Cartas al Destino: El amor que no fue

Capítulo 2: Cómo Comenzó Todo

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Tres años atrás.

Nunca pensó que un viaje de trabajo pudiera trastocar tanto su alma y marcar su vida para siempre.

Valerin no estaba ahí por turismo, era un encargo más en su carrera como traductora para congresos internacionales. Había aprendido a mantenerse al margen, a no involucrarse emocionalmente con nadie debido a los constantes viajes.

Se encargó de convertirse en la sombra que traduce sin ser parte. Su rutina era clara: llegar, trabajar, traducir, dormir y luego volver, pero Florencia rompió todas sus reglas.

Y lo hizo él.

Era el tercer día del congreso, el más agotador, cuando Diego irrumpió en la sala con una sonrisa que derrochaba coquetería y la torpeza encantadora. Había llegado tarde, con el pelo algo revuelto, la corbata floja, y una disculpa en italiano mal pronunciado que arrancó algunas risas entre los presentes.

Valerin, desde la cabina de traducción, lo observó con cierta molestia. Detestaba la impuntualidad y los egos disfrazados de carisma, pero entonces lo miró a los ojos.

Fue ahí cuando algo se fracturó en su juicio. Esa mirada cálida, curiosa y sincera que le resultó extrañamente familiar. No era deseo lo que sintió, sino una especie de reconocimiento, como si una parte de ella recordara algo que aún no había vivido.

Durante el coffee break, mientras revisaba sus notas junto a la máquina de espresso, él se acercó.

—¿Eres tú la intérprete? —preguntó con ese tono que fingía casualidad, pero tenía toda la intención del mundo.

—Sí —respondió ella, manteniendo una sonrisa breve, casi profesional. Aunque era obvio, la había visto trabajando durante toda la ponencia.

—Gracias por salvarme allá dentro, tu voz fue lo único que entendí —bromeó, inclinándose ligeramente hacia ella.

—Entonces me alegra no haberme equivocado con las palabras.

Ambos rieron, como si se conocieran de antes.

Ese fue el inicio.

Durante los días siguientes compartieron cafés en alguna esquina de la Piazza della Signoria, conversaciones en los pasillos, silencios que hablaban más que cualquier discurso, y caminatas improvisadas después del trabajo.

Nada fue planeado, nada fue dicho claramente, pero cada palabra, cada cruce de miradas, cada silencio, construía algo invisible y profundo. Algo que se sentía demasiado real para ser momentáneo y demasiado intenso para tener futuro.

Valerin sabía que se estaba metiendo en un terreno peligroso. Diego era encantador, atento, y terriblemente fácil de querer, tenía esa habilidad inquietante de hacerla reír cuando no quería, de adivinar lo que ella no decía, de notar los pequeños detalles que nadie más veía.

Y, sin embargo, también era imposible.

Su vida estaba en otro país, en otra rutina, y ella no era el tipo de mujer que se permitía enamorarse. No era ingenua, tampoco era impulsiva. Había aprendido a cerrar puertas antes de que dolieran.

Pero Florencia tenía otros planes.

Una noche antes de despedirse, Valerin se encontraba en la terraza de su hotel, con una copa de vino tinto en la mano y el río Arno brillando a lo lejos, como una majestuosa postal.

El aire olía a jazmín y entonces él apareció. No dijo nada, solo se sentó a su lado, por un momento compartieron el silencio sin necesidad de llenarlo.

Él revisaba su teléfono, distraído y al dejarlo boca abajo sobre la mesa, Valerin alcanzó a ver la pantalla encendida. Una fotografía, era una mujer hermosa, sonriente, tomada de su brazo. La imagen no duró más de dos segundos, pero bastó.

El silencio que siguió fue diferente a todos los anteriores. No incómodo, no tenso, simplemente melancólico. —No suelo hacer esto —dijo él, mirando el río.

—¿Hablar con desconocidas? —Preguntó sirviendo más vino.

—Conectarme tan rápido con alguien de forma tan genuina —respondió, sin mirarla—. Además, ya no eres una desconocida. Hemos compartido unos cuantos días.

Valerin no respondió, porque extrañamente sentía exactamente lo mismo y en el fondo sabía lo que estaba sucediendo ¿Cómo pudo enamorarse en tan poco tiempo?

El silencio se volvió a colar entre ellos, pero esta vez solamente transcurrieron cinco minutos.

—Val —Se atrevió a llamarla de forma íntima, solo quienes la querían usaban este diminutivo, no se atrevió a corregirlo. —¿Alguna vez sentiste que una ciudad podía guardar un secreto contigo? —preguntó entonces, con una media sonrisa.

Ella suspiró, también lo sentía.

—Sí —dijo ella, con una certeza que les erizó la piel a ambos.

Florencia sería su secreto y sin saberlo él, su amor imposible.

Era cierto que no hubo confesiones, besos robados ni promesas incumplidas. Lo que vivieron fue un paréntesis, una pausa en la vida que ninguno planeó, pero que ambos necesitaban.

Solo fue un efímero destino.

Y cuando llegó el momento de despedirse, lo hicieron como se despiden, los que saben que no deben volver a encontrarse, prometieron mantenerse en contacto, pero en el fondo, sabían que eso no sucedería.




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