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Aceptar ese contrato en Florencia fue más fácil de lo que esperaba. Bastaron unos cuantos correos, una videollamada y una recomendación sólida para asegurar su lugar como intérprete principal en una conferencia internacional sobre literatura y derechos humanos.
Un proyecto de meses, con posibilidad de prórroga, que convenientemente coincidía con los preparativos de la boda y con la creciente panza de su hermana, no era envidia sonreía al ver a su hermana dichosa, también era cierto, que se asfixiaba y necesitaba alejarse.
Valerin no solo fue por trabajo, volvió a Florencia para cerrar ciclos, esa ciudad era el origen y Valerin necesitaba volver no para revivir ese fugaz amor, sino para darlo por terminado.
Ansiaba poner punto y final a ese capítulo justo donde se escribió la primera línea, pero fue prematuro, ya que, en cada paso su memoria traía esos recuerdos frescos.
No lo entendía ¿Como alguien se enamora de la esencia del otro? Tenían química, pero por Dios solo cruzaron palabras y compartieron en silencio un buen café. Nada más ¿Pero por qué le dolía el alma? ¿Estaba exagerando? ¿O era una tonta que se ilusiona con una simple sonrisa y palabras bonitas?
Su mente era un caos, se fue sin hacer ruido, sin grandes despedidas, argumentando que era una oportunidad única y que el trabajo le impediría estar demasiado tiempo disponible.
Nadie cuestionó su decisión, todos sabían que cuando Valerin hablaba de trabajo, no se discutía. Incluso Camila, con su vientre abultado de cinco meses, intentó comprender.
“Solo prométeme que estarás para el gran día. No importa si llegas unas horas antes, pero necesito a mi hermana.”
Valerin prometió que estaría allí, pero no la miró a los ojos mientras lo hacía. Florencia le ofreció algo más que trabajo: le dio espacio y silencio, eso, para ella, fue alivio. Sus días transcurrían entre conferencias multilingües, traducciones en cabinas insonorizadas, cenas diplomáticas y cafés en terrazas solitarias. Era eficiente, precisa y un fantasma elegante que traducía las emociones de otros sin tener que mostrar las propias.
Sus jefes estaban encantados, ella evitaba cualquier mención personal. Cuando alguien preguntaba por su familia, respondía con una sonrisa vacía y cambiaba de idioma.
Entendió en poco tiempo que el mundo no se detiene por el dolor ajeno y más cuando la invitación a la boda llegó igual, las fotos del vestido, las ecografías de su sobrino y los nombres en lista para el baby shower.
Camila no presumía, incluso desconocía que estaba lacerando a su hermana, ella simplemente deseaba incluirla y esperaba la aprobación de su hermana para poder avanzar al siguiente nivel, todo desde la pantalla de su teléfono.
Valerin respondía con amor, pero al terminar la llamada se quedaba en su cama aferrada a la almohada y lloraba en silencio mientras escuchaba poesía en italiano a través de sus auriculares.
Una noche, luego de interpretar a un autor francés en una gala de beneficencia, salió a caminar por el centro de Florencia. Estaba cansada, el taconeo de sus botas resonaban sobre la acera húmeda. Minutos después se detuvo frente a una librería cerrada, atrapada por un cartel que decía: “L’amore lascia sempre una cicatrice”.
El amor siempre deja una cicatriz.
Suspiró dando la aprobación en silencio, el amor laceraba y dejaba no una, sino un sin fin de cicatrices. Al día siguiente, al despertar inició su ritual habitual: café fuerte, auriculares y la reproducción de una novela. Fue allí donde decidió soltar ese nudo que se había formado en su garganta y comenzó a escribir una carta para esa sombra que la seguía.
La pluma temblaba entre sus dedos. Llevaba meses rehuyendo esa conversación que nunca sucedió, ese cierre que jamás se dio de forma verdadera, el último encuentro con Diego no salió bien.
Esa primera carta no tenía un destinatario con nombre, porque Diego ya no era un hombre; era una herida, una sombra que susurraba a su oído cada vez que cerraba los ojos.
“Florencia me duele…”,
comenzó a escribir.
“No por la ciudad, ni sus calles hermosas, ni por sus puentes colmados de turistas, sino porque fuiste tú quien me la enseñó con la mirada.”
Las palabras fluían como si siempre hubieran estado esperando salir, acumuladas en los bordes de su alma:
“A veces me pregunto si te inventé. Si aquel café compartido y tu risa, fueron solo un espejismo. Me siento ridícula escribiendo esto, pero en mis días grises, tú siempre estás presente. Me pregunto ¿Cómo es posible extrañar a alguien que nunca fue tuyo?”
El papel absorbía su tinta y su llanto con la misma paciencia.
“No espero respuesta, incluso ni la quiero, solo deseaba decirte que te vine aquí para dejarte en esta ciudad que una vez nos miró ser casi algo. No me arrepiento de haberte sentido, aunque me haya dolido más que muchas historias completas.
Bebió su café y sintió parte de ese peso desvanecerse de sus hombros.
(...)
El frío en Florencia parecía más espeso esta semana, como si el aire estuviera hecho de niebla y nostalgia. La carta a Diego seguía en el fondo de su cuaderno y se atrevió a escribir tres más, aunque no las volvía a leer, su simple existencia la liberaba.
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Editado: 19.05.2025