Cartas al cielo

CAPÍTULO 2

SERENA

La fiebre del día de ayer y el malestar de mi pequeña, gracias a Dios fue pasajera. Pero algo dentro de mí, algo que creo que solo las madres sentimos, me decía que no estaba del todo bien.

—¡Mami, créeme! — me salpicó agua Milagros de la bañera rompiendo mi intento de maquillarme para disimular la noche de angustia. Quería lucir fuerte para ella.

—Te creo, cariño — la miró con el espejo y frunce el ceño como su padre.

—¡Mientes! —Su voz, a pesar de la inocencia, llevaba una convicción que me heló la sangre—. Sabes que es malo mentir, mami. Es un pecado. Yo te estoy diciendo la verdad: Dios me dijo que estuvieras lista y que no tengamos miedo de lo que está por venir.

Sentí un escalofrío que me erizó la piel. Traté de sonreír, de convencerla (y a mí misma) de que solo había sido el delirio de una fiebre alta, nada más.

—Vamos, que Nathalia y Abril nos esperan— le dije y la saqué de la tina.

Unos minutos después estábamos lista, y mi amiga nos esperaba fuera de casa. Su pequeña hija Abril solo escuchó los saltos de Milagros y aplaudió mirando a los lados. Abril es ciega desde que nació, pero su risa ilumina cualquier lugar. Su madre le suelta la mano y la deja correr en dirección a mi hija, su audición es tan perfecta que solo los aplausos de Milagros la guían y cuando la tiene cerca se abrazan.

Llegamos al parque y las niñas juegan mientras conversamos un poco. Nathalia es madre soltera como yo, pero en cambio ella sí tuvo un esposo y un buen padre para su hija, pero lamentablemente falleció hace un año.

—¿La señora Elsa te dio el día? Es un amor, esa abuelita— dice con una sonrisa.

Asiento.

—Creo que nunca tendré como pagarle tanto amor y cariño para mi hija y para mí. Sabes que su nieto me hizo los trámites de mis documentos, me llamó para saber de la niña y me dijo que le comentó a su nieto y él lo resolvió.

—Yo, siento tú, decido algún día conocerlo y…, bueno, quien sabe. Te puedes resolver la vida.

—Por favor, Nathalia— la empujó del hombro mientras miro a mi hija —, no sería un buen ejemplo para mi hija y sabes que no soy así. Tengo mucho que agradecerle a él, aunque nunca lo he visto y a la señora Elsa también.

—Al menos aceptan, ese dinero que tanto quieren darte como bono extra.

—No puedo… Es demasiado, dinero. Yo la verdad estoy bien con mi pago.

—Un pago que no gasta completo y que con ese dinero de atrevida sin que te lo pidan pagas cosas de esa casa que no debería ser.

—Es que todavía es mucho, para mi.

—No amiga, sin duda. Amas, contar cada moneda.

—Amamos… —La corrijo y ella ríe, no le queda de otra las dos estamos en la misma situación, lo único que ella sí ejerce su profesión en un colegio privado.

Nos quedamos en silencio, pero no uno incómodo. Es que solo con acompañarnos basta.

—Serena, anoté a Abril en una lista para donantes— suelta en un susurro —, puedes poner en oración que se de…, mi pequeña merece ver el mundo.

—¡Oh, que buena noticia, amiga! Dios, por fin la aceptaron —La abrazó con fuerza llena de emoción.

—Si, gracias a una alumna que quiere mucho a Abril y ella habló con su padre que es dueño de la fundación y nos quitaron de la lista todo los requisitos que pedían y no podíamos conseguir.

—Amiga, esta misma noche. Comenzaré a pedir por esa operación. Estoy muy feliz, enserio.

Milagros, me mira y me lanza un beso y sigue jugando con Abril. Tan pequeña como Milagros ella también merece ver el mundo.

—Aquí, Abril, pon la mano aquí —Milagros le indica, y la pequeña sigue cada movimiento con confianza—, así, te sostienes bien.

Me sentí afortunada, viendo a mi hija tan atenta y dulce, como si el mundo entero dependiera de su cuidado y comprendí que estoy haciendo un buen trabajo, pero de repente, todo cambió. Milagros se detuvo en seco, su frente se arrugó y soltó un grito ahogado.

—¡Mami…, me duele! ¡Me duele mucho! —susurró entre lágrimas.

El tiempo pareció detenerse. Corrí junto a ella y Nathalia detrás de mi. Me arrodillé junto a ella, sosteniéndola, sintiendo su pequeño cuerpo temblar de dolor.

—Shhh…, tranquila, mi cielo, mamá está aquí —le acaricié la cabeza, intentando calmarla—, respira y dime dónde.

Su pequeña mano viaja a su cabeza y no abre los ojos.

—Me duele…

—Tal vez fue el sol y estaba todavía débil de la fiebre.

—Mila…, ¿estás bien?— preguntó Abril, pero Milagros solo negaba.

—La llevaré a casa, creo que debe descansar más.

—Vamos, te acompaño.

Sentía una presión horrible en el pecho, un miedo que no podía quitarme.

Cuando llegamos le quite su ropa y le coloque otra mas cómoda, la cargué en mis brazos para calmarla, le había dado un analgésico, pero no parecía funcionar. Su llanto se intensificó, y yo, desesperada, tomé el teléfono y marqué el número de Gael.

—Hola, Gael… —mi voz temblaba—, la niña…, no se siente bien. Necesito que me lleves al doctor.

Se escuchaban risas de mujeres y música de fondo en la llamada, haciendo que mi ansiedad se multiplicará. Pero su respuesta fue distante:

—Dale algo. Tal vez, solo es un resfriado, no la estás cuidando como debe ser.

Y colgó.

<<Soy tan estúpida…, como puedo seguir sintiendo cosas por este ser>>

Respiré hondo, tratando de recomponerme. No podía permitir que mi hija sintiera mi desesperación; tenía que ser fuerte por ella.

Decidí llevarla al módulo médico gratuito cerca de nuestra casa. La cargué en brazos y así esperamos horas, mientras otros pacientes iban y venían. Ya el dolor había pasado solo un poco y solo le dieron otra pastilla y nos mandaron a casa. Mi corazón se rompía al verla tan débil, y sin embargo, ella me sonrió, intentando consolarme:

—Mami…, estoy bien y muy feliz por las mariposas que nosacompañan —susurró con su voz temblorosa.

La abracé con fuerza, miré a los lados, era de noche y no había ninguna mariposa…




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