Cartas al cielo

CAPÍTULO 9

El pasillo estaba silencioso, pero Milagros caminaba feliz, como si la fiebre que horas antes la había dejado débil y temblorosa en brazos de su madre. Entre sus deditos sostenía un frasco transparente con un líquido brillante. Lo llevaba como si fuera un tesoro pegado a su pecho.

Su madre al verla regresar con ese objeto en las manos, frunció el ceño.

—¿Y ese frasquito, cariño? —preguntó, inclinándose hacia ella.

Los ojos azules le brillaron de emoción e intensidad.

—Me lo dio un doctor muy guapo, mami. Muy, muy guapo.

Una carcajada escapó casi sin querer de los labios de Serena, que carraspeó tratando de reponerse y enseguida negó con la cabeza.

—Amor, no debes hablar con extraños. Eso no está bien. Te he dicho que hay personas buenas y otras malas.

Milagros la miró con gesto serio, esa madurez que a veces asomaba en su carita infantil.

—No es un extraño… Es un doctor y los doctores son buenos, dulces y te regalan chupetas—respondió muy segura.

Serena se quedó callada y acarició su cabello y la llevó a sentarse a la sala de espera. Allí, juntas, se acomodaron en una banca, mientras Milagros agitaba el frasco y soplaba burbujas pequeñas que flotaban en el aire

Serena, en cambio, no podía apartar la mente de las preocupaciones.

<<¿Qué tiene mi hija? —se preguntaba—, ¿por qué se desmaya? ¿Por qué la fiebre aparece y se va como si jugara con nosotras?>>

Apretó con fuerza su bolsillo donde lo único que tenía era el celular. Una parte de ella rogaba marcar el número de Gael, pero con solo recordar la mujer que atendió y le dijo que era su prometida se le oprimía el pecho. Miró de reojo a su hija, tan feliz con esas pequeñas esferas de jabón y sonrió agradecida en silencio con ese desconocido doctor que le dió un poco de felicidad a su hija.

—Pronto nos verá el doctor —susurró Serena, obligándose a sonreír.

—Pero ya me siento bien, mejor vamos para que la abuelita—pidió aleteando sus largas pestañas.

Serena sonrió y dejó un beso en su sien.

—El doctor debe verte, cariño. Luego iremos sí.

Tenemos que estar seguras que estas bien.

Milagros la miraba pensativa y volvió a insistir.

—Me siento bien, mami… ¿Me crees?

La ternura de esas palabras casi le arrancó lágrimas. Quiso creerle, quiso pensar que todo era un susto pasajero.

—Creo en lo que veo y estás mejor, hija…

Luego una duda punzante volvió a instalarse en su corazón: La señora Elsa le había dicho que buscara al doctor Miller, un apellido que todavía resonaba en su mente. Y lo extraño era que él no era pediatra, sino neurólogo. Serena se mordió el labio.

<<¿Qué podría tener mi hija que necesita revisión de un especialista así? O tal vez, son ideas mías. Sí, tal vez, es eso>>Pensó.

La incertidumbre la consumía. Guardó el teléfono de nuevo en un segundo arrebato de llamar a su padre. Abrazo a su hija y la atrajo hacia sí, como si quisiera fundirse con ella. La niña rió y la rodeó con sus bracitos.

Entonces, la voz firme de la recepcionista se hizo presente.

—Paciente Milagros, es su turno.

Serena tragó saliva. Algo extraño le recorrió el pecho, una sensación que no supo nombrar. Se levantó, ayudó a su hija a ponerse de pie y juntas caminaron hacia la puerta blanca.

Milagros miró hacia arriba con una sonrisa amplia y su madre, en cambio, no podía dejar de pensar que su hija tenía algo malo...

MILAGROS

Cuando entramos al consultorio yo me quedé mirando todo, era enorme y lleno de cosas brillantes. Olía a limpio, como cuando mami lava la ropa con suavizante de bebé. Mi mami estaba rara…, sus manos sudaban, yo la conozco porque siempre que se pone nerviosa juega con el anillo chiquito que tiene en el dedo, y sí, ahí estaba, dándole vueltas una y otra vez.

Parecía asustada, la miré y estaba tiesa como una estatua mirando al doctor.

El doctor era el mismo del jardín y cuando me vio, me guiñó un ojo. ¡Casi me río! Pero me aguanté porque mami estaba con cara seria, como si hubiera visto un fantasma. Ella se disculpó y me soltó la mano y me quedé solita con él.

—Creo que no se siente bien mi mami… —le dije molesta, muy molesta. Porqué mi mami es muy valiente y tal vez, fueron sus manos llenas de dibujos —, a lo mejor le diste miedo.

El me miró raro con esa mirada como cuando los adultos piensan mucho o no saben qué decir.

—A veces los fantasmas del pasado causan miedo, princesa. ¿Le dijiste a tu mami que me conocías?

Negué rápido con la cabeza, apretando mis labios.

<<Mi mami no me preguntó y si no pregunta no debo responder y si no respondo no estoy mintiendo>>

—No, porque eso es un secreto. Y un secreto no es lo mismo que mentir… ¿Cierto?

Él me miró sorprendido y sonrió, me gustaba su sonrisa, mi papi no sonríe al verme.

—Cierto. Estás en lo correcto, cariño.

—Entonces hagamos un trato —dije muy seria, levantando mi dedito—, sí prometes cuidar también a mi mami, no diré nada.

No contestaba, se recaba el cuello sonriendo. Así que yo empecé a contar:

—Uno…, dos, y…

—¡Trato! —dijo justo cuando mi mami volvió a entrar.

Ella estaba más tranquila, pero sus ojos todavía tenían ese brillito de cuando quiere llorar y no puede.

El doctor la miró y comenzó a preguntarle muchas cosas: ¿Qué me había pasado? ¿Cuánto tiempo llevaba enferma? ¿Qué medicamentos me había dado? Mi mami contestaba todo, nerviosa, con la voz temblorosa, y evitando mirarlo, si era guapo debía verlo. Él escribía en una hoja y cada tanto fruncía el ceño, como si algo no le gustara.

Después me llamó y me hizo sentar en la camilla.

—Respira hondo, princesita.

Mi mami lo miró muy rápido, creo que casi se le partía el cuello cuando me dijo así. Me parece lindo, yo soy una princesa.

Yo lo hice, inflando mucho la pancita. Él escuchaba con un aparatito frío pegado a mi pecho.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.