Cartas al Destino: El amor que no fue

Capítulo 4: La Peor Sorpresa

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Había puesto las copas sobre la mesa con la intención de que todo se viera perfecto. Camila se lo merecía. Ella era dulce, luminosa, de esas personas que te hacen pensar que tal vez... tal vez podrías dejar de huir del pasado.

Pero el pasado no se deja encerrar. No cuando tiene ojos que te miran como si pudieran verte desnudo, incluso con ropa. No cuando se llama Valerin.

—Mi hermana está por llegar —le había dicho Camila, sonriendo de oreja a oreja—. Te va a caer bien. Es algo más reservada que yo, pero cuando entra en confianza es un huracán.

Él sonrió. Le gustaba esa parte del día, cuando ella hablaba de su familia, de sus recuerdos, lo hacía sentir cerca, como si tuviera un lugar en su mundo. Se giró hacia el pasillo para recibir a su invitada y entonces la vio.

¡No puede ser! El nombre lo escuchó después, pero la reconoció mucho antes de que lo pronunciaran. Valerin; la mujer con la que compartió ese viaje. Esos días que no significaron “nada” para el resto del mundo, pero que a él lo marcó como si fuera un incendio arrasado todo a su paso.

El tiempo no había cambiado nada en ella. Los mismos ojos oscuros que se comían la calma, la misma forma de mirar como si pudiera desnudar verdades y esa misma tristeza disfrazada de elegancia, de fuerza.

Su cuerpo reaccionó antes que su mente. El estómago se le cerró, el aire se volvió espeso y en su cabeza resonó, una sola frase:

¿Qué demonios hace aquí?

Camila no lo notó.

—Diego, amor. Quiero presentarte a mi hermana, ella es Valerin.

El universo colapsó en un instante.

¿Hermana? No, no, no.

No podía ser ¿Por qué jamás le dijo su nombre antes? Valerin lo miraba igual. Como si el mundo se le hubiera caído encima sin previo aviso. Pero no dijo nada, no fue impulsiva, ni siquiera cuando él casi la besó aquella noche y después se echó atrás.

Sabía que Valerin nunca fue de las que rompen las reglas, ni siquiera por amor. Extendió la mano y la suya temblaba apenas, pero Diego notó cada microsegundo. —Un gusto —dijo, con la voz más falsa que había pronunciado en años.

Y ella respondió igual. —El gusto es mío.

El infierno no es fuego. El infierno es verla tan cerca y no poder decirle lo que se guardó todos estos meses. Quiso decirle que no lo sabía, que no tenía idea de que era su hermana. Que Camila había llegado a su vida como una casualidad que no supo cómo frenar.

Pero ya era tarde.

Porque ahora era el novio de Camila y el futuro padre de su sobrino.Valerin era la mujer a la que le escribió mil mensajes que nunca se atrevió a mandar, se maldijo mil veces por ser tan cobarde y no romper las ideas de Valerin, el trabajo era importante y el crecimiento personal ¿Pero de qué sirven si no se tienen con quien compartir estos logros?

Era la misma mujer que vivía en sus sueños más limpios y en sus pesadillas más oscuras. Esa a la que buscó en otras bocas sin encontrar jamás el mismo sabor que imagino que ella tenía.

Y aquí estaban;

Camila feliz.

Él quebrado por dentro,

Y Valerin con los labios sellados de tristeza.

Nadie dijo nada más, pero en el silencio, Diego entendió que acababa de perder algo que nunca supo cómo conservar. “A veces no es falta de amor, es exceso de miedo. A veces, uno se aleja porque se ama demasiado para quedarse a medias.”

Los minutos pasaron y risa de Camila se escuchaba a lo lejos, como una melodía bonita en un idioma que ya no entendía. Diego estaba en automático, sirviendo vino, diciendo lo justo, fingiendo naturalidad. Pero por dentro, el caos se había apoderado de su ser.

Valerin estaba allí, sentada frente a él, y para su condena aún podía sentir ese espacio invisible que los unía y los separaba al mismo tiempo. El mismo que existió aquella noche en Florencia y luego Madrid, cuando su boca estuvo a milímetros de la de ella y eligió no romper la burbuja.

Eligió no besarla y no porque no quisiera. Si no porque ella misma lo había detenido mucho antes de que él supiera lo que sentía.

—¿Crees que en otro tiempo seríamos una pareja ideal? —Pregunto bebiendo más vino, estaba justo allí, sentado con ella en la piscina, con los pies sumergidos en el agua y una copa de vino. —Es imposible negar esta conexión. —Dijo mirándola.

—Quizás Diego, contigo todo fluye. —Dijo llevando su espalda hacia atrás para ver las estrellas. La piscina de la terraza le daba un aire de libertad. —Quise escribirte, pero me he envuelto en tanto trabajo que lo olvidé. —Sintió que mintió, porque él no la había olvidado.

Pese a que su vida se había convertido en un caos, su exnovia lo engaño, se embarazó de otro y le hizo creer a su madre enferma que tendría un nieto y justo esa poca esperanza la había hecho aferrarse a la vida un poco más.

—¿Quieres formar una familia? ¿Tener hijos quizás? —Apenas conocía a Camila y aunque le atrajo él parecido a Valerin desconocía lo que esos rasgos familiares ocultaban.




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