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Serendipia es un hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual.
“Lo nuestro fue serendipia: un encuentro que no buscábamos, en una ciudad que parecía habernos estado esperando. No fuimos un error, fuimos un instante perfecto en el tiempo equivocado.”
Fue la primera carta que escribio a Diego. Ocho meses habían pasado desde aquella tarde donde Florencia se convirtió en cómplice de un secreto que nadie más conocería.
Valerin jamás pensó que volvería a recordar su rostro con tanta claridad, como si el tiempo no hubiese logrado borrar ni una sola línea de su expresión. Diego aparecía en sus pensamientos de forma constante, tanto que pensarlo se volvió rutina, el recuerdo de su voz se convirtió en un eco que rompía sus silencios más comunes: al preparar café, al ver una foto vieja, en el trabajo.
Es como si se hubiera apoderado de su sistema.
Desde que regresó, había aprendido a callar esa parte de su historia. Nadie supo jamás lo que ocurrió en esos días. Ni su mejor amiga, ni su madre, ni siquiera su hermana. No porque fuese un pecado, sino porque era demasiado sagrado para ser expuesto.
Aquel amor sin nombre, sin principio claro ni final anunciado, era suyo, como un jardín secreto plantado en el alma. Se denominaba tonta a sí misma. ¿Cómo se pudo enamorar de esa forma? Diego era como la miel: dulce, inevitable, y peligrosamente adictivo.
A veces se preguntaba qué habría sido de él. Si habría vuelto con aquella mujer de la fotografía, si habría hablado de ella con alguien, si la recordaba cuando el mundo se callaba y todo quedaba en pausa, como sucede justo antes de dormir.
Pero otras veces prefería no saber nada. Porque saber dolería. Porque podría confirmar que ella fue solo una sombra pasajera para él, mientras él seguía siendo la llama que causó un incendio en su alma.
Después de Florencia, Valerin volvió a llenar su vida con traducciones, aeropuertos, idiomas cruzados, y sonrisas automáticas. Aprendió a volver a ser la mujer que no se permitía desviarse del guión. Hasta hoy.
Hasta ese instante absurdo y traicionero en que lo vio.
Se encontraba en una sala de conferencias de Madrid.
Ocho meses después.
—No puede ser… —susurró sin voz, escondida detrás de su auricular de intérprete.
Él no la había visto, al menos no todavía.
Estaba de pie, charlando con alguien, riendo igual que aquella primera vez. Vestía diferente, más formal, sin la corbata floja ni el cabello rebelde, pero seguía siendo él.
Diego.
Valerin se sintió tragada por la tierra, su corazón se aceleró con violencia. No estaba preparada. Jamás lo estaría. Sintió que su cuerpo la traicionaba.
Tomó aire, se aferró al guión, apretó el bolígrafo que tenía entre las manos. Cuando la ponencia comenzó, Valerin tuvo que hacer malabares para concentrarse. Su voz salía por los auriculares de cientos de personas que no sabían que en ese instante, la mujer que traducía sus ideas estaba luchando por no romperse.
Hasta que sucedió.
Él la buscó, reconoció su voz, sus ojos recorrieron distraídos la sala y se detuvieron en la cabina. Por un segundo, pareció no reconocerla del todo, pero luego, su mirada cambió, se tensó, se suavizó y se clavó en la suya.
Valerin contuvo el aliento. Diego ladeó la cabeza y le sonrió. No fue una sonrisa cualquiera, fue una sonrisa cálida, de esas que solo ocurren cuando el alma recuerda antes que la mente. Cuando no hace falta que alguien diga tu nombre para que sepas que aún te lleva dentro.
La pausa fue breve, imperceptible para el resto. Pero para ellos, fue eterna.
Horas después, en el cóctel posterior al evento, Valerin intentó escabullirse. Pero el destino, testarudo como era, volvió a intervenir.
—¿Val? —dijo una voz detrás de ella. Se dio la vuelta lentamente.
Diego estaba allí, de pie, sosteniendo dos copas de vino. Mirándola como si no hubiese pasado ni un solo día.
—Hola —fue todo lo que pudo decir.
Él no respondió de inmediato. Se acercó y le ofreció un trago.
—Pensé en ti —dijo por fin—. Mucho más de lo que debería. Te convertiste en una ladrona de pensamientos.
Ambos rieron. Esa risa fue nerviosa y compartida por dos personas que han sido cómplices de algo que no saben cómo explicar.
—Lamento ser una acosadora de pensamientos —respondió ella, y ambos rieron nuevamente.
Se miraron por un momento que no supieron cómo llenar. El mundo seguía girando a su alrededor, pero ellos ya no pertenecían a él. Era como si esa burbuja que alguna vez los envolvió en Florencia se hubiera inflado de nuevo, justo ahí, en medio de la multitud.
Diego se pasó una mano por la nuca, un gesto que Valerin recordaba con demasiada ternura.
—¿Te has vuelto a enamorar? ¿Ya tienes novio?
Valerin bajó la mirada. Pensó en todas las veces que lo intentó. En las citas aburridas, en los hombres correctos que no lograron encenderla ni para pasar una noche.
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Editado: 22.04.2025