Señora Montt lamento haberlos puesto en un momento no deseado, me iré a casa-- estuve a punto de salir por la puerta hasta que oí la aguda voz de la anciana.
--No tienes porque disculparte linda, eres bienvenida a robar mis galletas cuando quieras--solté una risita-- dejame darte unas cuantas para que les lleves a tu amigas--aunque nunca llegaban a ellas, siempre terminaba comiendo las en el camino.
--Puedo llevarte a tu casa
--Puedo irme sola- solté
--Vamos...--insiste algo frustrado
--¿No tienes otra cosa que hacer? Es algo tarde
-Lo sé, son las 8 de la noche, solamente no me gustaría que andarás sola, apenas llegue hace unos días y me han robado dos veces.
--¡Ja! --me tape la boca con mi mano ante mi repentina burla.
--No cambias-- colocó una chaqueta de cuero Beige sobre sus hombros y luego tomó otra del ropero color corinto, y me la tendió--ten
--No es necesario
--No pregunté si la querías, ponte la--demonios, su voz es tan excitante.

Me coloqué la chaqueta y la Señora Montt atravesó la sala con una bolsa de galletas, ella fue como una madre para mi cuando tenía diez; la veía como una sobreviviente de los años, pensaba que lo sabia todo, y que me enseñaría todo, y lo hizo. Claro no sabia siquiera como lavarme los dientes, el abuelo solía dejarme ir a dormir sin lavarme los dientes no importando mi estado dental, en la escuela se burlaban de mi, solían decirme "piraña, vampiro, conejo..." tenía unos dientes horribles, la amable anciana pagó la reparación de mis dientes, utilicé un horroroso aparato dental hasta los doce, me enseñó a cocinar, y aunque yo siempre metía las manos en la mezcla de todo lo que veía comestible, ella nunca dio vuelta atrás conmigo. Ayudó mucho al abuelo, en todo.

En menos de lo que pensé me hallaba caminado a mi casa con Ethan justo al lado, ninguno decía nada, y volvíamos al silencio incómodo, era algo orgullosa, no iba a soltar la primera palabra, de reojo lo observaba, su cabello castaño lo decía todo, le quedaba un poco largo, se lo hacía para atrás cada dos minutos, sus ojos miel podían poner a cualquier persona de rodillas, me prohibí volver a ver esos ojos detalladamente, ocultaban algo tan profundo y sincero, podía ver amargura, cariño, como si de algo agridulce se tratara, cada facción de su rostro  me parecía simplemente inolvidable, tenia un par de pecas en sus mejillas, su boca increíblemente torneada a la perfección, labios rosados, -"para"-, era alto, claro, cuando lo veía tenia que subir mi rostro, -"para"-, era el hombre perfectamente imperfecto -"¡Basta!"

--Inspeccionas más de lo usual-- soltó  
--Soy un poco...
--¿Curiosa?--completa
--Bueno iba a decir Metiche, pero si quieres ponerlo de esa forma-- soltó una risita
--No quería parecer descortés
--¿Por qué eres tan formal? Es decir, estás hablando conmigo, no con la reina de Inglaterra.--y esta vez si rió fuerte, había encontrado su verdadera sonrisa, y estaba segura de ello
--¿Así que somos amigos?
--Yo no dije eso...
--Esta bien "no amiga", no confías en todos
--Las amistades al primer encuentro jamás son verdaderas.
--No comprendo 
--Bien, como no tengo algo mejor que hacer, te explicaré inglés,- de nuevo esa risa--, al primer encuentro con alguna persona no puede ser simplemente tu amigo, --torció algo la boca-- ¿Qué clase de mueca es esa? Como sea, no puedes darle simplemente tú confianza a un recién llegado a tu vida, no puedes dejar que tomen algo tan delicado como tu confianza, es algo que se debe ganar con actos, con lealtad; conociéndose se gana, no te conozco, al menos no profundamente, y si tú no tienes la confianza para darte a conocer, tampoco puedes esperar a que den un gota de la suya.

--Creo que está en el tiempo, ¿Cómo esperar conocer si ni siquiera pueden verse?
--Touché, bueno hemos llegado.--estaba parada justo enfrente de esa casa rosada, horrible color por cierto, tan peculiar de todo el vecindario.
--Nunca imagine que tú casa tendría ese color, no te ves de las chicas que les agrade el rosa.
--Esa no es mi parte de la casa, reglas de Faith.
--¿Compartes la casa?
--Mis amigas, larga historia...
--Clichés
--Confianza  
--Touché

Me di la vuelta, y comencé a caminar, cuando llegué al pórtico, me giré y grité: "¡Gracias por traerme a casa!" Y me devolvió una sonrisa. Su sonrisa.




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