Cartas al cielo

CAPÍTULO 4

SERENA

Carta de Milagros

Querido Dios...

Hoy me siento mejor. Mi cabecita ya no me duele. Mami me dijo que me curaste. Sabes, mi mami estaba muy triste, y yo no quiero que ella esté triste. Yo sé que tú me cuidas, y sé que tú cuidas a mi mami.

Yo soy fuerte y mi mami es la más fuerte del mundo. Pero por favor, no seas tan duro con ella, ¿sí? Recuerda que ella es mi mami y la quiero mucho. Y no quiero que llore por papi…, y por cierto, gracias por las mariposas eran hermosas.

Con amor, tu mensajera especial; Mila...

°❀°

Milagros había terminado de escribir en su pequeño cuaderno. Se veía tranquila, y ya no tenía dolor. Me acerqué a ella, y justo cuando iba a hablar, una ráfaga de mariposas, de alas azules y anaranjadas, revoloteó en la ventana, danzando en la luz.

Una sonrisa se extendió por mi rostro. Era la primera vez que las veía en la ventana y menos tantas al mismo tiempo.

—Cariño… —le dije, acariciando su rostro—, hoy que estás mejor, vas al trabajo conmigo, ¿sí? Vamos a casa de la señora Elsa.

Los ojos de Milagros se iluminaron. La señora Elsa me dio la semana libre, pero no podía dejarla solita. Me imagino que su nieto debe ser un hombre ocupado que no debe tener tiempo para venir cuando no le toca cuidarla.

—¡Sí, mami!

Unos minutos después, estábamos en la calle, tomadas de la mano, mi hija saltando mientras cantaba y su vestido revoloteaba con el viento. Caminamos un buen rato, pero era un trayecto normal para nosotras y cuando nos acercamos a la casa de la señora Elsa, sentí que algo era diferente. La puerta estaba entreabierta, y una voz masculina, grave y casi familiar, llegaba desde el interior. Me detuve en seco, el corazón dándome un vuelco.

Pero antes de que pudiera escuchar más, la señora Elsa abrió la puerta. El sonido del radio a todo volumen, algo que jamás había escuchado en su casa, ahogó cualquier otro ruido. Su voz, tan dulce como siempre, sonaba un poco alterada.

—¡Serena, mi Mila hermosa! ¡Pasen, pasen!—dijo con una sonrisa que parecía nerviosa, caminamos detras de ella. Elsa caminaba un poco encorvada por su edad, pero me sorprendió lo rápido que llegó a la puerta.

Sus manos temblaban un poco y el olor a lavanda y libros viejos era el mismo, pero había una tensión palpable en el aire que no había sentido antes. Me pareció extraño que escuchara la radio, ella siempre me decía que le daba dolor de cabeza y por eso prefería el silencio y el sonido del reloj.

Milagros la abrazo cuando se sentó en el sofa y la señora Elsa se agachó para recibirla. Algo olía a quemado y fuí a la cocina, había preparado varios platillos, pero uno se me hizo familiar, una sopa de mariscos, pero ella era alérgica al marisco. En el horno galletas de chocolate y nuez, por su olor. Algo que me hizo viajar al pasado, como si hubiera sido ayer el día que llegue a la mansión Vex y lo primero que me comí sin permiso fue la bandeja de galletas que estaba en la oficina.

—¡Ay, mi Mila! ¡Mi pequeña! Un pajarito me contó que estabas enferma, pero que nuestro señor te sano ¿verdad? —La señora Elsa la abrazó con ternura.

—Sí, abuelita. Te he extrañado mucho—murmuró, acurrucándose en su pecho.

Milagros se separó un poco y miró a la señora Elsa con esos ojos azules que hacían temblar a cualquiera. Una vez que le empezó a decir asi, no pude hacer nada y la señora Elsa no se molesto, mas bien le dio termura.

—Abuelita… Sabes mi papi vino a verme. Estaba con la otra abuela…, esa la gruñona, lagart...

—Milagros...

La regañe entre dientes, culpa de Nathalia por referirse asi de la señora Gisella. No se le olvida la palabra.

La señora Elsa se llevó la mano a la boca, una risa que intentó reprimir.

—Perro que ladra no muerde, aunque debemos estar muy lejos de ella...

Milagros siguió hablando, con su voz pequeña y sincera.

—Pero no me habló y mi papi tampoco. Mi mami se puso triste. No sé por qué no me hablan…

Elsa y yo nos miramos. La sonrisa de la anciana se había desvanecido, reemplazada por una mirada de profunda tristeza.

—Cariño, te he dicho que tu padre es un hombre muy ocupado y él te quiere mucho, mucho... Tal vez, estaba apurado por eso no se quedó. Y tu abuela, bueno, ella…, no es cariñosa.

<<Mentir y mentir, solo eso sabía hacer. Para proteger a mi hija del desprecio de Gael y su madre>>

—Si, lo se mami— sonríe y mira a Elsa—, quiero leerle una palabra a mi mami —dijo de repente cambiando de tema y tomó la antigua Biblia de la mesita y la abrió. Sus pequeños dedos se deslizaron sobre las páginas hasta que se detuvieron en una y apuntó con el dedo, como si supiera exactamente lo que iba a decir.

—Escucha, mami —La voz de Milagros era un susurro dulce, pero las palabras resonaban con una fuerza inmensa en la tranquila sala—, no temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. No era solo un versículo.

—Es un mensaje para ti, Serena. El señor la está bendiciendo —dijo la señora Elsa, con la voz suave.

—Mami no tengas miedo de la tormenta, porque Diosito está contigo —murmuró, mi pequeña.

A pesar de todo, sentía que estábamos a salvo en ese hogar, un refugio para mi hija y para mí. La señora Elsa lo ha sido todo desde que tuve a mi hija.

De repente, un sonido rompió el encanto. Un ruido metálico, como si algo pesado se hubiera caído en el sótano. Me puse de pie de un salto, y la señora Elsa se tensó, sus ojos se abrieron de par en par.

—¿Qué fue eso? ¿Hay alguien abajo? —pregunté, sintiendo un escalofrío.

La señora Elsa se llevó la mano a la garganta y tosió con fuerza.




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